EDITORIAL: El gesticulador: burlador burlado

Ayer vi en el Teatro de la Ciudad de Monterrey, una puesta más de El gesticulador de Rodolfo Usigli. Recordemos que la trama consiste en la suplantación de un general revolucionario perdido, por un maestro universitario. En este caso, fue dirigida por Iván Domínguez- Azdar. El montaje es bueno, los actores muy bien dirigidos pero la propuesta de Iván es mala. Yo diría que pésima. Quiere hacer una farsa de una obra realista, dramática. Y la idea fracasa en todos los sentidos.

Como el lector sabe, la farsa recurre a clichés y estereotipos. El gesticulador, en cambio, es teatro realista (en sí mismo, muy divertido). Si el director quiere hacer de esa obra una farsa, está en su derecho, pero no está montando a Usigli. Está dirigiendo otra cosa, no El gesticulador.

Y si el director quiere montar otra obra, una experimental, vanguardista o lo que se le pegue la gana, que la busque en el teatro mexicano: las hay y muy buenas. O que escriba la suya propia. Pero que no desnaturalice a Usigli. Además, no lo ocupa.

Respetando el libreto de Usigli, el director de esta puesta hubiera sido tan demoledor contra la política mexicana, como lo fue el estreno original de esta obra en 1947 que, para muchos (incluyéndome), es la más importante del siglo XX en nuestro país.

El gesticulador inició el teatro moderno en México. Fundó la dramaturgia mexicana posrevolucionaria. Convertirla frívolamente en farsa que no llega ni a teatro de vodevil, con sus chistes de vodevil y sus gracejadas de vodevil (como poner la foto de La Gaviota y de Irma Serrano en el escenario, parodiar a Madero o burlarse de las ridículas pretensiones de Elena, la esposa de César Rubio, que en el libreto original es el personaje más digno), es empobrecer una obra sutil y compleja, dolorosa y profunda. Me apena por Usigli, una víctima más de algunos directores actuales, que todo quieren reducirlo a humor simplón y risotadas.