El abogado del diablo

Como abogado del diablo se conocía a quien ejercía la figura de fiscal opositor a las causas de canonización de la Iglesia Católica desde el siglo XVI. Regularmente la posición era ocupada por clérigo doctorado en derecho canónico y el hecho de que jugara el rol contrario a la propuesta del beato en cuestión, no significaba que en lo personal quisiera desechar la iniciativa, como parecería a primera vista.

Todo lo contrario. Su función era exigir la documentación de todas las evidencias milagrosas y las razones divinas para blindar los casos, liberándolos de todo cuestionamiento futuro.

Aunque esa función eclesiástica quedó abolida desde el siglo pasado por el papa Juan Pablo II, el mote se sigue utilizando para describir a quien precisamente cuestiona el asunto desde todas las aristas, considerando argumentos imprevistos y supuestos extremos, incluso improbables, con el objetivo no de destruir una propuesta, sino fortalecerla haciendo que pase la prueba del ácido.

La figura del abogado del diablo no fue bien entendida durante siglos, y por lo tanto poco valorada y a veces denostada. El abogado de la actualidad, muchas veces, no corre mejor suerte. Quien busca la justicia encontrará siempre la antipatía del abusador y la oposición del gandalla. 

Debo confesar que una de las carreras que siempre me llamaron la atención fue la de Derecho. Al final, por razones circunstanciales, me decidí por Economía. No me arrepiento, pero siento que dentro de mi hay un abogado frustrado que busca toda ocasión para aprender de leyes y participar en aquelarres leguleyos. Además, nunca me ha faltado la ley en casa: mi madre y mi esposa son abogadas.

Recién asumí la Delegación de Economía en Nuevo León, cuando me anunciaron la llegada de un grupo de estudiantes. “En su clase de orientación vocacional, les encargaron entrevistar a un economista”, explicó mi asistente.

–Muy lógico –le respondí–. ¿Dónde más puedes encontrar un economista sino en la Secretaría de Economía? Que los atienda cualquiera de nuestros economistas. –Licenciado –replicó –, el único economista en la Delegación es usted. –¡Cómo? –pregunté desconcertado–. Entonces, ¿con qué profesiones contamos? –Con varias –respondió–, pero principalmente abogados.

Ahí comencé a tomar conciencia de la gran dependencia e interacción entre ambas disciplinas. Los economistas pensamos en términos de eficiencia, mientras que los abogados lo hacen en función de la justicia. Son estructuras mentales distintas, pero no divergentes; se complementan, más bien.

Esta semana, el 12 de julio, se celebra el Día del Abogado. Mi reconocimiento a todos aquellos abogados, incluso los del diablo, que dedican su talento a luchar por un mundo más justo para todos, donde se respete irrestrictamente el estado de derecho. ¡Felicidades a ellos! Comenzando por mi madre y mi esposa.