EDITORIAL: ¿Nos irá mal en el sexenio de AMLO? (Spoiler: No)

Analistas de buen criterio vociferan que AMLO nutre la polarización social, el radicalismo político y la falta de consensos. No lo creo, aunque estas amenazas no podremos despejarlas del todo hasta bien entrado su sexenio. Pero despleguemos algunas advertencias oportunas: ningún político que no ostente a plenitud la institucionalidad del poder (y AMLO lo hará hasta el primero de diciembre), puede controlar las instancias de negociación como un mandatario en funciones. Y AMLO aún estaba fuera de Palacio Nacional, con todo y sus 30 millones de votantes apuntalando su figura. Su margen de toma y daca con los mercados, con los opositores políticos y hasta con su núcleo duro de poder es muy acotado. Si queremos tomar como rasero del próximo sexenio esto que fue apenas un proceso de transición, haremos mal los cálculos y los indicadores de futuros resultados. Abróchense los cinturones, la verdadera turbulencia está por comenzar.

¿Qué tendrá AMLO como Mandatario que no tiene en su calidad de Presidente electo para operar a sus anchas? Todo el dinero público, todas las posiciones estratégicas en la cadena de mando, y todo el aura que históricamente reviste en México a los hombres fuertes. El Congreso de la Unión destina recursos discrecionalmente a su leal saber y entender mediante el Presupuesto de Egresos de la Federación (que por cierto siempre gasta más de lo programado). Para 2019, serán 5 billones 677 mil 200 mdp. Más dinero que cualquier empresa que cotiza en la Bolsa Mexicana de Valores. Y el Congreso está controlado mayoritariamente por Morena, o sea, por el gobierno de Morena, o sea, por Andrés Manuel López Obrador. Así de simple. Bastará que el flamante presidente abra las inversiones privadas en obras magnas como el Tren Maya, para que entren al aro los hombres de negocio díscolos, que hasta ahora han azuzado la comentocracia en contra de AMLO. Bastará con que convoque como asesores personales a juniors empresariales como Carlos Hank, Miguel Alemán hijo y Olegario Vázquez Aldrid, para acallar quejas de la Iniciativa Privada. ¿Estará el Banco de México para atemperar sus decisiones presidenciales? Tampoco: ya indujo la renuncia de Roberto del Cueto a la Junta de Gobierno de esa institución para mandar un “quién vive” a esa supuesta institución autónoma.

El líder de Morena incluso se dio el lujo de practicar round de sombra, amenazando a la banca nacional (que de nacional casi no tiene nada), con eliminar legalmente las comisiones bancarias arbitrarias. El susto momentáneo de los mercados a la baja no son más que eso: pretensiones de asustar con el petate del muerto por parte de las instituciones de crédito que son, en el fondo, las más interesadas en que ningún factor exógeno les haga olas a sus desproporcionadas ganancias en México, sin parangón con sus utilidades en otros países occidentales.

AMLO ya mostró sus cartas para la mayoría de las carteras del gobierno federal. Pero no se tocara el corazón para quitar y poner, mantener o desplazar, nombrar y correr; es el supremo dador de cargos públicos que impedirá a toda costa que le crezcan los enanos: a Héctor Vasconcelos lo sacó de buenas a primeras como el tan anunciado Secretario de Relaciones Exteriores, después de placearlo para ese puesto durante casi toda la campaña presidencial. Igual tratará a sus demás colaboradores, incluyendo a sus más cercanos como Marcelo Ebrard – que es su único operador en grandes ligas globales — Olga Sánchez Cordero – que es su única operadora en temas polémicos – y Carlos Urzúa – que será a la larga un buen operador de mercados, no el único, aunque todavía le falle su manejo del tablero financiero internacional –. Se dice en México que de los amigos íntimos nacen a menudo los enemigos acérrimos, los más crueles. Por eso, ninguno se atreve a dar el madruguete como sucesor de AMLO, porque lo conocen y saben que saldrían disparados al ostracismo o simplemente directos a sus casas. Y a estas fechas tempranas, nadie se la quiere jugar. En su momento, cuando llegue la sucesión de AMLO, resurgirá el mayor invento mexicano al mundo: la grilla o la tenebra, como se decía en los años veinte.

Finalmente está el aura de AMLO como hombre fuerte. Esa es su principal carta para negociar: en todas sus cuatro transformaciones (si es que podemos dividir la historia nacional en compartimentos estancos, cosa que no creo), lo que predominó fue la figura de respetabilidad del Gran Inquisidor, del Caudillo, del Líder Máximo, del Supremo Dador o en este caso, del Gran Carnal. Con AMLO no tendría por qué ser diferente. Su ídolo es el poderoso Juárez y no el blandengue Madero. A esta casi mística figura disciplinaria se le conoce en la fiesta brava como el mandón. Para bien y para mal, así se gobierna en México y así está acostumbrada la mayoría a obedecer. Las redes sociales –y no la prensa – han erosionado esta figura dominante hasta grados irrisorios, risibles y ridículos. Qué bueno. Sin embargo, el aura, con todo lo atenuada y exangüe que esté, permanece vivo en el imaginario colectivo.

La oposición institucional a AMLO se dedicará a emboscar las fuentes de financiamiento del gobierno del Mandatario, a desacreditar a su círculo íntimo, a cuestionar su honestidad y a intentar pulverizar su aura de hombre fuerte. No pudiera ser de otra manera. De eso se trata: para eso existen los opositores institucionales. Pero si siguen recurriendo a la crítica extremista, sin matices (AMLO es un dictador, un autócrata electo, hará de México una Venezuela, un páramo, etcétera), pronto estirarán tanto las ligas del exceso, que las romperán: toda oposición exitosa tiene que quemar metódicamente sus etapas, sus grados y sus variaciones de intensidad, bajo riesgo de que se devalúe prematuramente. Por eso, el opositor asertivo ya no podrá ser Vicente Fox (grotesco), ni Felipe Calderón (patético) ni Carlos Salinas de Gortari (Maquiavelo trasnochado). El opositor asertivo no será panista, ni mucho menos priista: será un morenista a la postre disidente. ¿Aventuro un nombre? Sí: Ricardo Monreal. ¿Otro? Sí: Gerardo Fernández Noroña.

Dice Martin Luis Guzmán en la mejor novela mexicana sobre política, La sombra del Caudillo: “la política de México, política de pistola, sólo conjuga un verbo, madrugar”. Aunque daba sus conferencias de prensa matutina como jefe de gobierno de la Ciudad de México, AMLO aprendió muy recientemente a conjugar el verbo madrugar. Se madrugó a sus enemigos, se madrugó a los demás candidatos en campaña, se madrugó a la prensa fifí y a Enrique Peña Nieto arrebatándole a hora temprana la agenda política. Esa forma de politiquear se había visto poco en décadas recientes en nuestro país. De ahí que más que una transformación, la gestión de AMLO acaso será una re-vuelta: regreso, retorno añorante a las clásicas formas de gobernar, que muchos mexicanos de la vieja guardia extrañaban y muchos mexicanos de la nueva camada imaginaban. No nos irá mal con este Presidente. México ya no es país de un solo hombre. Pero no adelantemos vísperas (¿para qué?) y veamos sobre la marcha cómo será nuestro despertar cuando se cumplan los próximos seis años. Esperemos que al menos no estemos peor que como nos dejaron la casa torrada los priístas y los panistas juntos.