EDITORIAL: Carlos Urzúa quiso darle de patadas al pesebre y lo logró

Este artículo debía titularse Nuestro contemporáneo Carlos de Sigüenza y Góngora, mexicano nacido en el siglo XVII. Escribía mi texto sobre el sabio polímata cuando a don Carlos Urzúa le dio por presentar su renunciar a AMLO, tirándole los trastos de la Secretaría de Hacienda. Se fue como chacha por la puerta del servicio. Habrá quienes se enojen conmigo, como siempre, y me repliquen: “no, se fue como los grandes, en hombros y por la puerta grande”. Cada quién.

Pero para que lo carguemos en andas (yo mismo lo haría ayudado de un diablito, dadas mis enfermedades) falta que Urzúa nos suelte los nombres de los funcionarios ”impuestos e influyentes”, a quienes acusó entre brumas de graves conflictos de interés. Eso sí sería un hitazo. El nombre que más se especula es el de Raquel Buenrostro, Oficial Mayor de la SHCP. ¿Es verdad eso don Carlos? Germán Martínez sí se portó más hombrecito y dio el nombre, con pelos y señales, del alto funcionario influyente que lo puso como lazo de cochino en el IMSS: Carlos Urzúa.

A diferencia de Germán, que es un ignorante en materia literaria, científica y en muchas otras más, al eminente Carlos Urzúa le gusta tirar la piedra y esconder la mano. Como su tocayo, Sigüenza y Góngora (que vivió en la Nueva España), don Carlos es un hombre de ciencia, es un poeta regular y es un atrabancado marca diablo. No se le compara al sabio novohispano, pero tienen cosas en común.

A Sigüenza lo mató una piedra alojada en su riñón derecho del tamaño de un durazno (parecida a la que tengo en el mismo lado), y murió marginado por la autoridad de aquel entonces. A Urzúa, en cambio, nadie lo marginará, porque es un hombre competente, en cierta forma brillante, pero mal amigo, pésimo aliado y le pega al misterioso: su carta de renuncia siembra más intrigas que claridad, esparce más insidias que verdades, es más lodosa que transparente.

Curioso que ya nadie se acuerde de un hecho: cuando AMLO fue Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, le renunció Carlos Urzúa con cajas destempladas. En aquel entonces lo sustituyó Arturo Herrera Gutiérrez. Hoy, le vuelve a pasar lo mismo a AMLO: renuncia muy airado Urzúa y toma su lugar Herrera. Si ya conoce AMLO a Urzúa, ¿para qué lo pone? El presidente, que a veces es tan necio como los dos Carlos y a veces es tan cerrado como un inquisidor, tropieza con la misma piedra del tamaño de un durazno.

Por cierto, vi completa la rueda de prensa de Arturo Herrera, flamante mandamás de Hacienda. ¿Mi impresión? De buena a muy buena. Un tipo articulado y con una visión clara de la economía global. Ahora falta que lo deje trabajar AMLO. A ver si con esto aprende el presidente y desconfía de sus dizque amigos y confía más en quienes no tenemos vela en el entierro de su gobierno y sólo nos mueven las ganas de ver crecer a México. Mañana sí les platico de Carlos de Sigüenza y Góngora. Se los juro.