EDITORIAL: El novelista que suele leerse los días finales de cada año

De las grandes novelas, tengo predilección por las inglesas: Walter Scott, Stevenson, H. G. Wells, Chesterton, Lawrence, etcétera. No oculto que soy anglófilo de los pies a la mollera. Y de los ingleses, ningún otro narrador tan cálido y entrañable, tan cercano a cualquier lector del Viejo y el Nuevo Mundo, como Charles Dickens. Cuando monté una agencia de publicidad en San Pedro, la bauticé (era de esperarse) como Dickens Group y fue un éxito rotundo que duró muchos años.

Un 23 de diciembre de 2003, en Londres, al final de una larga caminata por Charing Cross Road, en el mítico barrio de Covent Garden, recalé en la librería Quinto & Francis Edwards.

Ahí conseguí a buen precio, la primera edición (las llamadas Príncipe) de tres novelas de Dickens, y son el mayor tesoro que guardo en mi biblioteca. Sospecho que los vientos de la suerte soplaron ese día a mi favor, porque el viejo librero que me atendió se ahogaba en whisky y apenas pudo regatearme nada.

Hoy, como ejercicio navideño, hojeo la primera edición de Oliver Twist (1837), adornada con varias litografías originales y un dibujo del propio Dickens (muy buen dibujante además de narrador).

Amamos a Dickens porque Dickens amaba al género humano. Y encima de ser un genio de la novela, gastó una fortuna en fundaciones para atender a niños sin hogar y a madres solteras (en plena época victoriana). Estas fundaciones son históricamente las primeras en su género. Eso se sabe poco.