Aquí en confianza: Bloque de gobernadores; la herencia carrancista

Bautizado como  “el novelista del soldado” y considerado por propios y extraños como uno de los principales biógrafos de la revolución mexicana, el original de San Pedro de las Colonias, Francisco L. Urquizo, se refirió a él como “un hombre fuerte y puro, justiciero y patriota, honrado y leal, valiente y reposado, enérgico y tenaz, sobrio y estoico, callado y firme, progresista y culto, paternal y respetable. Honesto hasta la exageración.”. Sin duda, Venustiano Carranza Garza es un mexicano de excepción, de esos a los que el dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht llamctima de un destino indigno. Sin embargo, a Carranza lo consigo el oro de la naci respetable. Honesto hasta la exageració los imprescindibles.

 

Para orgullo de los coahuilenses, quien a la postre se convertiría en el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, nació en Cuatro Ciénegas; pero fue en la zona serrana de Puebla, en un modesto caserío que aún conserva el nombre de Tlaxcalantongo, donde el entonces Presidente de los mexicanos perdería la vida. Quienes pretenden manchar su honor aseguran, sin fundamento alguno, que lo asaltaron porque llevaba consigo el oro de la Nación que había robado al huir de la Ciudad de México y en el atraco lo mataron; otros, tal vez un poco más informados o de buena fe, afirman que el Barón se suicido para no caer en manos enemigas y ser víctima de un destino indigno. Sin embargo, a Carranza le asesinaron vilmente el 21 de mayo de 1920; fue traicionado. Recién se conmemoró el primer centenario de su deceso en un sobrio homenaje en Palacio Nacional.

 

El hombre que aunque vestía de caqui y olivo nunca aceptó un grado militar por considerarlo inmerecido, desconoció el Gobierno de Victoriano Huerta e inició la revolución constitucionalista en el año de 1913. Como el resto de los gobernadores, el coahuilense recibió un escueto telegrama en el que se le informaba que Madero y Pino Suarez se encontraban presos y que Huerta había asumido la primer magistratura de México con aprobación del Senado; la mayoría, incluso varios identificados con el maderismo, aceptó sin miramientos la noticia contenida en aquella misiva; Carranza no. Tal vez pudo someterse a las voluntades del usurpador y obtener abundantes beneficios de ello, pero su idealismo le impedía hacerlo.

 

Escribió mi amigo Marco Antonio Mendoza: “Sabía de la trascendencia del constitucionalismo como la única fuerza política capaz de dotar a la nación de un marco de legalidad y legitimidad sobre el cual construir un país mas justo e incluyente”. No se equivoca el abogado, historiador y locutor hidalguense; Carranza era un hombre de instituciones, en ellas creía y las respetaba. Es por eso que antes de firmar el Plan de Guadalupe y lanzarse en contra del traidor, apenas acompañado por puñado de leales, el gobernador de estas tierras acudió al congreso estatal para solicitar su autorización.

 

Las resultas son por todos conocidas; el movimiento de carrancista logró redimir en una constitución el ideario de Madero, Villa y Zapata. ¿Acaso alguien en su sano juicio podría regatear la trascendencia histórica de Carranza?

 

Nuevamente, como entonces, Coahuila se ha convertido en el epicentro de la resistencia. Ahora, no se trata de repudiar al régimen, pero sí de señalar puntualmente sus yerros y ofrecer soluciones a partir de la colaboración entre entidades. Desde acá se convocó a un frente de gobernadores que ha servido de eficaz contrapeso al ejecutivo federal, lo cual no debe ser motivo de estériles cuestionamientos, pues la existencia de balanzas reporta un sano equilibro en todo sistema democrático.  Primero fueron tres; ahora, siete gobernantes conforman el bloque. Seguramente otros más se irán sumando o, al menos, querrán hacerlo. Lo mismo para confrontar a la federación por las medidas adoptadas frente a la contingencia sanitaria, que para señalar la urgente revisión del pacto fiscal o para oponerse a la suspensión de los proyectos de energías renovables, los gobernadores han sabido ser un verdadero factor de presión, al grado que consiguieron que el mandatario nacional diera su brazo a torcer para el análisis de la Ley de Coordinación Fiscal.

 

Aquí en confianza, criticar la postura del referido grupo desde un ámbito meramente partidista parece ser un desatino. Cada uno de ellos bien podría obtener la ventaja que representa colocarse en el ánimo y favor del que dirige los destinos del país; sin embargo, por una razón u otra, los mandatarios estatales han sabido anteponer el interés colectivo a su propia posición política y eso es digno de reconocerse; lo mismo va para los tricolores, que para los azules, amarillos, anaranjados o independientes.

 

Lo he dicho y lo sostengo: alzar la voz, incluso en sacrificio de la holgura personal, es lo que distingue a los funcionarios comunes de los hombres de estado; Carranza lo sabía y en ello hizo consistir su esencia. Por el bien de México, espero que tal principio sea la herencia  y bandera del bloque de gobernadores que decidieron plantar cara al gobierno central. La valentía  (en mi barrio le dicen de otra de manera que tiene que ver con el producto ovíparo) también debe aplaudirse. Ahí se los dejo para la reflexión.