EDITORIAL: Fábula del policía y los políticos ladrones

Había una vez un país que se llamaba Chilangocity. Su pueblo comía nopales, tomaba mezcal, hacia memes para Instagram y ponía diablitos en sus casa para no pagar la luz eléctrica.

Los políticos de Chilangocity se tomaban fotos en sus yates para salir en las revistas de moda. Y robaban todo lo que podían, a manos llenas. Robaban los gobernadores, los alcaldes, los ministros y los líderes petroleros.

Cierto día llegó a reinar a Chilangocity un redentor y puso a un policía para que persiguiera a los políticos corruptos. Ya no metían al bote a los narcos ni a los criminales, quizá para abrir espacio en las prisiones a los ex gobernantes.

Pero sucedió que el policía de Chilangocity exhibía en la tele a un gobernador millonario, a un líder sindical adinerado, a un ministro de la Corte, y luego hablaba con ellos en cortito.

“Mira”, les decía el policía: “te acabo de confiscar los doscientos millones de tus cuentas. Voy a declarar públicamente, ante el fisco, que tu fortuna solo asciende a cien millones, me das por debajo de la mesa los otros cien y te regreso la mitad. ¿Te gusta el trato? Quedas libre. No te gusta el trato? Te meto al bote y te dejo sin un peso”.

Nadie sabe en Chilangocity qué respondieron al policía el ex gobernador, ni el líder petrolero, ni el ministro de la Corte, pero se sabe que los tres pillos andan felices y contentos, eso sí, con un poquito de menos dinero en sus chequeras.

¿Y entonces una tal señora Sauces, qué hacía ella sí en el bote? Pues sucede que en Chilangocity se valía pasarse de listo y picudear, pero no pelearse con el que manda arriba.

¿Moraleja? Me da flojera escribir alguna. Pero que el lector invente la que quiera.