EDITORIAL: La palabra oculta de Minerva Margarita Villarreal

El domingo pasado presenté en la Feria del Libro de Monterrey, el nuevo libro de poemas de la escritora regiomontana Minerva Margarita Villarreal, Vike: un animal dentro de mi (Analfabeta 2018). Esta es una síntesis del texto que leí.

El más reciente poemario de Minerva Margarita, me hizo evocar El Crátilo, de Platón. En este diálogo sobre la naturaleza del lenguaje, se afirma que cada uno de los seres y cosas tienen el nombre exacto, la palabra correcta, lo mismo en griego que en las lenguas bárbaras.

Borges (que solía resumir el universo en un par de frases), resumió el diálogo platónico, casi a la perfección, en la primera estrofa de su poema El Gólem: “Si (como afirma el griego en el Cratilo) / el nombre es arquetipo de la cosa / en las letras de ‘rosa’ está la rosa / y todo el Nilo en la palabra Nilo”.

Minerva Margarita, hizo lo contrario a El Crátilo, cuando escribió los poemas de Vike: a lo largo de su texto gravita un término clave, que mancha y carcome cada una de sus líneas; un término ominoso, ofensivo que no nombra, que no cita, pero que fija el arquetipo de la cosa: marca como hierro ardiente esta obra de poesía narrativa.

Dicha palabra, que es uno de los nombres de la maldad, una de las tantas variantes con que nombramos el mal, está sofocando la vida de muchas Vikes que tuvieron el mal tino de nacer un día, en el seno de la familia equivocada, con los padres equivocados, con los vecinos equivocados, en la sociedad equivocada, en un planeta equivocado.

“Quien no conoce la cárcel no conoce el Estado”, decía Tolstoi. “Quien no conoce las relaciones familiares pervertidas, no conoce el infierno”, diría Minerva Margarita. Freud habla del unheimlich, de lo siniestro que anida en la vida familiar, más allá de la aparente normalidad. Vike es cualquier mujer ultrajada, cualquier mujer violada por el padre, por la pareja, sometida por los parientes, por el machismo, por los agresores que no ven en ella un árbol que resplandece, “mientras un viento fresco / pasa entre sus ramas”. El viento es la vida que atraviesa el cuerpo de todo ser humano, que es sagrado.

Vike ve una estrella en el pozo de un aljibe, pero sus puntas no son símbolo de esperanza sino de amenaza: “sus filos despuntan cuando llega la noche”. Reveladoras son las sucesivas violencias físicas y mentales padecidas con la muchacha que dejó antes de morir “El vestido de novia con el que no se casó / sobre la cama como si fuera a llevárselo”. Revelador es la violencia del padre, “que robó la luz de sus ojos”, y de su hermana que hurtó sus escasos bienes: “No es cierto que los ministeriales / se robaran el dinero / Almita su hermana fue la que lo agarró”.

Rilke habla de la pantera que “cree que el mundo está hecho de miles de rejas y, más allá, la nada”. Eduardo Lizalde habla de un tigre en la casa que a mi modo de ver simboliza la muerte, constantemente encima de nosotros.

El animal de Vike, a diferencia del de Rilke o el de Lizalde, es evidentemente más genérico, pero no me cabe duda que también es un felino. Dice Minerva Margarita: “Un animal que vaga por mi vientre / se aloja se duerme se está quieto / pero a veces lo escucho rugir.

Vike simboliza esa palabra oculta, soterrada, que no se dice pero que está latente en el poema de Minerva Margarita: esa palabra es el abuso sexual, el abuso físico, el abuso emocional, el abuso de la indiferencia social.

Es el abuso contra la trabajadora doméstica, contra la periodista sin condiciones para desempeñar con seguridad su profesión, contra la estudiante de la Uni que sube a la estación del Metro Aztlán, contra la esposa agraviada por el marido golpeador, contra la madre de familia que viaja en caravanas de migrantes.

Minerva Margarita Villarreal se acerca con su libro de Vike y susurra al oído de las mujeres ultrajadas para darles el bálsamo de la poesía. Pero también se acerca al oído de los violadores, de los asesinos, de los desalmados y les dice” escucha, mira, lee, y sopesa el infierno que tu daño ha provocado”.