EDITORIAL: Una copa de vino para olvidarse un rato de la tediosa política

Los aficionados al vino tinto, que somos clase media, comenzamos por probar las bodegas más conocidas, las más populares en el circuito comercial. Luego uno va madurando, que es otra manera de decir que nos hacemos viejos. Entonces le entramos a las bodegas más pequeñas, aunque sin dejar de aferrarnos al Malbec.

A mí me agrada el Malbec pero también me gusta explorar otros vinos desconocidos. De manera que, sin levantarme de mi mesa o mi sillón, salgo de aventurero a otras variedades o regiones vinícolas. A veces en estas exploraciones me va muy bien, y a veces me va de la fregada.

En este punto, siendo uno un pobre cincuentón, ha desarrollado ya un paladar propio. Pero en cuanto a diversidad no se acaba nunca de aprender. Siempre habrá vinos distintos, añadas desconocidas, bodegas perdidas en confines remotos.

Ni siquiera el vino de una misma barrica es igual. Una botella de una etiqueta de Cabernet Sauvignon puede variar en taninos, aroma o acidez. Además, para acabarla de amolar (o mejorar) un vino varietal puede contener otras cepas mezcladas con la principal. Esta práctica es común en todo el mundo. Se le llama co-plantación, o en otros procesos co-fermentación. Cualquier enólogo lo sabe.

Yo por eso no confío en la información de la etiqueta pegada a una botella. Prefiero echarme a nadar en el río inexplorado sin mapas ni croquis de salvación. A fin de cuentas no será la primera vez que me ahogue en el intento. Y como Santo Cristo, uno resucita al tercer día para seguir disfrutando los placeres que nos depara la jodida vida.