EDITORIAL: Los riesgos de López Obrador de comunicarse por videoconferencia

Algún recelo tendrá Andrés Manuel López Obrador con los viajes al extranjero. La explicación más simple al enigma no es la más convincente: AMLO detesta quedarse sentado muchas horas en un avión. Esta hipótesis es falsa. Y es que el Presidente está tan acostumbrado a viajar en carro y camioneta a lo largo y ancho del territorio nacional, en condiciones extremas, durmiendo a ratitos, entre tumbos y baches, que un prolongado vuelo aéreo sería un paseo dominical para este viajero consuetudinario que ha gastado más vida en traslados que en tierra firme y anda siempre en campaña.

Otra explicación es de índole económica: apegado a su republicana política de austeridad, al Presidente no le gusta gastar. Y brincar de un continente a otro, o desplazarse por el mismo en donde vive, implicaría fuertes erogaciones que AMLO no está dispuesto a asumir, especialmente en su propia persona, tan humilde en hábitos e indumentaria.

Una explicación adicional es de carácter diplomático: el Presidente no cree en las relaciones internacionales en corto, vis a vis, que no se den exclusivamente en el escenario cómodo que él domina: su país. Además, ya se sabe que no tiene smoking para las cenas protocolarias, no le interesa cumplir con las formalidades que no sean estrictamente liberales, y su menosprecio por las monarquías europeas es manifiesta.

Una última explicación traspasa los terrenos de la psicología: López Obrador se siente menos, incómodo, fuera de lugar, cuando habla con mandatarios extranjeros si no es por vía telefónica. ¿Sentimiento de inferioridad? Lo dudo. Según escribió el célebre psiquiatra Samuel Ramos hace muchos años, a los mexicanos nos caracteriza un curioso sentimiento de inferioridad colectivo que igual invade a nuestros gobernantes, pero la tesis ya está rebasada y luego nos salió Octavio Paz con que México es más bien un país de seres solitarios, perdidos en su laberinto. En fin, cosas de poetas. Y es innegable, por otra parte, que la autoestima del Presidente es muy alta, aunque se le note a leguas que no se explaya a sus anchas con colegas suyos ni la pasa bien donde él mismo no sea el centro de atención. Tampoco le gustan mucho las fiestas ni los banquetes, ni las cenas de gala, ni las cenas de honor, ni los brindis con champán. Algo habrá de insospechado en lo más profundo de su subconsciente.

Por eso, la magnitud que cobra un tuit que escribió ayer López Obrador, no es tanto por dar a conocer una conferencia con Mark Zuckerberg, sino porque sus primeras líneas revelan buena parte de su íntima personalidad: “no hace falta viajar con frecuencia al extranjero, ahora podemos comunicarnos mediante videoconferencias”.

Pues no. AMLO se equivoca: ya debería saber que esta tecnología tiene más de una década y sigue operándose con los mismos defectos con los que se creó: el riesgo de ser espiado, intervenido, infiltrado, es 100% posible. Y a veces, señor Presidente, conviene hablar en privacidad, directamente, en persona, cuerpo a cuerpo, así sea el interlocutor Mark Zuckerberg, Donald Trump o el Rey de España.