EDITORIAL: Si AMLO conociera al economista Thomas Piketty se enamoraría de sus tesis

El gran economista francés, Thomas Piketty acaba de sacar un nuevo libro traducido al inglés (aún no al español), pero que AMLO ya debería leer urgentemente aunque se lo traduzca Marcelo Ebrard y no tenga muchas ganas de ponerse a estudiar por sus pendientes en Culiacán Sinaloa. El libro se titula: “Capital and ideology”. Su autor ha desbancado como gurús de la izquierda global a Joseph Stiglitz y al Premio Nobel, Paul Krugman.

A diferencia de los dos sabios norteamericanos, la prosa de Piketty es tersa y destila una versatilidad de intereses intelectuales que lo diferencian del resto de sus colegas, autores de aburridos estudios científicos. Piketty, en cambio, es ameno y lo puede entender hasta López Obrador que en lecturas solo tiene cabeza para los libros de historia.

El escritor francés se ha convertido en el Paulo Coelho de la economía. No lo digo bromeando, sino acentuando su perfil de celebridad: su fama rebasa los cubículos académicos, convoca multitudes en sus conferencias, firma autógrafos y lo entrevistan sobre cualquier asunto terrenal o divino. Algo parecido a lo que hace AMLO, aunque nuestro estadista de casa no sepa mucho de economía. Piketty entretiene al público en vivo o por escrito: doble gancho para aquellos sedientos de divulgación científica: en Europa, para quienes buscan entender las causas de la crisis económica; en México, para quienes aspiran como AMLO a comprender nuestro actual estancamiento, porque lo demuestra con gran claridad.

La explicación de Piketty es larga, pero puede resumirse con cierta facilidad. La desigualdad social es el principal problema para cualquier país y se mantendrá punzante mientras las ganancias de los millonarios (o sea, el valor de mercado de los activos de capital) superen el ingreso nacional (o sea, el crecimiento económico de un país).

Peor cuando las empresas y su valor de mercado, es decir, la riqueza, se hereda de padres a hijos. La fórmula es relativamente simple y se ajusta a cualquier entorno local. Opera igual para China que para México, para Francia que para Sudáfrica, para Chile que para Portugal.

Comparto su punto de vista, pero sólo a medias. Para empezar, sin un buen balance de sus activos, pasivos y patrimonio neto, las empresas se hunden en un santiamén. Es común el caso de grandes emporios pasados cuyos herederos redujeron a polvo su rentabilidad a causa de una pésima administración e inversiones mal calculadas. Ciudades enteras como Detroit, o en otra etapa histórica, Manchester, yacieron en escombros luego de haber florecido como centros automotrices o textiles. La globalización acentuó esta tómbola de ganadores y perdedores. ¿La debacle de ingreso que sufrieron estas grandes empresas la ganó el PIB? ¿Se redujo en algo la desigualdad social?

Piketty podría responder: esté quien esté en la punta de la pirámide, la concentración de capital es la misma. Así, el remedio no varía: hay que incrementar 80% la carga fiscal a las empresas con ingresos anuales superiores a 500 mil o un millón de dólares. En otras palabras, se trata de penalizar la generación de riqueza; gravar el patrimonio de los ricos: a quien gane más, el Estado le cobrará más. ¿Qué se propone Piketty en el fondo? Fortalecer fiscalmente al gobierno para reducir en automático la brecha entre pobres y ricos.

Al menos en México, como en otros países en desarrollo, esto es una falacia. Las clases medias no mejoran sus condiciones de vida porque el gobierno sea más rico. El mundo real opera al revés: el gobierno, aunque AMLO no lo acepte, es el fabricante número uno de monopolios estatales (por ley), y privados (por corrupto), lo mismo en las televisoras que en la telefonía. El gobierno propicia la desigualdad del ingreso porque cierra las puertas a la competencia legítima y a que los inversionistas tengan las mismas oportunidades, sin favoritismo alguno.

En México padecemos mercantilismo estatal: el suelo no es parejo para todos, ni la burocracia se porta igual con todos. Si Piketty fuera mexicano y tratara de abrir un changarro, aún en tiempos de AMLO, sabría a qué me refiero. Por lo pronto, conociendo cómo es nuestro presidente, AMLO ya debería pensar en otorgarle alguna presea a Piketty, hijo foráneo de nuestro histórico nacionalismo revolucionario.