EDITORIAL: Consejos de un médico cirujano a los políticos de México

Henry March, un inglés de 68 años, es uno de lo mejores neurocirujanos del mundo. Su prestigio no consiste en haber descubierto una nueva sustancia cerebral, o una función hasta ahora desconocida del cerebro humano.

Su reputación es más bien de índole artesanal: sabe hacer maravillas con sus dedos y sus manos. Esa labor de filigrana que significa tomar un bisturí y extraer un tumor alojado en la base del cráneo, es un prodigio reservado para muy pocos cirujanos.

Los diversos casos que más han calado en la conciencia de este hombre sensible, que también es aficionado a la carpintería y la apicultura, los ha descrito con una prosa directa y sin adornos en un libro tan entretenido como enternecedor: Ante todo no hacer daño (2014). Todo aquel que sea médico cirujano debería leer este libro. Y todos los pacientes también.

La máxima que March usa como título de sus memorias, demuestra la humildad que debe tener todo cirujano digno de tal nombre. No hay magia en la medicina. Son más las predicciones que se cumplen, que aquellas que se salen de lo esperado.

Tampoco hay cirujanos superdotados. Los mejores han dejado en su camino, muchos pacientes lisiados o en un estado peor al que tenían antes de entrar al quirófano. El propio March calcula que de sus 15 mil intervenciones quirúrgicas, a lo largo de casi 35 años de experiencia médica, una tercera parte terminaron en fracasos rotundos. Así lo reconoce abiertamente. Es decir, acabó con la calidad de vida de sus pacientes. Lo confiesa con vergüenza y sincero dolor.

March es un hombre sensato: sabe que como seres humanos, expuestos a una tensión de varias horas continuas en el quirófano, a veces 10 o 12, el cansancio invade al médico, o le reduce sus reflejos, o lo vuelve más falible. Por eso March concluye su libro con una dosis de sabiduría simple: la verdadera experiencia de un médico no consiste en hacer buenas operaciones, sino en decidir hacerlas o dejar morir al paciente en paz. Ese dilema existencial ha torturado a March casi toda su vida. Pero bien vale la pena tenerlo aún en el terreno de los vivos. Es un sabio pragmático y sutil. Un humanista con guantes y bata médica.

Por cierto, esta máxima del doctor March también deberían aplicarla los políticos en su gestión gubernamental: ante todo, no hacer daño a la gente. Es decir, no se confabulen con el crimen organizado por tal de hacerse ricos, no roben del erario, no confundan ocurrencias con políticas públicas, no sean negligentes con el dolor ajeno. Ante todo, no hacer daño.