#EDITORIAL: La suerte de un repartidor de comida a domicilio

Cada vez que veas a una repartidor de Uber Eats circulando en su moto, y te moleste su presencia, te pido que pienses lo siguiente.

 

Por irónico que parezca, hay más restaurantes “Pet Friendly” que “Repartidores Friendly”. La gente ama más a sus mascotas que a los repartidores.

 

Yo adoro a Mito, pero jamás lo pondría por encima de una persona; Mito es mi mascota, los seres humanos, en cambio, son mis semejantes. ¡Cuidado con no entender la diferencia! Este tipo de racismo es a todas luces una de las grandes injusticias que cometemos en Monterrey y en todo México, casi sin darnos cuenta.

 

A los repartidores de “Uber Eats”, “Rappi” o “Sin Delantal” los humillan, los hacen menos, se burlan de ellos. En muchos restaurantes les ordenan que esperen su pedido afuera del local, parados a pleno sol. Hay restaurantes donde los perros rondan libres bajo las mesas, pero a los repartidores se les prohíbe cruzar la puerta de entrada. No les prestan ni el baño.

 

Mucha gente ignora que los repartidores de este tipo de comercio electrónico son empleados sin ningún tipo de prestación laboral, ni protección social, ni IMSS, ni fondo de retiro. No cotizan como derechohabientes ni tienen derecho legal a ser liquidados.

 

Ninguna de las aplicaciones como Uber Eats o Rappi les ofrece nada a los repartidores: ellos mismos tienen que poner sus herramientas de trabajo, sus motos y sus refacciones. Y la peor mentira es que los repartidores son sus “propios jefes”. Son empleados maltratados. Punto.

 

Si tienen un accidente vial no cuentan con un seguro que los respalde. Eso sí: están obligados a pagar impuestos al SAT. Es decir, el gobierno no los ampara pero sí les quita un porcentaje de sus escasos  ingresos.

 

Así que si se te atraviesa en la calle un repartidor, piénsalo dos veces antes de mentarle la madre. No seas cómplice de este sistema que crea ciudadanos de segunda.