MIjaíl Gorbachov: ¿por qué como reformador fue tan tonto? 

Es de buena educación elogiar al muerto reciente. Sobre todo si es figura pública. Apenas uno de ellos se muere y los pecados se borran, los defectos se olvidan y las metidas de pata se remiten a que pasen los días de luto. 

Después ya se sacarán los trapitos al sol. Entonces sí la memoria del difunto célebre será despellejada sin clemencia o le sucederá algo peor: la invisible pero inapelable sentencia del olvido. De ahí la frase de Borges: “el olvido es la única venganza y el único perdón”. 

Sin embargo, ese tipo de convencionalismos sociales (es decir, expresarse bien del recién fallecido) no se debe respetar en ciertos casos.  

Como reformador de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov fue un completo fracaso. Primero porque operó muy mal su Perestroika (fue un buen táctico pero un pésimo estratega) y no dejó contentos a nadie: ni a los de adentro ni a los de afuera. 

Segundo, porque salvo contadas excepciones, y una que otra cara nueva, dejó intacta a la nomenklatura, es decir, a la casta gobernante. 

En otras palabras, con Gorbachov siguieron mandando los mismos de siempre. Y hay un célebre dicho que dice: “chango viejo no aprende maroma nueva”. 

Gorbachov quiso cambiar la economía y la política con los mismo changos soviéticos. ¿Consecuencia? En un lapso corto se desintegró la URSS. 

Lo que pudo ser un proceso de cambio radical del sistema político y económico, bien planeado y mejor ejecutado, derivó en un espantoso caos y luego en una anarquía monumental. 

La peor parte la llevó la gente común y corriente. Durante varias generaciones, los soviéticos de a pie habían aprendido unas reglas no escritas para sobrellevar al sistema; la gente, para bien y para mal, se adapta a todos los ambientes. Una cosa son las leyes y otra la vida real. 

En la vida real, los soviéticos sabían con cuánto sobornar al agente de tránsito, cómo evadir a los severos inspectores del régimen, cómo tolerar a los altos jerarcas urbanos, cómo sortear al burócrata que les retrasaba los trámites para un servicio básico; con cuál político se podían adquirir artículos en el mercado negro, quiénes eran los contactos en gobierno para matricular a los hijos en una buena escuela. 

Entonces Gorbachov le salió con la promesa de que ya no gobernaría la casta política de siempre, de que quitaría de sus cargos a los inspectores abusivos, de que los jerarcas prepotentes irían a la cárcel, de que se gobernaría con códigos más sanos, más liberales y hasta democráticos. 

La gente se tragó el anzuelo y luego se decepcionó. La transformación de Gorbachov era puro cuento; en la práctica seguía mandando el mismo jerarca prepotente, el mismo inspector abusivo, el mismo político corrupto. 

Aunque ahora los jerarcas de cada ciudad se llenaban la boca diciendo: “soy parte de la Perestroika, esto ya cambió”. 

En 1991 se derrumbó la Unión Soviética. Los años siguientes, gobernaron Rusia mercenarios, mafiosos y aventureros. 

Luego volvieron al poder políticos formados en la KGB. En fin: que en paz descanse Gorbachov.