EDITORIAL: Luis Spota y los consagrados novelistas actuales que no saben escribir

Está de moda entre intelectuales liberales (fifís les dicen ahora) decir que Luis Spota ha sido injustamente condenado por la crítica literaria y que vale la pena considerar sus aportaciones a la novela. Tras esa íntima esperanza de reencontrarme con un genio incomprendido de la narrativa mexicana, me puse a leer Palabras mayores.

Spota fue un periodista de garra, a quien le gustaba el box (fue el primer presidente de la Comisión Mundial de Boxeo) y que incursionó en el género narrativo. La mayoría de sus novelas son fallidas, de pensamiento muy conservador, pero se volvieron best seller entre la clase media mexicana que en los años 70 y 80 no leía nada (ahora tampoco lee nada pero ya ve series de televisión y con eso cubre sus dosis mínimas de cultura general).

Paraíso 25, por ejemplo, no es un mala novela: al contrario; en otras manos como las de Carlos Fuentes, se hubiera convertido en una alegoría con referencias aztecas, revolucionarias y tachonada de citas en francés, inglés y alemán. Por fortuna, en Spota la historia es simplemente una burla a la clase alta mexicana tan pretenciosa y malinchista en aquellas épocas (la actual, por cierto, anda por la misma calle de la amargura).

Sin embargo, leyendo Palabras mayores (que para muchos es la cumbre de la novela política en México junto con las otras que escribió sobre el mismo asunto) me he topado con un libro mal narrado, flojo y soso. Spota no construye escenas, hay incoherentes saltos en el tiempo, los personajes son un compendio de clichés y lugares comunes. Comete los mismos errores que muchos jóvenes narradores prematuramente consagrados.

Dice mi amigo Ramón López Castro (el mejor ensayista mexicano actual) que el gran problema de Luis Spota, “usando las palabras admonitorias de Sinclair Lewis a un joven escritor, es que no parece que tuviera momentos de calma ante sus textos, momentos en los cuales, acompañado de un borrador y un lápiz azul (o rojo o negro) para marcar errores, pudiera aprender que no era tan buen escritor como él creía serlo; de dichos momentos acaso hubiera aprendido, luego de muchos años, a ser mejor escritor”. Quedan estas palabras como enseñanza para los actuales aspirantes a escritores y novelistas que se creen consagrados y aún les falta mucho por aprender a escribir decentemente, como Dios manda.

De cualquier modo, entresaco de la novela de Spota algunas perlas de la obviedad analítica que pretenden revelar los grandes secretos de la política mexicana: “En política no se hacen préstamos, se hacen inversiones”; “en política no hay lealtades sino intereses” “un político de verdad ha de tener estómago fuerte, cojones firmes y espaldas flexibles”. Mejor hubiera publicado Spota un librito de aforismos que una novela larga y tediosa.