EDITORIAL: ¿Corremos un riesgo de que Evo Morales se exilie en México?

En su muy buena novela “El hombre que amaba a los perros” (2011), Leonardo Padura narra el asilo político que el gobierno de Lázaro Cárdenas le dio a León Trotsky y a su esposa Natalia Sedova.

El asilo a Trotsky no fue por causas ideológicas. De hecho, Padura narra los graves riesgos diplomáticos en los que incurrió Lázaro Cárdenas por cobijar al paria soviético en nuestro país. A Stalin no le hizo ninguna gracia que el gobierno mexicano recibiera a su peor enemigo. Tanto, que Stalin mandó matar a Trotsky en suelo mexicano.

Hace muchos años, José López Portillo le dio asilo político a Mohammad Reza Pahleví, Sah de Irán. Los críticos de izquierda pusieron el grito en el cielo: se nos echaría encima la República Islámica, habría atentados y matanzas en México y hasta declaración de guerra entre ambas naciones. Pero no nos pasó nada. El Sah vivió muy quitado de la pena en Cuernavaca, murió de cáncer y su chef se fue a vivir a Saltillo, donde puso un restaurante que hasta donde se todavía opera.

¿Qué nos pasará ahora con Evo Morales en México? Nada. ¿Debió negársele el asilo político? No. Dictadores, monarcas, comunistas y hasta fascistas hemos recibido en México y han vivido aquí sin pena ni gloria. El poder no se comparte. Y a los gobernantes tanto de izquierda como de derecha no les pasa por la cabeza compartir el poder con ningún huésped extranjero, por mucho que lo admiren, veneren y literalmente le pongan casa.

Ahora bien, se cree que siendo de izquierda, todos los gobernantes de América Latina están cortados por la misma tijera. Pues no. En aquellos años de la castaña, cuando casi toda América Latina se pintaba del rosa al rojo subido, a José Mujica, por ejemplo, le caía gordísima Cristina Kirchner. Un par de veces se dirigió a ella como “la vieja idiota”. A Lula da Silva, a su vez, le caía mal Mujica y un par de veces dijo de su colega presidencial que “olía a orines” (cheira a urina, en portugués).

De esta camarilla de izquierda, solo hay dos que, para bien o para mal, son políticos profesionales: Lula y Evo Morales. Ambos pactaron con Dios y el demonio, con santos y pecadores y hoy son los que están irónicamente en la lona. De los demás, Cristina ya volvió a reinar detrás del trono, Maduro acabó con su país pero con él arriba del chiquero y ahora manda en México López Obrador de quien aún es prematuro saber cómo le irá, aunque tiene encendidos varios focos rojos.

Sin embargo, entre esos focos rojos no está el exilio de Evo Morales; usarlo como propaganda a favor o en contra es harina de otro costal. Eso sí, la presencia de Evo en México es un guiño de AMLO para quienes suelen compararlo con el General Cárdenas (Dios Santo), es una remembranza para quienes gustan citar la honrosa diplomacia mexicana, y es una buena protección por si Evo recobra el poder algún día y tiene que regresarle la copa a AMLO recibiéndolo en un futuro en Bolivia. Dependerá de cómo se pongan las cosas por allá y por acá.