¿Por qué con la edad nos parecemos más a nuestros padres? Respondemos a esta duda tan recurrente desde el punto de vista de la ciencia.
De repente te diste cuenta. Comenzaste a decir esas frases o adoptar actitudes que tanto odiabas en tus padres. Primero eran pequeños detalles. Ahora, tal vez eres una especie de réplica de ellos. ¿Por qué con la edad nos parecemos más a nuestros padres? Es una pregunta que tal vez a unos les causa humor y a otros les perturba, pero lo cierto es que genera una especie de extrañeza.
Frank Spinath, profesor de Psicología Diferencial y Diagnóstico Psicológico en la Universidad del Sarre, en Alemania, afirma que no es extraño que nos parezcamos a nuestros padres. “Al fin y al cabo compartimos genes con ellos”, explica.
Esto quiere decir que el hecho de que hables como tus padres o compartas ciertos ademanes, está condicionado por cuestiones hereditarias. Recordemos que los seres humanos nos reproducimos de manera sexual, dando lugar así a la variabilidad genética.
La mitad de la información genética viene del padre y, la otra mitad, de la madre. De ahí que tengamos algunas características semejantes a ellos.
Al mismo tiempo que existen los caracteres hereditarios, también encontramos los caracteres adquiridos. Esto no se transmite a los descendientes, sino que están influenciados por el ambiente, el estilo de vida. Lo anterior explica por qué los gemelos idénticos también pueden tener algunas diferencias en su personalidad.
La ‘posesión’ de mamá y papá
Existen varias teorías y razones más de por qué comenzamos a sufrir la “posesión de papá y mamá”.
“Casi todos los niños suenan y actúan como sus padres en algún momento y de alguna manera”, dice Diane Barth, psicoterapeuta y psicoanalista de Nueva York. “Tanto las interacciones biológicas como las sociales pueden llevarte a recoger algunas de las formas características de tus padres para interactuar con el mundo”.
La influencia de los padres está extraordinariamente arraigada en nuestra psique, en parte porque gran parte de ella procede de comportamientos que aprendimos a una edad temprana.
“Los patrones familiares suelen estar en el trasfondo de muchas dificultades psicológicas [más adelante en la vida]”, dice Barth.
La psicoanalista Selma Fraiberg escribió sobre lo que llamaba ‘fantasmas en la guardería’, en los que las madres trataban a sus hijos del modo en que ellas habían sido tratadas cuando eran niñas. Llevamos estos patrones a muchas de nuestras relaciones.
¿A qué edad comenzamos a parecernos a nuestros padres?
En 2019, el doctor Julian De Silva, cirujano plástico de Londres, realizó una encuesta entre 2 mil personas para descubrir a qué edad comenzamos a parecernos más a nuestros padres.
Descubrió que la mayoría de las mujeres empiezan a ser madres en torno a los 33 años y los hombres, un año después, a los 34.
“Todos nos convertimos en padres en algún momento de nuestras vidas, y eso es algo que hay que celebrar”, dijo De Silva. “Convertirse en padres es el principal desencadenante, y los factores del estilo de vida también son importantes”.
Es en el punto en que asumimos la maternidad, la paternidad o la independencia económica cuando somos más propensos en empatizar con nuestros padres y adoptar algunas de sus costumbres.
Por otro lado, otra encuesta realizada a 2.000 hombres de edad mediana por un canal de televisión británico en 2014, arrojó los siguientes resultados: los hombres encuestados sintieron que se estaban “convirtiendo en su padre” a los 38 años.
Los encuestados citaron acciones cotidianas como quedarse dormido en la silla o el acaparamiento de pilas y cables entre los signos reveladores de que se estaban transformando en sus progenitores.
¿Por qué en ocasiones nos ofende la idea de parecernos a nuestros padres?
Es común bromear o sentir ciertas molestias al momento de darnos cuenta de que muchas de nuestras nuevas acciones son similares a las de nuestros padres, aunque llevemos una buena relación con ellos.
“Luchamos contra ello cuando somos más jóvenes porque estamos en una etapa de la vida en la que intentamos separarnos de nuestros padres y convertirnos en nuestros propios seres independientes”, dice Diane Barth.
En la etapa adulta, con un cúmulo de experiencias detrás, con caídas y bajadas, es más sencillo que reconozcamos que tal vez nuestros padres no estaban mal en muchas de sus opiniones que antes nos molestaban.
“A veces, en esta etapa, entendemos el comportamiento de nuestros padres de forma diferente”, dice Barth. “Incluso podemos pensar que [su comportamiento] tiene mucho sentido”.
¿Es posible controlar estas emulaciones para no ser como nuestros padres?
Claro que es posible. La misma experta menciona que no es una regla el hecho de que tengamos que ser idénticos a nuestros padres.
“Somos una combinación de rasgos diferente a la de nuestros padres, lo que nos convierte en individuos únicos”, menciona. “Como resultado, podemos cambiar nuestros patrones para no repetir sus comportamientos”.
Podemos comenzar haciendo pequeños cambios de manera muy sutil. Primero debemos detectar y ser conscientes de las acciones en las que nos parecemos a nuestros padres. Pongamos como ejemplo que estamos imitando varias de sus frases. Si nos disgustan, podemos añadir ciertas variaciones a las mismas para hacerlas más personales.
Son pequeños cambios pero funcionan si lo intentas.
También puedes imitar patrones de comportamiento de personas que admiras. Si no te gusta cómo reacciona tu madre al enojarse y notas que comienzas a comportarte de idéntica manera, entonces observa cómo maneja las situaciones tensas otra persona cercana a ti: un amigo, un hermano, un tío o un profesor.
Si emulas conscientemente ese comportamiento durante el tiempo suficiente, acabarás convirtiéndolo en un hábito.
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