Jair Bolsonaro asumió e invitó a liberar a Brasil del “yugo ideológico y de la corrupción”

El presidente “Mito” como adoran llamarlo sus partidarios, tuvo dos momentos clave este martes, cuando asumió el comando de los destinos de 210 millones de brasileños. Uno fue el Congreso, ante el que juró como jefe de Estado. Y el otro instante fue después que se calzó la banda presidencial y se dirigió al “parlatorio”, un púlpito oblongo donde los gobernantes recién iniciados le hablan por primera vez al público.

En el Parlamento su actitud fue cautelosa. Pero en la tribuna, frente al público que estaba a bastante distancia, pero lo podía oír, no pudo contener su felicidad y agitó la bandera verde amarilla con frenesí. Fue en esa instancia, cuando ya no había chances de alguna imprevisible y malhadada reversión, donde expresó sus pensamientos despojados de formalidades. “Este momento no tiene precio: voy a servir a la Patria como presidente. Y esto solo es posible porque Dios preservó mi vida”. Sus creencias en el Ser Supremo florecen en el discurso del flamante jefe de Estado con una frecuencia inédita: “Me coloco al frente de la Nación el día que el Pueblo comenzó a liberarse del socialismo (…). Guiados por la Constitución, con la ayuda de Dios, el cambio será posible”. Llamó, también, la atención sus descripciones del concepto de ideología que se aparta de las definiciones académicas. Para él, esa palabra es un escarnio en sí mismo: “Formamos un equipo técnico de ministros. No podemos dejar que las tendencias ideológicas destruyan nuestros valores y tradiciones, acaben con las familias que son el pilar de la sociedad”.

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Antes, en la Cámara de Diputados donde se celebró la jura del mandatario y de su vice Hamilton Mourao, no vaciló en condenar esas “ideologías” que provocan “la inversión de los valores, el gigantismo estatal y el criterio negativo de lo políticamente correcto”.

En las filas de sus partidarios hubo instantes de gran euforia en que los aplausos se extendieron por varios minutos. Y uno de esos trances ocurrió cuando volvió a condenar la ideología que “defiende delincuentes y criminaliza policías”. Otro slogan que causó fervor fue el de la condena al color de ciertas banderas de movimientos sociales y partidos: “Nuestro pabellón nunca será rojo”, sentenció.

Con una popularidad conquistada en buena medida a base de estas definiciones, el mundo político y empresarial entrevé cuáles serán realmente las primeras medidas sobre las que se abocará Bolsonaro. Se explica entonces que las únicas efectivamente anunciadas hayan sido el decreto de flexibilización del Estatuto del Desarme, la reducción de la edad penal y la adscripción al principio de impunidad cuando alguien mata en defensa propia, sobre todo si ese alguien es miembro e las Fuerzas Armadas o policiales.

Estas serán son las medidas de impacto, que Bolsonaro quiere poner en práctica para demostrar que cumple. Pero otra es la historia cuando se trata de abordar las “urgencias económicas” que le reclama el establishment local. La más difícil es la ley de reforma del sistema jubilatorio. En estos casos entran a tallar factores que el nuevo mandatario no controla, y tampoco su equipo ministerial. Es lo que grandes empresarios le marcan con insistencia: “Tienen que aprender a moverse con los partidos políticos y sus representaciones parlamentarias”.

Quien se lo recordó este martes a Bolsonaro fue el presidente del Congreso, el senador Eunício Oliveira (del PMDB). Admitió que la población deposita en la figura presidencial todos sus deseos de cambio. Pero para gobernar es preciso que sean reconocidos los otros poderes. Y esto significa ni más ni menos que “negociar”. Con una dureza inapelable, Oliveira subrayó: “Hoy están en esta mesa (el estrado) los máximos representantes de los Poderes. Y esos poderes, independientes y armónicos, deberán trabajar juntos. Porque si las reglas vigentes no le permiten a usted hacer lo que eventualmente pretenda, será necesaria la acción legislativa del Congreso Nacional, con el control de la constitucionalidad de la Corte Suprema y la permanente fiscalización del Ministerio Público”.

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A su modo, también indirecto, Bolsonaro le recordó al mundo parlamentario que “cuando los enemigos de la patria, del orden y de la libertad, intentaron poner fin a mi vida, millones de brasileños fueron a las calles. La campaña electoral se transformó en un movimiento cívico, que se cubrió de verde y amarillo, que se tornó espontáneo, fuerte e indestructible. Y nos llevó hasta aquí!”. En síntesis, lo que el nuevo mandatario les replicó fue “ojo que los votos son míos”.

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En ese contexto vinieron otras apuestas presidenciales: “Vamos a unir al pueblo, a valorizar a la familia, a respetar las religiones y nuestra tradición judeo cristiana”. A esto le añadió como condición sine qua non “combatir la ideología de género para conservar nuestros valores” y abundó: “Brasil volverá a ser un país libre de las amarras ideológicas”.

Y por ser él quien ha mostrado capacidad de convocar sectores sociales amplios, desafió a los legisladores: “En este período de grandes desafíos y, al mismo tiempo de enorme esperanza, los convoco a gobernar con ustedes”. No es una tarea cualquiera. Es que Bolsonaro no ahorró epítetos y demonizaciones contra el mundo político partidario. También se esmeró en denostar a la maldita “ideología” que “corroe el Estado con su corrupción” ¿Cómo se las arreglará ahora para gobernar con aquellos a los que había condenado y que necesita para aprobar leyes consideradas fundamentales para la sustentabilidad económica? La respuesta no será inmediata. Habrá que esperar, según dicen en Brasil, algo más que los 100 primeros días en que “el gobernante aprende a gobernar”.

FUENTE: clarin