EDITORIAL: ¿Somos felices?

Todos aspiramos a alcanzar la plena felicidad, esquiva quimera aparentemente inalcanzable. Muchos han tratado de desentrañar su misterio, desde filósofos hasta poetas. Los clásicos griegos, como Platón y Aristóteles, ya teorizaban respecto a ella. Siguieron explorando el tema figuras de renombre, como Agustín, Tomás de Aquino y Pablo Neruda.

Gobiernos e instituciones de la era moderna se han dado a la tarea de medirla. Un aspecto tan importante para la humanidad debe tener algún parámetro de cuantificación. Pero ¿cómo medir la felicidad?

Lo más lógico sería suponer que existe una correlación entre el crecimiento económico de un país y la felicidad de sus habitantes. Sin embargo, en las recientes publicaciones de los indicadores internacionales sobre la felicidad de los ciudadanos, los primeros lugares suelen ocuparlos las naciones escandinavas y no las que dominan la economía, como Estados Unidos o China, que ni aparecen entre las diez primeras. México ocupa el lugar 23 de 187.

Enclavada en las montañas del Himalaya, hay una pequeña nación llamada Bután que desde 1972 mide la riqueza de su gente mediante un indicador llamado Felicidad Interna Bruta (FIB), en lugar del PIB tradicional con el que el resto lo hacemos. Considera la paz, la armonía, la compasión y la calidad de vida, medio ambiente y educación.

Noble la intención sin duda, pero yo tengo mis reservas sobre esos cálculos y las encuestas. El que alguien pueda autodefinir su felicidad es muy subjetivo, relativo y condicionado a cualquier cantidad de factores y estímulos.

Si hay una sociedad feliz en el mundo, y que no encabeza la lista de marras, esa es la cubana. Aunque se tenga una creencia distinta, quienes hemos tenido la oportunidad de visitar la Isla, convivir con sus habitantes y recorrer sus calles, nos hemos dado cuenta de que la gente vive contenta. De todo hacen una fiesta, y cantan y bailan sin parar. Viven sin muchos lujos y comodidades, innegable, pero no por ello son infelices.

El origen de su felicidad radica en la ausencia de diferencias notables. Desde el afanador escolar hasta el médico reconocido, todos viven en condiciones similares. Con limitaciones, pero todos saben que tienen sus servicios de educación, salud y alimentación cubiertos, así que el estrés social se reduce a su mínima expresión.

Sin embargo, el costo de este sistema es alto. No hay incentivos al emprendimiento ni a la productividad, causa del estancamiento económico.

El reto es encontrar la felicidad en un sistema económico como el nuestro, sabiendo que el lugar correcto para buscarla es en nuestro interior. Como dicen por ahí, “no es más rico quien tiene más, sino quien necesita menos para ser feliz”.