La impunidad para desfigurar a una persona: así es la venta libre de ácido en México

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Nunca antes has comprado ácido sulfúrico en México, pero por lo que has leído en los últimos días sobre los ataques con sustancias corrosivas contra mujeres y niñas, debería ser una tarea difícil y arriesgada.

No lo es.

Lo sabes al instante de buscar en internet cómo es que los perpetradores de esos ataques, que desfiguran el rostro de sus víctimas, adquieren esos líquidos abrasivos. El primer resultado de búsqueda es Mercado Libre, como si comprar ácido fuera lo mismo que comprar una televisión o un reloj usado.

En esa plataforma, hay decenas de opciones para comprar entre uno y 200 litros de ácido sulfúrico en varios estados del país. Jalisco, Nuevo León, Estado de México, Guanajuato, están entre los más comunes. En Ciudad de México, por ejemplo, hay más de 100 puntos de venta. Seguramente –piensas— debe ser una sustancia cara. Inaccesible para la población general por su poder destructivo. Pero no es así. En promedio, un litro de ácido sulfúrico se vende en internet por 50 pesos.

¿Qué tanto daño puede causar un litro de ácido?, te preguntas. Seguramente, 50 pesos apenas causan una quemadura leve, acaso ampollas o enrojecimiento por un par de días. Pero recuerda el caso de Helena Saldaña Aguilar, la joven universitaria de 23 años que en noviembre de 2018 fue atacada con ácido en las puertas de su casa en la alcaldía Iztacalco, en Ciudad de México: su rostro quedó desfigurado, tuvo quemaduras de segundo y tercer grado que han dejado cicatrices de por vida, perdió la visión en el ojo derecho y tiene enfrente más de 25 cirugías reconstructivas. Ese extenso daño fue hecho con solo medio litro de ácido; es decir, arruinarle la vida le costó a su victimario unos 25 pesos.

Entonces, piensas que si se trata de una sustancia tan peligrosa, baratísima y de venta por internet, seguramente comprar un litro deberá ser imposible sin una serie de requisitos cumplidos. Pero, de nuevo, no es así. Basta una tarjeta de débito, de crédito o de PayPal para hacer la transacción y, en segundos, te llega un correo electrónico: «Compraste Acido Sulfurico 0.1 N Maesa Fco C/1 Lt».

ÓSCAR BALDERAS / HUFFPOST MÉXICO
Así de sencillo es comprar ácido sulfúrico en internet.

Al día siguiente, quieres recoger tu producto en la dirección que marca la compra. Te imaginas lo harás en un laboratorio o alguna institución de gobierno. Fantaseas con un gran edificio, al estilo de los gigantes farmacéuticos, donde todo es aséptico y la gente usa batas, cubrebocas y guantes de látex. En lugar de eso, llegas a un barrio residencial en la alcaldía Azcapotzalco, en los límites con el Estado de México, y cuando llegas a la calle y el número indicado revisas dos veces tu correo electrónico en busca de un error: se trata de un domicilio particular que tiene una discreta placa, oxidada y vieja, que marca el lugar como «Productos Biológicos».

«Buenos días, ¿aquí puedo recoger un litro de ácido sulfúrico?», preguntas con cierta desconfianza después de tocar el timbre de ese inmueble que tiene fachada de todo, menos de un lugar donde guardan bidones con ácido capaces de disolver decenas de cuerpos. «¡Ah, sí, pase! Con cuidado, están trapeando, no se vaya a resbalar».

Una señora, con trapeador en mano, abre la puerta y ahí se termina la fantasía de un vendedor con uniformes o protecciones especiales. En la cochera, el vendedor tiene listo el litro de ácido que compraste en un envase blanco.

OSCAR BALDERAS / HUFFPOST MÉXICO
Este es el inmueble donde se vende ácido sulfúrico y se resguardan tambos con líquidos corrosivos

Esperas que en algún momento ese señor de aspecto genérico te pida algún permiso especial, una licencia expedida por el gobierno o por una empresa autorizada a comprar ácido sulfúrico. Al menos, una copia de tu credencial de elector o que escribas tu nombre en una hoja donde quede asentada tu identidad. No lo hará. Despachará con el mismo gesto aburrido que tiene quien vende un refresco en la tienda de la colonia.

«¿Se lo lleva en una bolsita?», pregunta él y tú, por lo que has leído en los últimos días sobre los ataques con sustancias corrosivas contra mujeres y niñas, piensas «esto no debería ser tan fácil».

Además del uso industrial, los ácidos –como el sulfúrico, clorhídrico o nítrico– tienen un uso intenso en el ámbito criminal.

Un tambo con ácido, por ejemplo, puede disolver el cuerpo de una persona entre 2 y 6 horas, dependiendo de la complexión de la víctima. Entre 2006 y 2009, Santiago Meza López, el infame Pozolero, deshizo unos 300 cuerpos en Tijuana usando ácido sulfúrico que los adolescentes al servicio del Cártel de los Arellano Félix le hacían llegar en un predio conocido como «La Gallera» en el este de la ciudad fronteriza.

Desde que México conoció la identidad de aquel hombre, y de su jefe, Teodoro García Simental, alias el Teo, «pozolear» se incorporó al lenguaje de la guerra contra el narcotráfico como un verbo utilizado por Los Zetas, Cártel de Sinaloa, Cártel del Golfo, Los Rojos, Guerreros Unidos, Cártel Jalisco Nueva Generación y más.

En mayo de 2018, un rapero de 20 años que se hacía llamar «QVA» usó varios litros de un líquido corrosivo para disolver los cadáveres de tres estudiantes de cine secuestrados por error en Tonalá, Jalisco. Los cuerpos de Javier Salomón Aceves Gastélum, de 25 años, Jesús Daniel Díaz, de 20, y Marco Francisco García Ávalos, también de 20, fueron reducidos a una sustancia viscosa dentro de un inmueble donde, días más tarde, la Fiscalía General de Jalisco encontró 46 bidones con ácido sulfúrico al 98% de pureza con el logotipo de la empresa Operquim Operadora Química, SA de CV.

Cuando las autoridades quisieron rastrear la compra de ese ácido para dar con los culpables, toparon con pared. Los investigadores encontraron que las normas en México no obligan a los establecimientos a llevar un registro de sus clientes en compras menores a mil 500 litros. Un ejército de pequeños compradores es suficiente para burlar a las autoridades.

Distintos ácidos también son parte de la materia prima que usan los grupos criminales para crear drogas sintéticas. Los «narcolaboratorios» que surten con precursores de drogas, como la efedrina que luego se venderá como metanfetamina, crystal, éxtasis o MDMA,están llenos de tambos con ácido sulfúrico.

Apenas en agosto del año pasado, el Ejército mexicano encontró un laboratorio de drogas dentro de una mina abandonada en Ures, Sonora, que se cree pertenecía al Cártel de Sinaloa. Ahí se elaboraba principalmente crystal, una droga barata, potente, muy adictiva y popular entre jóvenes de escasos recursos. Cuando los militares entraron hallaron cianuro, sosa cáustica, algodón… y 3 bidones con 20 litros de ácido sulfúrico. Saber quién los compró fue imposible en aquel caso, que se parece a cientos en los últimos años.

Lo mismo sucede con los ataques con ácido en México, un delito que afecta en el 80% de las veces a mujeres y niñas, de acuerdo con la organización Acid Survivors Trust International. Aquella persona que desee desfigurar a otra podrá hacer uso de un ácido como arma letal con solo unos pesos en la bolsa y sin dejar rastro alguno.

Aunque el ácido sulfúrico es una sustancia controlada por la Organización de las Naciones Unidas y está en la «lista roja» de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE), en México su mínima regulación es una garantía de impunidad para los criminales.

En Colombia, después mil 151 casos de ataques con ácido, principalmente a mujeres, entre 2004 y 2016, los legisladores reformaron la ley: ahora se necesita presentar un carnet oficial y registrar la identidad del comprador para que se apruebe la compra.

En 2002, tras un pico de casos de mujeres desfiguradas por sus esposos y exparejas, el gobierno de Bangladesh aprobó una ley que regula el control, uso, venta y almacenamiento con ácido, cuyo principal objetivo es que los compradores de ácido sean fácilmente identificados por el gobierno en caso de otra agresión.

En India, donde los ataques con ácido registraron un pico histórico en 2016 con 300 víctimas, al menos la mitad de los estados tienen alguna ley que regula la compra y venta de ácido, así como compensaciones claras para quienes hayan sido víctimas de un delito relacionado con una sustancia corrosiva.

En Inglaterra, donde solo en 2016 los ácidos estuvieron presentes en 454 crímenes, principalmente perpetrados por pandillas, el parlamento tiene pendiente dictaminar una ley que regule su producción, compra, venta y almacenamiento, con el fin de inhibir su uso criminal.

En México, el ácido sulfúrico, clorhídrico y nítrico se consigue por internet. Se compra en cualquier laboratorio con pinta de casa. Se extrae de alguna fábrica o de una universidad. Se adquiere con algún vendedor al que citas en una estación de Metro. Se compra a domicilio y los repartidores lo entregan hasta en lotes baldíos.

«¿No necesito un permiso o algo?», preguntas al vendedor y él te responderá con una sonrisa condescendiente. «No, amigo. Nada». Insistirás. «¿Y si me para un policía en el Metro?». Y él, aburrido con tus preocupaciones, soltará un «nunca ha pasado eso».

OSCAR BALDERAS / HUFFPOST MÉXICO
Un litro de ácido sulfúrico ronda los 50 pesos. Uno de clorhídrico, los 150 pesos.

Tiene razón. Avanzas por la calle y por el Metro con un envase que dice «ACIDO SULFÚRICO» y ningún policía hará algo por impedirlo. Y cuando quieras deshacerte de ese líquido peligroso llamando a la policía, ellos dirán que no saben cómo manejar ese líquido y que no conocen los protocolos. Ni siquiera la autoridad conoce las regulaciones.

Después de tu primera compra de ácido sulfúrico en México, te queda la sensación de que esta sustancia será regulada hasta que haya una ola de ataques con ácido y veamos a decenas de mujeres y niñas con el rostro desfigurado.

 

 

 

 

Fuente: HuffPost México