EDITORIAL: Las jugadas financieras de Andrés Manuel

El proceso de transición presidencial, que se acaba este próximo sábado con la toma de protesta de AMLO, sirvió para muchas cosas, entre otras, para que el próximo mandatario midiera los alcances de su equipo más cercano. Y para que Mario Delgado enconara sus diferencias de criterio contra Carlos Urzúa, próximo Secretario de Hacienda. Ambos inician el sexenio con fuertes desavenencias por el Presupuesto de Egresos.

Experimentado en cabildeos legislativos, Delgado se ha ganado la simpatía de buena parte del gabinete. Y ha deslizado la especie de que Hacienda no sabe distribuir bien la asignación de partidas presupuestales. Según Delgado, no hubo criterios bien definidos sobre a quién darle más y a quién restarle pesos y centavos.

Es natural: en todos los arranques de sexenio, los nuevos mandones de Hacienda apenas están conociendo el tablero de operaciones. Los líderes legislativos, en cambio, ya armaron para entonces sus interescuadras. Cuentan ventajosamente con aliados clave, y con más soltura para negociar con las secretarias de Estado, porque son la cara amable para los miembros del gabinete (sobre todo cuando emanan del mismo partido y son mayoría en ambas cámaras, como es el caso actual de Morena).

Hacienda, en cambio, siempre es el ogro, la dependencia rejega que dice no a todo, que aprieta el cinturón y que rasura con machete las promesas iniciales de presupuesto. El Presidente lo sabe, pero se presta al juego. Regaña públicamente a Carlos Urzúa pero maneja valores entendidos. Ya hubo un supuesto sacrificado: Gerardo Esquivel. Mentira: es simplemente un reacomodo de fichas donde AMLO no pierde. Pero alguien tiene que ser el malo de la película.

Contra lo que pudiera pensarse (y contra lo que especulan algunos periodistas mal informados), AMLO no es un manirroto, ni un derrochador, ni un irresponsable financiero. Por irónico que parezca, detrás de esa imagen de justiciero social y de populista, se oculta un pichicato marca diablo, que escatimará todos los recursos que pueda y buscará ahorrar todo lo posible. Es, para bien, un político tacaño en los dineros públicos.

Eso lo sabe Delgado, pero el legislador asume que tiene que cargar las culpas sobre un chivo expiatorio. Y Urzúa es un culpable coyuntural a modo. Ya se verá con el tiempo qué cuando AMLO tenga más control sobre el Banco de México, los valores entendidos apuntarán a que la Junta de Gobierno de esa institución supuestamente autónoma (nunca lo ha sido), cargará con la responsabilidad de frenar cualquier tentativa de exceso económico, para procurar la estabilidad del poder adquisitivo del peso.

Aunque algunos analistas no lo crean, el sistema financiero mexicano es un balance de pesos y contrapesos que hace funcionar bien la política económica y mantiene la disciplina fiscal, a pesar de todo. Y a eso se atendrá AMLO para que su gobierno no zozobre. No vienen tiempos malos para las finanzas mexicanas. Pero tampoco viene una bonanza, eso es seguro.