EDITORIAL: Guajolotas para el mañanero de AMLO

De las conferencias mañaneras de AMLO, los más beneficiados son los vendedores de guajolotas con atole, en las intermediaciones de Palacio Nacional. Para quien no sea chilango (ni modo, no se puede todo en la vida) le diré que las guajolotas están tipificadas como parte de los siete pecados capitales. Especialmente se pueden hallar en la sección gula, círculo del infierno donde todos queremos estar (después del círculo de la lujuria, preferido, supongo, de casi todos los lectores).

Las guajolotas las desayunan los reporteros desmañanados, comúnmente después de las conferencias de AMLO. Esto por una razón práctica: las doñitas montan sus puestos a eso de las seis de la mañana, hora en que los heroicos reporteros entran al Salón Tesorería de Palacio Nacional, para ocupar sus localidades, escuchar a Andrés Manuel y echarse uno que otro su pestañita, como no queriendo.

Obvio, nunca falta el audaz que ya se desayunó a la velocidad de la luz su guajolota correspondiente, y todavía mastica su torta de tamal de chile verde, mientras improvisa una pregunta al mandatario, nomás para salir del paso.

Si AMLO de verdad fuera pueblo, si de verdad fuera barrio, se comería su guajolota con atole delante de la casta reporteril, para predicar con el ejemplo. O de perdido una tecolota (torta de chilaquiles). Y no estaría mal que, aunque las gráficas y las estadísticas no son del gusto de AMLO, el mandatario mostrara de perdido en Power Point las calorías que otorgan las guajolotas (tres mil carbohidratos en promedio, según mis cálculos), y las energías que brinda al encolesterado consumidor. Pero a veces Andrés Manuel no usa ni notas ni tarjetas ni nada y se la pasa malamente improvisando con la pura inspiración. 

El desvelo del gabinete que acompaña a AMLO en sus conferencias mañaneras, el no dormir de los colaboradores de cada Secretario de Estado, que arriban casi a la fuerza a Palacio Nacional a las 5 de la mañana, se atenuaría con una buena torta de tamal de rajas con queso y su correspondiente champurrado.

Otra opción, en vez de mi genial idea de añadir guajolotas a las conferencias mañaneras, sería acabar con ese loco afán de “marcar agenda” desde temprano, en esta época de Internet, donde las noticias y la agenda se suben incesantemente las 24 horas del día, no como en épocas pasadas, cuando lo ideal era fijar agenda muy temprano, en las mañanas y competir con los periódicos impresos (que pierden terreno cada vez más frente a los digitales).

Es más: de presentarse una eventualidad, una contingencia, una desgracia — Dios no lo quiera —, el gabinete en pleno de AMLO se sorprenderá medio lampareado, medio atarantado por el no descanso, sin las energías suficientes y sin la lucidez que rinde el buen dormir. No en balde el general Álvaro Obregón ganó todas sus batallas porque se echaba una siesta diaria, y dormía mondo y lirondo sus ocho horas seguidas. Lo que además me hace conjeturar que de haber desayunado guajolotas con atole, don Álvaro hubiera sido imparable, imbatible, invencible, y se hubiera convertido en nuestro Alejandro Magno, con sus dos brazos intactos y sin las negras ojeras que afean la cara de AMLO.