EDITORIAL: Parques públicos que celebran conciertos privados

El parque Fundidora, en la ciudad de Monterrey, se creó con dinero de los contribuyentes. Es un fideicomiso que se formó con recursos públicos, en primera instancia, para rehabilitar el espacio de la vieja industria y luego para garantizarles áreas verdes a los nuevoleoneses. Hay una ciclopista bien utilizada por quienes se ejercitan en bicicleta, patines o trotando.

Las opción inicial fue vender a particulares las hectáreas que ocupaba la antigua Fundidora, fuente de progreso evidente pero a la larga un polo de polución e insalubridad. Se resolvió bajo la figura legal de bien público. Un entorno natural, que además es uno de los pocos pulmones ecológicos en él Área Metropolitana de Monterrey.

Sin embargo, ahora el parque Fundidora es un negocio de espectáculos masivos. Es la competencia directa a los salones de eventos. Esto provoca competencia desleal: el comercio privado se rasca con sus propias manos, se las ingenia con sus recursos; hay un riesgo de inversión. En el caso de quienes administran el parque no hay ningún riesgo comercial: el recurso es público, juegan con dinero ajeno.

Lo justo sería que los contratos que firma el parque Fundidora con los productores y representantes de artistas nacionales e internacionales salieran a la luz pública. Que se publicarán en la página de transparencia. Así nos quedaría claro cuánto ganamos con esa pasarela muy bien cobrada, de cantantes y músicos que se presentan ahí y que es claramente un negocio de unos cuantos.

¿Por qué esos festivales de tres o cuatro mil pesos por persona no se hacen en salones privados? Ninguna autoridad pública pone el dedo en la llaga porque recibe sus beneficios, amparados en la opacidad de los negocios gubernamentales. Todos ganan menos los ciudadanos.