Turismo Consciente

En la isla de La Palma, hacen falta ayudas económicas, eso está claro, para poder paliar los daños ocasionados por el volcán. Hay que darle casas a los que la han perdido, ayudar a los que se han quedado sin trabajo y tienen que dar de comer a sus familias, ayudar sanitariamente y emocionalmente a los que han perdido todo y empiezan a sucumbir a los efectos de la ansiedad; y para eso, hace falta mucho dinero. Se supone que el gobierno de España y el de la Comunidad Autónoma de Canarias tienen partidas aprobadas para estos menesteres. ¿Pero llegan? Tarde, me da que muy tarde.

Esta semana pasada he estado ayudando a una amiga, que ha trabajado conmigo en todas mis películas y que estuvo, “in situ”, en la isla de La Palma colaborando “en lo que podía” en dónde más falta hiciera. Vino desolada. La falta de medios para subsistir de personas a las que conoció en este viaje la llevó a hacer una lista de varias familias que estaban pasándolo realmente mal y crear un vínculo de gente que quiere ayudarles a través de la idea: apadrina una familia. Lo que quiere conseguir es que personas como nosotros, podamos donar directamente a una familia en concreto. A nada ni a nadie más que a esa que nos asignan. Me parece brillante, solidario y que cumple una función que están dejando escapar las instituciones: la inmediatez. No se puede conceder millones de euros y tardar meses en que lleguen a los afectados, porque su hambre y su cobijo no entiende de demoras.

Otra amiga, con la que también pude coincidir en algún rodaje al comienzo de mi carrera y que vive en la isla La Palma, me contaba por teléfono la misma problemática y le prometí hablar de las verdaderas necesidades de los afectados por el volcán. Y aquí cumplo, como siempre.  Me resultó especialmente significativo que hiciera mucho hincapié en el problema que, en ese momento, era más acuciante: las cenizas del volcán. Ya no me hablaba tanto de la lava, ni de los gases tóxicos, ni de si iba o no iba a llegar al mar y sus efectos. Me relataba del desánimo de la población del resto de la isla que ya empezaba a desmoronarse anímicamente por tener que estar, varias veces al día, limpiando la ceniza que caía sobre sus casas, sus campos, sus calles, sus alcantarillas taponándolas, sus colegios, sus vidas. Pero lo peor es que estas partículas de polvo emanadas del cráter, mezcladas con el agua de la lluvia, ya no se dejarían barrer, ahora habría que romperlas. Y no hay manos para tanto trabajo. 

Ella fue la primera que me mencionó una figura que desconocía: el Turismo Consciente. Ese es el que necesitan ahora. No el de irse a hacer fotos al volcán, no. Algunos, con los que he comentado y debatido, me dicen que van a la isla a hacer gasto y que los habitantes puedan recuperarse económicamente, por lo menos. Quizás haya empresas que se están enriqueciendo como las agencias de viajes, los hoteles de la capital donde no llega la lava, los restaurantes alejados donde puedes sacar fotos de lejos, y mil etcéteras. Pero, y a los habitantes de las zonas afectadas, ¿quién les ayuda? Los restaurantes cerrados por que la lava pasa cerca, las familias realojadas en sótanos o casas deshabitadas a punto de derruir lejos del volcán. Intuyo que los que han perdido ropa y enseres no van a ver nada de ese dinero que se me antoja falsamente solidario.

¿Y en qué consiste este tipo de turismo consciente, también conocido como Mindful Travel? Pues en viajar, aprovechando las vacaciones, para visitar lugares en los que haga falta mano de obra para restaurar la naturaleza que, los desastres naturales o la mano del hombre, haya castigado sin piedad. Ahora, lo que más se necesita es ir y ayudarles físicamente para que puedan recobrar la estabilidad emocional y, en este caso concreto de La Palma, quizás, a parte de las ayudas económicas, se necesita gente que vaya a barrer cenizas. ¿quién se apunta?