EDITORIAL: A la muerte de George Steiner, el último sabio moderno

Ayer murió a los noventa años cumplidos el viejo sabio George Steiner, quizá el más grande crítico literario y lingüista moderno. Es triste imaginar el enorme acervo cultural que se lleva a la tumba. Su formación era de judío ortodoxo.

Un par de veces lo trajo a México la UNAM y platiqué con él al final de sus disertaciones. Era muy bajito, encorvado, con un brazo tieso y áspero de trato, siempre marcando distancia a sus interlocutores.

Jorge García Murillo (que goza de una memoria envidiable), me cuenta sobre la invitación que le hizo a Steiner la entonces Presidenta de Conarte, Alejandra Rangel, para que el sabio sustentara una conferencia en Monterrey. Luego, Alejandra, Jorge y Steiner se fueron a cenar junto con Rosaura Barahona, Susana Canales, y Adolfo Castañón (traductor de Steiner al español), entre otros. Me dice Jorge que Steiner estuvo particularmente insoportable esa noche. Actuó como todo un divo, cometiendo desplantes y ninguneos olímpicos. Sin duda, Steiner tenía merecimientos de sobra para portarse así. Pero por culpa de ese borrascoso carácter que lo definió, tuvo problemas laborales durante toda su vida académica.

Recuerdo que en esa conferencia de Monterrey, Steiner encendió una agria polémica con Vargas Llosa porque el sabio (que era un bibliófilo apasionado) creía en la próxima muerte del libro. Y a mediano plazo, auguraba la extinción de la literatura. Extrañamente no lo decía con pesar sino con paradójico alivio.

Yo opino igual que él en la primera premonición y en contra de él en la segunda. Creo que la literatura es eterna, pero que el formato como se presenta cambia conforme pasan los siglos. No olvidemos que el primer formato fue el oral y algunos poemas como los prehispánicos no se escribieron con ningún tipo de alfabeto. Incluso las series de televisión (algunas, no todas) también las considero un género literario. En fin, esa vez Steiner me zanjó la cuestión con una frase definitiva: “el libro morirá pronto. Basta”.

Esta tesis de defunción no era una extravagancia en el pensamiento de Steiner. El libro era para él un simple medio; la lengua, en cambio (y con ella las convenciones gramaticales modificadas por el uso idiomático), es una flecha que se mueve hacia adelante, en mutación permanente, sin posarse nunca en un mismo lugar.

Ayer quedó claro, para quienes somos lectores de su obra, que Steiner se encargó de morir antes que el libro. Y su pérdida lamentable, ahonda el abismo que abrió el crítico literario Harold Bloom, con su partida a la nada, el pasado mes de octubre. En el Más Allá se juntaron por fin los dos, cuando en la vida terrena se tributaron el más ferviente y ardoroso desprecio.