Muere el portero inglés Gordon Banks a los 81 años, autor de “la parada del siglo”

Cada vez que la Inglaterrra de Southgate jugaba un partido del Mundial de Rusia, Gordon Banks (Sheffield, 1937) se acercaba a la cómoda de su habitación, cogía una pequeña cajita roja, ya descolorida, la abría y acariciaba la medalla de oro que le había entregado la reina Isabel en el palco de Wembley, el 30 de julio de 1966 tras ganar la Copa del Mundo.

Era su ritual. Creía que mirar y acariciar esa medalla podía dar suerte a su selección. Era, además, uno de los pocos jugadores de aquella final que conservaban aquel recuerdo. Muchos la habían tenido que empeñar. Él mismo había vendido, 15 años atrás, el jersey amarillo que lució en la final contra Alemania, y subastó su medalla por 150.000 euros para ayudar a sus hijos a comprar una casa. Después la recuperó. Y es que cuando Gordon Banks pasó a ser futbolista profesional en el Leicester, cobraba solo 20 libras a la semana. No se hizo rico, y además tuvo que retirarse en 1972 después de sufrir un accidente de tráfico en el que perdió la visión del ojo derecho.

Cuando Banks ganó el Mundial, el fútbol solo era cosa de hombres, hasta en las celebraciones. Cuando llegaron al hotel de Londres con la copa Jules Rimet, les esperaban sus mujeres, tras seis semanas sin poder estar juntos. Banks le dijo a la suya que se vistiera para la cena de celebración, pero los dirigentes de la Federación le avisaron de que aquella era solo una fiesta para hombres. Su esposa se quedó en la habitación. Fue su primer encontronazo con la FA; el último, el pasado junio, cuando ya enfermo del cáncer de riñón del que ha fallecido, se sintió marginado por la federación, que no invitó a los ganadores de la Copa del Mundo a la cita rusa.

Banks llegó al Leicester, su primer equipo profesional, procedente del Chesterfield. Había abandonado la escuela de Yorkshire a los 15 años, y pudo dejar de cavar zanjas y transportar ladrillos en una obra. Jugó ocho temporadas y su único título fue el Mundial, aunque salvó a su club del descenso en varias ocasiones. En 1967 fue traspasado al Stoke City, donde permaneció siete temporadas. Siguió siendo el portero de la selección inglesa, con el que jugó el Mundial de México y en el que protagonizó la que se considera la mejor parada en la historia de la Copa del Mundo, tras un centro de Jairzinho y el remate de Pelé, picado, que botó en el suelo, y al que voló Banks desde el primer palo para sacarlo a córner. En cuartos de final, sin embargo, jugó el suplente, Peter Bonetti. Según la historia oficial, se bebió una cerveza que le sentó mal. La oficiosa afirma que no fue solo una.

Con el Stoke ganó su único título en Inglaterra, la Copa de la Liga de 1972. Luego llegó el accidente de tráfico y su regreso a los campos de fútbol en Estados Unidos, con el Cleveland Stokers y después con el Fort Lauderdale Strikers. Ya estaba en el declive de su carrera, que se cerró con 73 partidos con Inglaterra.

Fue considerado el mejor portero del mundo por la FIFA durante seis años consecutivos, en tiempos en los que los guardametas jugaban sin guantes. A Banks, el mejor consejo para poder blocar los balones sin temor a perderlos se lo dio Bert Trautmann, el portero alemán del Manchester City, paracaidista de la Lutwaffe, que estuvo prisionero en un campo de concentración inglés tras ser capturado en el frente occidental. Debía masticar dos chicles y cuando estuvieran pegajosos, pegarlos en la mano y después lamer las palmas con la lengua. En la semifinal del Mundial de 1996, contra Portugal, se olvidaron de llevarle los chicles. El seleccionador, sir Alf Ramsey envió a su ayudante a buscar un kiosco por Wembley Way para comprar un paquete. Banks los recibió en el túnel de salida, con los equipos ya formados.

Todas esas anécdotas las recordaba Gordon Banks en sus últimos años, en su paseo semanal con sus excompañeros del Stoke City, cada vez un grupo más reducido. De vez en cuando miraba su medalla de oro y recordaba aquel Mundial de 1966 que ganaron “porque no queríamos fallarnos los unos a los otros”.

 

 

 

Fuente: El País