EDITORIAL: Recetas para que AMLO recobre su olfato, tras el abucheo beisbolero

No abundaré en el móvil por el que una muchedumbre, en un estadio deportivo, abuchea o rechifla a un símbolo del poder político. Otros periodistas lo han hecho con envidiable precisión y agudeza, como Federico Arreola o José Jaime Ruiz. Me enfocaré en todo caso al objeto de burlas de esa tarde de béisbol, o sea, a AMLO. O, mas directamente, al olfato del mandatario, que se está averiando en forma prematura, en el poco tiempo que lleva gobernando.

No hay peor mala suerte para un político que las cosas le resulten demasiado bien. La buena fortuna nubla la vista, adormece los instintos, entumece los reflejos. Una mayoría aplastante en el Congreso, una popularidad por los cielos, una oposición descuajaringada, abre peligrosos compases de relajamiento. Y AMLO ya delata ese mareo de quien malabarea con un pie en un ladrillo.

Soltar fruslerías en la mañanera, como ese dato curioso de que el papá del dictador Mussolini le puso así a su hijo, en honor a Benito Juárez, es suponer que se puede decir cualquier jalada en una rueda de prensa, sin sufrir ninguna consecuencia. Aparecer en un evento deportivo sin la mínima prevención de escenarios adversos, es estirar sin necesidad la liga de la buena suerte. Algo malo puede ocurrir, intencional o casualmente, y no habrá ningún tipo de control de daños. Repetir la respuesta esperable (es culpa de la prensa fifí, de la porra fifí, de los enemigos fifis), es instalarse en la comodidad de los esquemas elementales, que evaden la complejidad de los asuntos públicos.

No puede usted continuar así, Andrés Manuel. La confianza de la gente no se gana de una vez y para siempre (con trabajo, con esmero, con tesón como usted lo hizo), para luego jugar a los volados en la orilla del precipicio. Es muy pronto para sentarse en sus laureles. Usted que lo estaba haciendo bien, bastante bien, usted que solía saltarse los cercos asépticos para no apartarse de la gente, ahora se lo digo con sincera preocupación,  está replegándose en un insano ensimismamiento.

Olvídese de la mañanera, mañana o pasado y brinde a deshoras con las “gargantas aventureras” de las cantinas de Chimalhuacán, hable con los puesteros de Tepito, deje por un rato los aviones y váyase mejor a esperar viaje en una sala atestada de una terminal de autobuses, o póngase a jugar a las damas chinas o al dominó no con Silvio Rodríguez (qué desde hace años ya dejó de ser pueblo), sino con los aficionados beisboleros que tienen su club de tardeadas con Cuba libre, o su campechana. Si no tiene quién le de su membresía (que se redacta en una simple hoja de cuaderno, con un bolígrafo), yo se la gestiono, faltaba más, y sáquele de nuevo brillo a sus instintos, o despeje de una buena vez esa nariz congestionada y recobre el buen olfato que en usted llegó a ser, palabra de honor, francamente legendario. Todavía estamos a tiempo y la patria con todo y sus malquerientes como Enrique Krauze o yo mismo, se lo agradeceremos con el corazón en la mano.