El arquitecto desplegó en la Mac, ante nuestros ojos, la ilustración de nuestro proyecto en 3D. No eea arte sublime: apenas técnica elemental. Pero el pago de sus honorarios (por lo menos del anticipo tan elevado), eran tan altas como las de un Leonardo o un Rafael contemporáneo.
Ya se sabe que el talento se mide ahora en Nuevo León en razón de la inversión en marketing del supuesto profesional: si aparece el arquitecto o el cirujano plástico como viralizado en Tik Tok debe ser muy bueno, tiene por fuerza que ser el mejor de su gremio.
El prestigio personal lo respalda la pose majestuosa ante Instagram. Sólo la evanescente fama acredita la calidad. Y no hay más.
Este arquitecto de medio pelo se metamorfoseaba en genio renacentista a la hora de cobrar su trabajo. ¿Y no merece uno como cliente al menos el privilegio de protestar ?
Pero diga lo que se diga, los regiomontanos somos la raza de la cortesía, del “me chamaquearon y pues ni hablar”. Pero uno no tiene madera de mecenas, menos de obsequiante dadivoso y mucho menos de aguantador.
Ya veríamos luego cómo subsanar el dispendio que ocasionó el pésimo producto del arquitecto que contratamos; se podía compensar reduciendo costos de materiales de obra, o sacrificando otros rubros.
Dije lo siguiente con un gesto teatral: “No. Yo no puedo soportar ese método cobarde que finge la mayoría de la gente. Nada aborrezco más que a los donadores de frívolos abrazos, esos que tratan de igual modo al hombre honrado y al fatuo. Debería castigarse sin piedad ese comercio vergonzoso de apariencias amistosas; que nuestros sentimientos no se oculten jamás bajo vanos cumplidos”.
Esto que entrecomillé no lo digo yo, lo dijo Molière. Lo recita en el acto primero el personaje Alceste, el protagonista de su comedia teatral “El Misántropo”. La obra se estrenó en París hace 347 años, ¿pero a poco no se siente tan actual como si la hubiera escrito ayer?
El arquitecto criticado no sabría si ofenderse o no, pero por no dejar se levantó de la silla, apagó la Mac y se me acercó. “¿Me dijiste fatuo o algo así?”.
“No”, le dije: “es que son las cinco de la tarde y a esta hora me gusta recitar a Molière”. En realidad pensé que sus renders eran tan convencionales que parecían copiados de un manual de diseño gráfico para niños de primaria; que era la cuarta vez que los corregía y que ya no cabía esperar más de su creatividad en entredicho”. Se marchó muy indignado.
¿Qué pasa con muchos profesionistas en México que a la menor contrariedad desisten, como si estuvieran cloroformizados y no entienden la competencia privada y la disputa eficiente?
¿Por qué no esmerarse en seducir al cliente sin pensar exclusivamente en cómo quitarle su dinero? ¿Por qué asumir los contratos de prestación de servicios como si fueran el inicio de una dependencia parasitaria?
Nos falta cultura del emprendimiento. Y de la competitividad. Valoramos más la imagen que el fondo; la forma que el desempeño.
Para acabar pronto, nos gusta más el fashion que el control de calidad. ¿O acaso hay control de calidad en Tik Tok? ¿En Instagram? ¿En la atención a los usuarios de la CFE?
En otra escena de “El Misántropo”, un poeta mediocre le pide al protagonista Alceste que le de con franqueza sus comentarios sobre un soneto amoroso que acaba de escribir.
Alceste destroza abiertamente el escrito sin suavizar sus críticas. El poeta le responde ofendido: “Ya quisiera verlo yo componer un poema a su manera sobre el mismo tema”. La réplica de Alceste es modélica pero difícilmente la diría un regiomontano, o un sampetrino, tan cuidadosos de no herir susceptibilidades ajenas: “Podría por desgracia componer uno igual de malo, pero me guardaría de mostrárselo a la gente”.
En suma, si vas a ofrecer un servicio profesional, hazlo bien, o métete de tiktokero.