El buen arte o el mal gusto de levantar edificios

En general, los edificios de uso habitacional o comercial construidos en las últimas décadas en el Área Metropolitana de Monterrey cumplen con lo formulado por el célebre arquitecto y teórico social Louis Henry Sullivan: reflejan los valores de sus vecinos. 

“Una ciudad es como los edificios que construye” solía decir Sullivan. El problema consiste en el tipo de valores que postulan los actuales nuevoleoneses, en ciertos casos muy diferentes (opuestos incluso) a los de sus austeros ancestros.

Sullivan dignificó la ambición capitalista mediante construcciones de empresas, bancos y casas de bolsa que elevó a la altura del arte. 

Pero en el caso de ciertos edificios habitacionales del Área Metropolitana de Monterrey no dignifican nada ni a nadie. El crítico Lewis Mumford los hubiera descalificado con su forma para medir bodrios de cemento que menciona en su ensayo “Las décadas oscuras” (1931): “Son edificaciones para aumentar desproporcionadamente los precios de venta o alquiler, y por fines publicitaria.

Ahora bien, habrá quién me argumente que el propio Sullivan construyó piezas artísticas para clientes suyos de dudosa procedencia. 

En realidad, siempre ha sido así en la historia: Miguel Ángel también construyó una hermosa capilla funeraria para Lorenzo de Médici. Pero con aquellas edificaciones quienes se ennoblecieron no fueron sus clientes sino los propios creadores. 

Lo que no es el caso de los arquitectos mercenarios de los edificios que aludo, carentes de buena impresión visual o de aportaciones novedosas que, en cambio, afectan para mal el paisaje urbano circundante. 

El gran arquitecto canadiense Frank Gehry se queja a menudo de los trámites burocráticos y permisos de gobierno para construir sus obras monumentales. En buena tiene medida razón. 

Pasa lo mismo en el Área Metropolitana de Monterrey pero no por discrepancias artísticas sino porque los constructores suelen sobrepasar la densidad y la altura autorizada por la norma, entre otras irregularidades de construcción. 

Sin duda alguna, pagan arquitectos justos por constructores pecadores, pero no se puede pasar por alto la máxima de Sullivan: “una ciudad es como los edificios que construye”.