Aquí en confianza

 La terrible tragedia de los desplazados en México

Ahí, donde empieza la patria en su extremo sur, se encuentra un lugar de paradisiacos paisajes bañado por las aguas del Río Grijalva. Lo que hoy lleva el nombre de Frontera Comalapa fue una comunidad conformada en sus inicios por personas que huyeron de los abusos que en su contra cometía el hacendado Diego de Salazar. Cuenta su historia que el lugar fue despoblado casi en su totalidad allá por 1919 debido a los resabios de la lucha revolucionaria. 

Hoy, a más de un siglo de distancia, la cosa no pinta muy distinta para los habitantes de la referida localidad chiapaneca. Las disputas territoriales entre dos poderosos cárteles mexicanos de la droga han generado una inusitada violencia en la franja fronteriza que une a nuestro país con Guatemala.  Ante la desesperación causada por los constantes enfrentamientos que en ocasiones inician  temprano por la mañana y concluyen entrada la noche, además de los cada vez más crecientes rumores sobre reclutamientos forzados, los pobladores de aquel sitio decidieron abandonar sus hogares, dejando atrás parcelas y animales, para adentrarse en la espesura de la Sierra Mariscal y refugiarse en cuevas, hasta las cuales – según el dicho de testigos – aún pueden escucharse las detonaciones de armas de grueso calibre en la incesantes refriegas protagonizadas por los criminales.

Allá no hay ley que se imponga; el norte del mencionado municipio es controlado por el Cártel de Sinaloa, mientras que la cabecera municipal y la frontera se encuentran ocupadas por el Cártel Jalisco Nueva Generación. Desde 2021 y tras la muerte – en Tuxtla Gutiérrez – de Román Gilberto Rivera Beltrán, alias “El Junior”, las disputas entre ambas células criminales no han hallado tregua. En el río y en los canales de riego empezaron a aparecer cadáveres flotando; los homicidios dolosos y las desapariciones fueron en aumento; los comercios cerraron sus puertas ante la imposibilidad de pagar el “derecho de piso”, lo que acarreo como consecuencia el colapso de la ya de por sí mermada economía; los bloqueos y toques de queda se normalizaron a tal grado que las personas era informadas con exactitud sobre los días y las horas en los que podían salir de sus casas para adquirir víveres. La situación se tornó insostenible y el pasado fin de semana hombres, mujeres, niños y ancianos; familias enteras, algunos a pie, otros más en caballos y mulas, tomaron algunas de sus pertenencias y se marcharon del lugar sin mirar atrás. 

Tan solo en 2021, casi 29 mil personas tuvieron que dejar sus hogares a causa de la violencia en México; cantidad – la más alta de la historia – que representa el triple de los desplazamientos que se registraron en el año 2020. De acuerdo con el informe Episodios de desplazamiento interno forzado en México 2021, elaborado por la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos, de enero a diciembre del referido año se contabilizaron 42 episodios de desplazamiento interno masivo causado por la violencia; esto, en 10 estados; 57 municipios y 221 localidades, siendo las entidades más afectadas por este aterrador fenómeno Chiapas y Zacatecas. 

Aquí en confianza, hoy Frontera Comalapa es un territorio desolado. Antes, con una gran feria se celebraba al Santo Niño de Atocha y en Semana Santa, los jóvenes se disfrazaban para bailar por las calles la “danza de los judíos y fariseos”; ahora, no hay celebraciones ni danzas ni jóvenes. El silencio del lugar se ve interrumpido a menudo por el sonido característico de las ráfagas y el de los casquillos que caen al suelo para dejar muestra tangible de la batalla. Los comalapenses ya no están; nadie habla de ellos; nadie pregunta por ellos. Se dice que son más de 3 mil los que huyeron de la delincuencia; no existe una cifra oficial y no la habrá por qué la terrible tragedia de los desplazados no forma parte del discurso de la autoridad. 

Dicen que se llamaba Jorge, aunque su nombre no ha sido confirmado; tenía apenas 15 años y en un momento de calma salió al patio de su casa para tomar agua; una bala perdida lo encontró y le atravesó el ojo; sus padres, ahora refugiados en una cueva, lloran su ausencia, mientas que en la capital del país – en un palacio virreinal – se habla de todo menos de la atroz muerte de su hijo. Ahí se los dejo para la reflexión

Nota. Lo antes expuesto representa la opinión personal del autor