Margarita Maza de Juárez, los Papeles de Pandora y los offshore

No se trata de ninguna sesión de espiritismo. Pero Margarita Maza, esposa del Presidente Benito Juárez, nos habla desde el más allá. 

Margarita murió joven, a los 45 años, en 1871. Cultivó un conocimiento peculiar sobre el género humano. 

Solía darle consejos a su marido. Y Juárez la escuchaba, o más bien la leía, porque una buena parte de la relación entre marido y mujer se entabló a distancia, con Margarita viviendo en EUA, junto con sus hijos. 

Desde el país vecino, Margarita sufrió en carne propia la susceptibilidad de los liberales mexicanos por guardar las formas de la austeridad republicana. 

Se enteró de los chismes (que en México prodigaba el quisquilloso de Guillermo Prieto), de que gastaba más de lo debido; de que compraba vestidos caros cuando el país se hundía en la miseria y la mayoría de los mexicanos estaban hartos de la corrupción de los gobiernos conservadores y del Segundo Imperio. 

Por supuesto que Guillermo Prieto y los demás maledicentes no tenían razón. 

Margarita era austera, no tanto como su marido que comía magramente, vestía una levita gastada y no era dado a ningún exceso – aunque cuentan que en una etapa de su vida se aficionó al vino tinto de Burdeos –, pero la señora sufrió las de Caín para mantener a sus hijos (perdió a dos en el exilio). 

Sin embargo, los liberales estaban siempre al tanto no tanto de suministrarle un ingreso a Margarita, sino de supervisárselo de más para que no se lo gastara en cosas superfluas; comprensible dados los tiempos difíciles que corrían. 

Cierta noche, el Presidente de EUA, Andrew Johnson le ofreció a Margarita una cena de gala en la Casa Blanca, con un baile suntuoso en su honor. 

Quién sabe cómo se enteraron, pero algunos liberales en México soltaron la especie de que Margarita había estrenado esa noche vestido largo, de crinolinas, y usado unos pendientes caros. 

Las quejas en México no se hicieron esperar. 

La propia Margarita tuvo que salir al quite para sosegar tanto infundio o fuego amigo. 

Le escribió apresurada una carta a su marido: “Dicen que estuve elegantemente vestida y con muchos brillantes. Eso no es cierto, toda mi elegancia consistió en el vestido que me compraste en Monterrey (…) no tenía más que mis aretes que tú me regalaste un día de mi santo (…) Te digo esto porque no vayan a decir estando tú en El Paso con tantas miserias, yo esté aquí gastando lujos”. 

Conmueve tanta ternura de la esposa de Juárez.

Pero no olvidemos unas cosa: en aquellos días como en los de ahora, la forma es fondo. 

Para los miles de seguidores de don Benito, no sólo las figuras públicas, sino también sus familiares, sin excepción, tenían que cuidar su imagen austera, sin alardes, ni gastos superfluos. 

La Patria estaba en bancarrota. En un país sumido en problemas financieros y con el desprestigio de la clase política en general, lo menos que podían hacer los liberales, dicho por ellos mismos, era ajustarse en su vida privada a aquellos preceptos que predicaban, “en la honrosa medianía que proporciona la retribución que la ley haya señalado”, como escribió el propio Juárez. 

Acaso en el fondo no sea un delito (lo digo sin conceder) pero ningún servidor público en funciones debería aparecer en los “Papeles de Pandora” o en alguna sociedad de offshores, ocultando acciones de empresas o en refugios fiscales. 

No se ve bien: formas son fondos. 

Y a veces, estos fondos no tienen forma… ni origen lícito. Lo que es peor.