EDITORIAL: A la muerte de Kirk Douglas: los valientes andan solos

Acaba de morirse Kirk Douglas. Y así se demuestra que las leyendas del cine también mueren físicamente algún día. De todas sus películas, la que más me gusta es una obra maestra, de título contundente: “Los valientes andan solos” (1962). La he visto cinco veces y casi puedo repetir de memoria sus parlamentos.

Sin embargo, no cabe duda que Douglas es Espartaco. A veces pienso que en ambas películas, Douglas interpreta al mismo personaje: un rebelde caprichoso al poder establecido. Un anarquista. Y a mi me gusta a veces sentirme un anarquista como don Kirk. Aunque me sienta solo y despreciado por el poder y los fans del poder en turno.

La película “Espartaco” llegó a las salas de Monterrey en 1961, un año después de su estreno en EUA. A diferencia del resto del mundo, no fue un éxito entre los regiomontanos como “Ben Hur”, estrenada un año antes, o “Cleopatra”, estrenada dos años después.

Las causas de que un film sobre la rebelión de un esclavo no fuera éxito de taquilla local van de la explicación moral (el regiomontano de aquellos años era muy conservador para ver cine y muy liberal para ver teatro) a lo poco atractivo del reparto: a la gente le gustaba más Elizabeth Taylor, por razones obvias, que Kirk Douglas, un rostro duro sin el aura bíblica de Charlton Heston.

Quienes asistieron al estreno de “Espartaco”, sabían que la película condenaba la esclavitud. Así lo aceptan también las generaciones siguientes que la vimos sin censura y remasterizada. Pero los espectadores de una y otra época dejamos de lado la otra condena de la película: el ataque a los excesos del Estado. Si uno canjea la palabra Roma por la palabra gobierno a lo largo del guión, embona el mensaje perfecto.

Este dato no sorprende a nadie, porque es bien sabido que Kirk Douglas compró los derechos de la novela a Howard Fast, comunista norteamericano. Y el guión lo escribió en tiempo record Dalton Trumbo, perseguido por sus ideas radicales. Pero menos se comenta que la película es también un canto a la libertad de la migración humana. Los esclavos no querían combatir a Roma sino emprender el éxodo por el puerto de Brindisi. El Estado, o sea el Imperio, o sea Roma, no quería que escaparan de su dominio. ¿Por qué? Simple: sin esclavos no hay reino.

Yo tengo bien grabada en la memoria aquella escena en la que el ejército de sublevados declara al unísono el lema de guerra: “Yo soy Espartaco”.  O cuando el protagonista dice: “rezo al Dios de los esclavos por un hijo que nazca libre”. O cuando Kirk Douglas mata por necesidad a Antonino (Tony Curtis) y exclama al viento: “Volverá y será legión”. Pero la escena que más me apantalló es esa en la que el malvado de Craso (un villano peor que Darth Vader) pontifica con voz de burócrata ambicioso: “Hay una sola manera de lidiar con Roma: debes prestarle servicio, debes humillarte ante ella, debes arrastrarte a sus pies, debes amarla”.

Este cuarteto de deberes es lo que todo gobierno quisiera recibir de sus gobernados: que le prestaran servicio, que se humillaran ante él, que se arrastraran a sus pies y (por irónico que parezca), que lo amaran. La dictadura perfecta que fue el gobierno de México consiguió que los mexicanos le cumplieran esos cuatro deberes. Hasta que, como Kirk Douglas en la película, se hartó de tanto amor mal correspondido.

Y es que nuestro gobierno era muy bueno para hacer realidad el consejo de Graco, otro personaje del film: “la política es una profesión práctica, si un criminal tiene lo que quieres, negocias con él”.

O sea, los políticos negocian con todos, menos con el ciudadano. De ahí parte la injusticia, la explosión social y el pequeño Espartaco que todos llevamos dentro. Así lo pensaba Kirk Douglas cuando participó en la redacción del guión junto con Danton Trumbo. Esa lección de “valiente que anda solo”, es el mejor legado de Douglas al mundo. Además de su talento histriónico inagotable y su rostro inmortal.