Aquí en confianza: El escapulario defectuoso

Antes de que otra cosa suceda, déjeme aclararle – amable y única lectora – que respeto profundamente toda manifestación de fe y cualquier símbolo religioso (el miedo a la chancla no anda en burro); sin embargo, cuestiono ácidamente cuando éstos riñen con el más elemental sentido común.

 

El pasado domingo los encargados de las prensas en los rotativos de México se apuraban para cambiar las placas con las que se imprimiría la primera plana de los periódicos del lunes; la noticia no era para menos. El presidente de los mexicanos dio a conocer a través de la red social a cuyo director doméstico tildo de conservador apenas unos días previos, que había resultado positivo a COVID -19 y que solo presentaba leves síntomas. ¡Sí mamá!, el hombre que al inicio de la pandemia exhortaba a las personas a salir de sus casas, visitar los restaurantes y abrazarse; aquel que afirmó que no mentir, no robar y no traicionar ayudaba a no contraer el virus; el que garantizó que la peor tragedia de salud de la cual se tenga memoria nos vino como anillo al dedo; el mandatario del cual un epidemiólogo egresado de la Universidad Johns Hopkins dijo que era una fuerza moral y no de contagio; quien desdeñó sistemáticamente el uso del cubrebocas y desafió las reglas de distanciamiento haciendo giras por todo el país; el mismo que aseguró que la inmunidad ante el coronavirus se encontraba en un poderoso escapulario conocido como “detente”, hoy se encuentra aislado en Palacio Nacional víctima del mal de moda.

 

Ante el contagio que parecía inminente, tirios y troyanos se armaron nuevamente con lanzas y escudos para dar batalla en la arena del bendito ciberespacio. Debemos reconocerlo, todas y todos desearon al gobernante pronta recuperación, pero las reacciones adversas no se hicieron esperar, poniendo en duda la veracidad del anuncio. Casi de inmediato surgieron interrogantes que se antojan naturales. ¿No es la salud del jefe del Estado mexicano un asunto de interés nacional?; de ser así, ¿por qué el primer mandatario y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas no se encontraba vacunado? Para algunos la respuesta a estas preguntas es bastante sencilla, para el resto no lo es tanto. Resulta que el ciudadano López había hecho público que no sería insaculado sino hasta el momento que le correspondiera de acuerdo al plan nacional de vacunación. La postura adoptada tuvo como propósito mostrar afinidad con el respetable; sin embargo, ante lo particular de las actividades cotidianas de un gobernante, obtener responsablemente el fármaco para no contagiarse y, con ello, no contagiar a los demás, es la verdadera señal de empatía con la población a la cual se gobierna. Si los llamados “Servidores de la Nación” están siendo vacunados incluso antes que algunos médicos y enfermeras que se encuentran en la primera línea de batalla contra el virus, ¿por qué no proteger también al presidente de la República?; ¿puede una medida popular o populista (según se vea) poner en riesgo el interés colectivo de todo un país?

 

Lo cierto es que el contagio del presidente se produce en medio de tres “tormentas” que tienen una íntima relación entre sí. Por un lado, las cifras de contagios y muertes en México van en aumento, superando los 150 mil decesos (recordemos que el peor escenario proyectado era de 60 mil). Por el otro, el escandalo por el supuesto uso electoral en la distribución y aplicación de las vacunas, a través de la intervención de más de 19 mil servidores públicos quienes en su momento fungieron como promotores del voto a favor del partido oficial, aún dará bastante tela de donde cortar. Y como si faltara una cereza en el pastel, la intentona de los gobernantes de las entidades y de algunos empresarios por hacerse de vacunas para acelerar el ritmo de la inmunización, parece encontrar cualquier cantidad de obstáculos, lo que seguramente provocará que – de momento – la única manera de obtener el ansiado antígeno sea mediante el debatido plan puesto en marcha por el gobierno federal.

 

Aquí en confianza, de acuerdo al último censo del INEGI ya somos más de 126 millones de mexicanos distribuidos a lo largo y ancho del territorio nacional. Tal vez, cuando la humanidad logre contener al virus y volvamos a la “normalidad”, habrá que hacer un nuevo recuento de personas en el país que por tercera ocasión consecutiva es considerado como el peor lugar del mundo para vivir durante la pandemia; esto, conforme al ranking de resiliencia al COVID publicado por Bloomberg. En lo dicho, o la estrategia oficial frente a la crisis sanitaria acusa significativos yerros o, de plano, el mentado escapulario nos salió defectuoso. Ahí se los dejo para la reflexión.