El complejo de los ignorantes que se creen expertos se ha agudizado con la pandemia. Peor con la variante ómicron.
Este complejo ha sido estudiado ampliamente por la neurociencia y puede sintetizarse así: quienes son extremadamente malos en algo tienden a creer que son exageradamente buenos en esa materia.
Lo peor es que los ignorantes inventan sus mejores historias sobre asuntos que conocen mal.
Basta preguntar a la mayoría de los diputados federales sobre las causas y la solución de la crisis económica, la salud, el Covid, el desempleo, el rezago social, la desigualdad global, etcétera, y nos darán una cátedra.
Pocos serán capaces de reconocer que desconocen el tema que se les pregunta.
Y es que casi todos sobreestimamos nuestras propias capacidades.
Los mismos políticos ignorantes se autovaloran como administradores públicos natos, a quienes no les preocupa carecer de formación profesional: a ellos les basta ser intuitivos y tener “sensibilidad social”.
Este fenómeno psicológico no es privativo de los políticos: la mayoría de los seres humanos somos optimistas acerca de nuestras propias capacidades y tendemos a valorar a los demás en términos más negativos a lo justo y objetivo.
Podemos ser muy mediocres en algo y al mismo tiempo no tener las herramientas adecuadas para darnos cuenta de ello.
En suma, si alguien no sabe de un tema, difícilmente se dará cuenta.
¿Cómo hacerles ver entonces a los políticos su ignorancia imprudente?
Mediante entrenamiento lógico y científico para que sean capaces de evaluar su manejo personal. En otras palabras, pedimos peras al olmo.
Y es que el pensamiento crítico lo usamos mucho para estudiar superficialmente el conocimiento de los demás pero poco para evaluarnos a nosotros mismos.