Aquí en confianza: El triste panorama en Perú

Él mismo afirmaba que nunca pudo volver a cantar “El Triste” como aquella noche del 15 de marzo de 1970. José Rómulo Sosa Ortiz, quien fuera bautizado como José José por la también cantante de origen cubano Olga Guillot, subió al escenario del Teatro Ferrocarrilero de la Ciudad de México, para interpretar el tema que lo lanzó a la fama. Con apenas 23 años de edad, el oriundo de Azcapotzalco participaba en el Festival de la Canción Latina; antecedente del conocido OTI, cuya primera edición se celebró en Madrid, España, en el año de 1972. Tras el inimitable agudo final que se extendió por espacio de 30 segundos, el joven interprete fue ovacionado de pie y el público emocionado lanzó claveles rojos al tablado. Si bien, el tema de la autoría de Roberto Cantoral no se alzó con el triunfo en el referido certamen, ese instante marcó el inició de una leyenda. El video en el que quedó inmortalizado aquel momento, alcanzó más de cien millones de visitas en la plataforma de YouTube, después del anuncio de la muerte de quien fuera considerado uno de los máximos exponentes de la cultura popular en nuestro país. 

Mientras que los fanáticos de las series biográficas apenas lograban sobreponerse de los corajes que les hacía pasar Luisito Rey, quien de acuerdo a la producción de Netflix, le hizo la vida cansada al Sol de México, llegó a la escena pública otro personaje – también llamado por su nombre en diminutivo – para concentrar la animadversión del respetable. Sarita Sosa, hija del desaparecido (nunca mejor aplicado el calificativo) José José, se ha hecho famosa en los últimos días y no precisamente gracias a sus dotes artísticos.

Resulta que según lo informado por la prensa de espectáculos,  la menor de la dinastía Sosa, cobró la friolera de 1.5 millones de dólares (algo así como 30 millones de pesos) por vender la noticia exclusiva sobre la muerte de su padre, a las cadenas televisoras Univisión y Telemundo. Al tiempo que la avecindada en Miami daba entrevistas a los medios de comunicación, los también hijos del interprete de “La nave del olvido”, José Joel y Marysol Estrella, buscaban afanosamente los restos del artista, argumentando que no sabían de su paradero.  A tal grado ha llegado la desavenencia, que hasta el Consulado de México en aquella ciudad de la Florida ofreció su apoyo a la familia, esto por indicaciones del canciller Marcelo Ebrard.

No obstante que de este lado del Río Bravo no ha sido posible despedir al hijo predilecto de Claverías como en justicia corresponde, el rifirrafe que se traen los hermanitos Sosa no tiene comparación con los dimes y diretes que han derivado en  un conflicto político de proporciones épicas en tierras peruanas.

Por un lado, el presidente de aquel país, Martín Alberto Vizcarra Cornejo, quien apenas en marzo del 2018 juramentó el cargo en sustitución del depuesto Pedro Pablo Kuczynski, tomó la decisión de disolver al congreso y convocar a elecciones para la integración del legislativo; por su parte, las y los diputados peruanos declararon temporalmente incapaz al mencionado mandatario; aprobaron la vacancia de la presidencia y nombraron a la vicepresidenta Mercedes Aráoz como jefa del ejecutivo.

La pugna que – hoy por hoy – se vive en Perú tuvo su origen en la intención del gobernante de organizar con prontitud el proceso electoral para regularizar la situación política; sin embargo, el parlamento dominado por una oposición fujimorista y algunos aliados de extrema derecha, refutaron la propuesta. Ante tal negativa, el ingeniero civil de profesión y originario de Lima, apeló a un mecanismo regulado en la Carta Magna denominado “cuestión de confianza”, mismo que tiene por objeto la disolución del congreso en los casos que no haya apoyo parlamentario al gobierno. Con lo que no contaba Vizcarra es que, a través de un tecnicismo constitucional, él mismo sería inhabilitado y su lugar ocupado por quien – en su discurso de toma de protestas –  pidió la intervención urgente de la OEA para dirimir la controversia.

Aquí en confianza, mientras que en México se abandonan las formas de gobernanza moderna para volver a un régimen presidencialista absoluto, en el territorio andino ahora mismo ni siquiera se sabe quien ostenta la titularidad del poder ejecutivo. La crisis institucional en Perú no tiene precedentes históricos; la solución al problema se antoja lejana y las resultas son de pronóstico reservado. Atentos habremos de estar a la información que nos llegue desde el cono sur; por lo pronto, entre que son peras o manzanas, el pueblo mexicano se prepara para llorar como es debido al “Príncipe de la Canción”. Lo he dicho y lo reitero, cada quien sufre sus propias desgracias.