El credo del asesino: la historia secreta de Mossad de Israel y su guerra contra los científicos de Hitler

Desde la Segunda Guerra Mundial, Israel ha recurrido a los asesinatos y homicidios dirigidos más que cualquier otro país del mundo occidental. En muchos casos, sus líderes han determinado que para matar a un objetivo designado —y proteger su seguridad nacional— es moral y legal poner en peligro las vidas de civiles inocentes. Ellos creen que lastimar a tales personas es un mal necesario.

La dependencia de Israel para el asesinato como herramienta militar no se dio por casualidad. Se origina en las raíces del movimiento sionista, del trauma del Holocausto y de la sensación entre los israelíes de que el país está en peligro perpetuo de ser aniquilado. Y que nadie vendrá en su auxilio.

A causa de que Israel es un país tan pequeño, de que los países árabes desde hace mucho han hablado y tratado de destruirlo, y de la amenaza del terrorismo, la nación ha desarrollado fuerzas militares tremendamente efectivas y, podría decirse, la mejor comunidad de inteligencia del mundo. También ha desarrollado la máquina de asesinatos más fuerte y simplificada de la historia.

A continuación revelamos algunos de los primeros éxitos y fracasos de esa maquinaria.

 

***

En la mañana del 21 de julio de 1962, los israelíes desayunaron con su peor pesadilla: los periódicos de Egipto reportaron el exitoso lanzamiento de prueba de cuatro misiles superficie-superficie. Dos días después, los militares egipcios hicieron desfilar los misiles por El Cairo. Alrededor de 300 diplomáticos extranjeros observaron el espectáculo, al igual que el presidente Gamal Abdel Nasser, quien declaró orgullosamente que los militares ahora eran capaces de alcanzar cualquier punto “al sur de Beirut”. La insinuación era clara: Israel estaba en la mira de Nasser.

Al siguiente día, una transmisión hecha en hebreo desde la estación de radio La Voz del Trueno desde El Cairo, ubicada en Egipto, fue más explícita. “Estos misiles están pensados para abrir las puertas de la libertad a los árabes”, presumió el locutor. “Para recuperar la tierra natal que fue robada como parte de conspiraciones imperialistas y sionistas”.

Pocas semanas después, los israelíes se enteraron de que un equipo de científicos alemanes había tenido un papel fundamental en el desarrollo de estos misiles. La Segunda Guerra Mundial había terminado 17 años antes, y de repente los traumas del Holocausto, tan llenos como estaban de imágenes de científicos alemanes en uniformes de la Wehrmacht, dieron paso a una amenaza nueva y diferente: armas de destrucción masiva en manos del nuevo gran enemigo de Israel, Nasser, a quien los israelíes consideraban como el Adolfo Hitler de Oriente Medio. “Exnazis alemanes ayudan ahora a Nasser en sus proyectos genocidas contra Israel”, así fue como la prensa judía describió la noticia. Y al Mossad, para no mencionar a sus líderes políticos y militares, los había agarrado desprevenidos, enterándose del proyecto de misiles de Egipto apenas días antes del lanzamiento de prueba. Fue un recordatorio devastador de la vulnerabilidad del pequeño país.

Los científicos alemanes que desarrollaron los misiles egipcios no eran técnicos oscuros. Fueron algunos de los más altos ingenieros del régimen nazi, hombres que trabajaron durante la guerra en la base de investigación de Peenemünde, una península en la costa báltica donde se desarrolló el armamento más avanzado del Tercer Reich.

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ENEMIGO PÚBLICO: Cuando Israel se enteró de que Nasser trabajaba con científicos alemanes en misiles superficie-superficie, la nación estaba horrorizada. Les recordaba el trauma del Holocausto.

“Me sentí indefenso”, dijo Asher Ben Natan, director del Ministerio de Defensa. “Como si el cielo cayera sobre nuestras cabezas. [David] Ben Gurion [primer primer ministro de Israel] habló una y otra vez de la pesadilla que lo tenía despierto en la noche: que él había traído a los judíos sobrevivientes de Europa al Estado de Israel, solo para que aquí, en su propio país, pasaran por un segundo Holocausto”.

El Mossad, que fue creado poco después de la formación de Israel en 1948 para monitorear y proteger al país de amenazas externas, llevó a cabo una indagatoria ultrasecreta del asunto en 1982. Describió el anuncio de Egipto en 1962 del proyecto de misiles como “uno de los eventos más importantes y traumáticos en la historia de la comunidad de inteligencia israelí”.

Isser Harel, jefe del Mossad, puso a toda la agencia en alerta máxima. Una atmósfera de crisis recorrió todos los corredores del servicio de inteligencia. Los agentes de la agencia de inmediato empezaron a allanar embajadas y consulados diplomáticos egipcios en varias capitales europeas para fotografiar documentos. También fueron capaces de reclutar a un empleado suizo en la oficina en Zúrich de EgyptAir, una compañía que en ocasiones servía como cubierta de las agencias de inteligencia de Nasser. El empleado suizo permitió a los agentes del Mossad llevarse las bolsas de correo por la noche, dos veces por semana, a una casa de seguridad. Los agentes abrían su contenido y lo fotocopiaban, luego los expertos lo resellaban, sin dejar rastros de que los hubieran manipulado, antes de regresar las bolsas de correo a la oficina de la aerolínea. Pronto, el Mossad tenía un entendimiento preliminar de lo que planeaba El Cairo.

El proyecto egipcio fue iniciado por dos científicos conocidos internacionalmente, Eugen Sänger y Wolfgang Pilz. Durante la guerra, estos tuvieron papeles clave en el Centro Peenemünde de Investigación del Ejército. En 1954 se unieron al Instituto de Investigación de Física de Propulsión a Chorro, en Stuttgart. Sänger encabezó este organismo prestigioso. Pilz y otros dos especialistas veteranos de la Wehrmacht, Paul Goercke y Heinz Krug, eran jefes de departamento. Pero este grupo, sintiéndose mal empleado y mal utilizado en la Alemania Occidental de posguerra, se acercó al régimen egipcio en 1959 y le ofreció reclutar y encabezar un grupo de científicos para desarrollar cohetes superficie-superficie de largo alcance. Nasser aceptó en el acto y nombró a uno de sus asesores militares más cercanos, el general ‘Isam al-Din Mahmoud Khalil, exdirector de inteligencia de la fuerza aérea y jefe de investigación y desarrollo del ejército egipcio, para que coordinara el programa. Khalil montó un sistema compartimentado, separado del resto del ejército egipcio, para los científicos alemanes, quienes llegaron por primera vez a Egipto para una visita en abril de 1960.

A finales de 1961, Sänger, Pilz y Goercke se reubicaron en Egipto y reclutaron alrededor de 35 científicos y técnicos alemanes altamente experimentados. Las instalaciones en Egipto contenían pruebas de campo, laboratorios y residencias de lujo para los expatriados, a quienes se les pagaba bien. Sin embargo, Krug se quedó en Alemania, donde estableció una compañía llamada Intra Commercial, que era la fachada europea del grupo.

Sin embargo, casi tan pronto como el Mossad tuvo una comprensión básica de la situación, llegaron más malas noticias. El 16 de agosto de 1962, Harel, con seriedad total, fue a ver a Ben Gurion, llevando consigo un documento de las bolsas de correo de la inteligencia egipcia que había sido fotocopiado dos días antes en Zúrich.

Los israelíes estaban impactados. El documento era una orden escrita en 1962 por Pilz, para los administradores del proyecto en Egipto, e incluía una lista de los materiales que se necesitaban adquirir en Europa para la fabricación de 900 misiles. El documento también suscitó miedos entre los expertos israelíes de que el verdadero objetivo de los egipcios era armar los misiles con ojivas radioactivas y químicas.

Ben Gurion convocó a reuniones urgentes con sus altos funcionarios de defensa. Harel tenía un plan. Más o menos. La inteligencia recopilada hasta ahora reveló una debilidad en el proyecto de misiles: los sistemas de guía estaban tan retrasados, que rayaban en inoperables, lo cual significaba que no se podían producir masivamente los misiles. Siempre y cuando este fuera el caso, Egipto necesitaba a los científicos alemanes. Sin ellos, el proyecto se vendría abajo. Entonces, el plan de Harel era secuestrar o eliminar a los alemanes.

 

“TE ACABAREMOS”

Hacia finales de agosto de 1962, Harel fue a Europa a poner su plan en acción. El clima empezaba a enfriar, presagiando el peor invierno en muchos años. Después de dos semanas de intentar y fallar en vigilar a Pilz, Harel decidió actuar contra Krug.

El 10 de septiembre, a las 17:30 horas, un hombre, quien se presentó como Saleh Qaher, llamó al hogar de Krug en Múnich. Dijo que hablaba en nombre del coronel Said Nadim, asesor en jefe de Khalil, y que Nadim tenía que reunirse con Krug “de inmediato, por un asunto importante”. Qaher añadió, en el tono más amistoso, que Nadim, a quien Krug conocía bien, le mandaba saludos y lo esperaba en el hotel Ambassador en Múnich. Qaher dijo que el asunto en cuestión era un negocio que le daría una ganancia cuantiosa a Krug. Era imposible discutirlo en la oficina de Intra dada su naturaleza especial.

Krug no vio esto como inusual y aceptó la invitación. Lo que no sabía: Qaher en realidad era un viejo miembro del Mossad, a quien llamaremos Oded. Nacido en Irak, estuvo activo en la clandestinidad sionista allí, huyendo del país en 1949 después de casi ser atrapado. Asistió a escuelas comunes en Bagdad, con musulmanes, y podía pasar por árabe.

Krug se reunió con él en el vestíbulo del hotel Ambassador. “Nosotros, el coronel Nadim y yo, lo necesitamos para un trabajo importante”, dijo Oded. Al día siguiente fue a las oficinas de Intra para recoger a Krug y llevarlo en un taxi a reunirse con Nadim en una casa de campo fuera de la ciudad. “Nunca sospechó, en ningún momento, que yo no era quien decía ser”, comenta Oded. “Halagué a Krug y le dije cómo nosotros, en la inteligencia egipcia, apreciábamos sus servicios y contribución”.

Los dos llegaron a la casa donde Krug creía que Nadim lo esperaba. Se bajaron del auto. Una mujer abrió la puerta del frente y Krug entró. La puerta se cerró. Oded, como estaba planeado, esperó afuera. Otros tres agentes esperaban adentro. Aturdieron a Krug con unos cuantos golpes, lo amordazaron y ataron. Cuando recuperó el sentido, fue examinado por un médico judío francés reclutado por el equipo. Él pensó que Krug sufría una conmoción leve, por lo que recomendó no darle sedantes antes de un tiempo. Un agente del Mossad le dijo a Krug en alemán: “Eres un prisionero. Haz exactamente lo que te decimos o te acabaremos”.

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EL VIEJO Y EL MAR: Ben Gurion, el primer ministro de Israel. El programa de misiles de Egipto los agarró por sorpresa a él y otros altos líderes israelíes. Era un recordatorio espeluznante de la vulnerabilidad de la diminuta nación.

Krug prometió obedecer, y fue colocado en un compartimiento secreto incorporado a uno de los vehículos, una casa rodante de Volkswagen, y todo el escuadrón, incluido Harel, marchó hacia la frontera con Francia.

Para cuando llegaron a Marsella, Krug había sido sedado, y pronto fue subido en un avión de El Al pilotado por inmigrantes judíos norafricanos a Israel. Los agentes del Mossad dijeron a las autoridades francesas que él era un inmigrante enfermo.

Mientras tanto, el Mossad lanzó una operación desinformativa de amplio alcance, con un hombre parecido a Krug y portando documentos a su nombre viajando por Sudamérica, dejando un rastro de papeles para indicar que Krug simplemente tomó el dinero y huyó. Simultáneamente, el Mossad filtró desinformación a los medios de comunicación, diciendo que Krug se había peleado con Khalil y su gente y al parecer había sido secuestrado y asesinado por ellos.

En Israel, Krug fue encarcelado en una instalación secreta del Mossad y sujeto a un duro interrogatorio. Al principio guardó silencio, peo pronto empezó a cooperar, y en el transcurso de varios meses “dio muchos frutos”, según un informe del Mossad. “El hombre tenía buena memoria y sabía todo sobre los detalles de organización y administración del proyecto de misiles”. Los documentos que había en su portafolios también fueron útiles. El informe concluyó: “Esta información hizo posible incubar una enciclopedia de inteligencia”.

Krug incluso se ofreció como voluntario para regresar a Múnich y trabajar como agente del Mossad. Sin embargo, con el tiempo, después de que Krug parecía haberle dicho a sus interrogadores todo lo que sabía, el Mossad sopesó qué hacer con él. Aceptar su oferta de regresar a Múnich sería muy peligroso: Krug podía traicionar a sus nuevos controladores, ir con la policía y decirles cómo los israelíes secuestraron a un ciudadano alemán en territorio alemán. Harel optó por la salida más fácil, al parecer sin informarle a su jefe, el primer ministro. Ordenó que uno de sus hombres llevara a Krug a un lugar desierto del norte de Tel Aviv y le disparara.

Después de hacerlo, un avión de la fuerza aérea se llevó el cuerpo y lo arrojó al mar.

 

¿QUIÉN PUEDE MATAR MÁS ALEMANES?

El éxito de la operación de Krug motivó a Ben Gurion a aprobar más operaciones de asesinatos dirigidos. Autorizó el uso de la Unidad 188 de Inteligencia Militar (AMAN, por sus siglas en hebreo), un equipo secreto que puso a soldados israelíes con identidades falsas dentro de países enemigos.

Harel resintió a la Unidad 188. Desde mediados de la década de 1950 trató de persuadir a Ben Gurion de transferirla al Mossad o por lo menos ponerlo a cargo de ella. Pero el ejército se opuso vehementemente a esta idea, y Ben Gurion lo rechazó.

El director de AMAN, general de división Meir Amit, no creía que los científicos alemanes fueran una amenaza tan grave para Israel como lo creía Harel. Pero dada la rivalidad entre las dos organizaciones, exigió que a su unidad también se le permitiera actuar contra ellos. Comenzó una competencia intensa por quién mataría más alemanes.

Durante ese tiempo, la Unidad 188 tenía un agente veterano muy encubierto en Egipto. Su nombre era Wolfgang Lotz, y era el tipo perfecto. De padre gentil y madre judía, no estaba circuncidado y parecía alemán: alto y rubio, con piel muy blanca. Creó una historia encubierta como exoficial de la Wehrmacht en el Afrika Korps del general Erwin Rommel, para luego hacerse criador de caballos y regresar a Egipto a empezar un criadero.

En un corto plazo, Lotz, un actor dotado, se había convertido en parte fundamental del creciente círculo social alemán en El Cairo. Él le dio a la Unidad 188 muchos detalles sobre los proyectos de misiles y su personal. Sin embargo, no podía eliminarlos en acciones que requirieran su participación directa, por miedo a verse expuesto. Yosef Yariv, director de la Unidad 188, decidió que la mejor manera de deshacerse de los científicos alemanes sería usar bombas en cartas por correo.

Yariv le ordenó a Natan Rotberg, el experto en asesinatos con explosivos de la Unidad 188, que empezara a preparar las bombas. Rotberg trabajaba en un nuevo tipo de explosivo: delgadas y flexibles “hojas de material explosivo, desarrollado para fines civiles, las cuales estaban pensadas para fundir dos piezas de acero cuando se dispararan”, lo cual le permitía hacer cargas más compactas. “Teníamos que desarrollar un sistema que pudiera mantenerse desarmado y seguro durante toda la manipulación por la que pasa una carta en el sistema de correos, y luego estallar en el momento correcto”, explicó Rotberg. “Así, el mecanismo del sobre trabajaba de tal manera que la bomba no se armaba cuando se abría, lo que la haría muy explosiva, sino solo cuando se sacara el contenido” (la inteligencia francesa colaboró en la investigación y desarrollo).

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ESPÍAS CONTRA EL ARMAGEDÓN: Harel, jefe del Mossad, se obsesionó con los científicos alemanes detrás del programa de misiles de Egipto, creyendo que trataban de llevar a cabo un segundo Holocausto.

El primer objetivo al que se le enviaría una carta bomba era Alois Brunner, un nazi que había sido el segundo de Adolf Eichmann, fungió como comandante de un campo de concentración en Francia y mandó a 130,000 judíos a la muerte. La Unidad 188 lo localizó en Damasco, Siria, donde había vivido por ocho años bajo un nombre falso. Los países árabes dieron asilo a más de unos cuantos nazis, y a cambio recibieron servicios varios. Brunner ayudó a entrenar a las unidades de interrogatorios y tortura de los servicios secretos sirios.

Lo hallaron con la ayuda de Eli Cohen, uno de los principales agentes de la unidad, quien estaba activo en los grados superiores del sistema de defensa sirio. Después de que Ben Gurion dio su aprobación para eliminar a Brunner, Yariv decidió poner a prueba uno de los dispositivos de Rotberg en el nazi. “Le enviamos un regalito”, dijo Rotberg.

El 13 de septiembre de 1962, Brunner recibió un sobre grande en Damasco. Explotó después de que lo abrió. Sufrió varias heridas faciales y perdió el ojo izquierdo, pero sobrevivió.

Aun así, motivada por haber logrado que entregaran la bomba al objetivo, la Unidad 188 estaba ansiosa por usar el mismo método en los científicos alemanes. El Mossad objetó. Como me lo explicó Rafi Eitan, un alto agente de la organización: “Me opongo a cualquier acción que yo no controle. El cartero puede abrir el sobre, un niño puede abrir el sobre. ¿Quién hace cosas como esa?”.

Llegar a los alemanes en Egipto resultó ser muy complicado; no recibían su correo directamente. La inteligencia egipcia recopilaba todo el correo del proyecto y su personal en las oficinas de EgyptAir, donde era enviado a El Cairo. Así, el Mossad y la Unidad 188 decidieron allanar la oficina de la aerolínea de noche y colocar los sobres explosivos en las bolsas de correo.

Usando un nuevo método para abrir cerraduras con una sofisticada llave maestra, agentes del Mossad entraron en las oficinas en Frankfurt de EgyptAir el 16 de noviembre. El especialista en allanamiento estaba medio oculto detrás de una agente mientras se inclinaban contra la pared como una pareja de amantes. El equipo entró en la oficina, pero no pudo hallar la bolsa de correo. Al día siguiente, lo intentaron de nuevo. Mientras estaban ocupados con la puerta, apareció un conserje, totalmente ebrio. No había mujeres en el equipo esta vez, por lo que los dos hombres fingieron besarse y se las arreglaron para escapar sin despertar las sospechas del conserje. A la noche siguiente, los agentes lo intentaron de nuevo, y esta vez no hubo problemas. El saco de correo estaba en uno de los escritorios. El equipo insertó los sobres con las trampas en las bolsas.

Los israelíes eligieron a Pilz como el objetivo principal. La inteligencia recabada en torno a él indicaba que estaba divorciándose de su esposa para poder casarse con su secretaria, Hannelore Wende. La esposa vivía en Berlín, pero había contratado a un abogado de Hamburgo. Así, la carta bomba destinada a Pilz estaba diseñada para verse como si la hubiera enviado ese abogado, con su logo y dirección visibles en el reverso. “Los organizadores del proyecto asumieron que semejante correo personal no lo abriría Wende”, dijo el informe final de la operación.

Pero los organizadores estaban equivocados. Wende, quien recibió la carta el 27 de noviembre, la abrió. El sobre estalló en sus manos, le arrancó algunos dedos, la cegó de un ojo y le tumbó algunos dientes. Las autoridades egipcias se percataron de lo que estaba sucediendo. Usando máquinas de rayos X, localizaron los otros correos con trampas, luego los entregaron para que los desactivaran especialistas de la inteligencia soviética en El Cairo.

La operación israelí había terminado en fracaso.

 

“ESTE ES EL OBJETIVO: VE Y MÁTALO”

Las explosiones asustaron a los científicos y sus familias, pero no los hicieron renunciar a sus empleos cómodos. Más bien, la inteligencia egipcia contrató los servicios de un experto oficial alemán de seguridad, un exhombre de la SS llamado Hermann Adolf Vallentin. Él visitó las oficinas de Intra y a los proveedores del proyecto, aconsejándoles en precauciones de seguridad, desde cambiar las cerraduras hasta asegurar sus entregas de correo.

El siguiente objetivo en la lista de Harel era Hans Kleinwächter y su laboratorio en la ciudad de Lorch, Alemania Occidental, que había sido contratado para desarrollar un sistema de guía para los misiles. Harel envió a los Pájaros —una unidad operativa usada tanto por el Mossad como por el Shin Bet, el servicio de seguridad nacional de Israel— a Europa y secuestrarlo o matarlo si era necesario.

Harel montó su oficina central en la ciudad francesa de Mulhouse. Eitan, comandante de los Pájaros, recuerda: “Estamos a mediados del invierno, nieve horrible, frío que calaba los huesos… Isser está furioso, sentado en una casa de huéspedes en Francia, más allá del Rin. Me muestra unas fotos y dice: ‘Este es el objetivo; ve y mátalo’”.

Pero los Pájaros, quienes habían ayudado a la Unidad 188 en meses anteriores, estaban exhaustos. Eitan recordó que le dijo a Harel que las circunstancias no eran idóneas para un asesinato dirigido, que necesitaban “esperar un poco y crear nuestra propia trampa, no solo dispararle a la gente en la calle”.

Pero Harel no quiso escuchar. El 21 de enero de 1963, despidió a los Pájaros y llamó a Mifratz, la unidad de asesinatos dirigidos del Mossad comandada por Yitzhak Shamir (futuro primer ministro de Israel) para que se encargaran de Kleinwächter. Lo que Harel no sabía era que Vallentin había descifrado que Kleinwächter sería el siguiente objetivo del Mossad. Le dio una serie de asesorías, se aseguró de que estuviera acompañado constantemente por una escolta y le dio una pistola militar egipcia.

El 20 de febrero, un vigía del Mossad vio a Kleinwächter solo en el camino de Lorch a Basel, Suiza. Decidieron entrar en acción cuando regresara. Shamir, quien, junto con Harel, comandó la operación en el terreno, le asignó la tarea de hacer los disparos a un asesino entrenado llamado Akiva Cohen. Harel también envió a un alto agente, el germanoparlante Zvi Aharoni (quien dos años antes ubicó a Eichmann en Argentina y luego ayudó a llevarlo ante la justicia en Israel). Esperaron a que el objetivo regresara al atardecer; pero no apareció, y los israelíes suspendieron la operación.

Pocos minutos después, Kleinwächter apareció finalmente y la operación se reanudó. El auto de los agentes de Mifratz le bloqueó el paso al de Kleinwächter, Aharoni se apeó y fue hacia el objetivo fingiendo pedirle direcciones. La idea era hacer que abriera la ventanilla. Empezó a hacerlo. Cohen, quien se acercó a Aharoni por detrás, sacó su arma, trató de apuntar a través de la ventanilla abierta y disparó. La bala impactó en el vidrio y lo despedazó, luego alcanzó la bufanda de Kleinwächter, pero erró el cuerpo. Por alguna razón desconocida, la pistola no disparó de nuevo.

Aharoni vio que el plan había fracasado y les gritó a todos que huyeran. Pero por la manera en que ambos vehículos se detuvieron en el camino estrecho, evitó que los hombres del Mossad huyeran en su auto, por lo que corrieron en direcciones diferentes.

Mientras huían, Kleinwächter sacó su pistola y empezó a dispararles a los israelíes. No alcanzó a nadie, pero la operación fue otra oportunidad perdida.

 

EL CARNICERO DE BUCHENWALD

Harel entonces lanzó cierta cantidad de operaciones planeadas para intimidar a los científicos y sus familias, incluidas cartas anónimas amenazando sus vidas y visitas a altas horas de la noche dando advertencias similares.

Estas también fracasaron cuando la policía suiza arrestó a un agente del Mossad llamado Joseph Ben Gal, después de que este amenazara a la hija de Paul Goercke, Heidi. Ben Gal fue extraditado a Alemania, enjuiciado y sentenciado a un corto periodo en prisión.

Para la primavera de 1963, el Mossad de Harel no había retrasado el progreso de los egipcios. Por ello, Harel empezó a filtrar historias a la prensa —algunas ciertas, algunas adornadas, algunas mentiras francas (que los alemanes ayudaban a Egipto a producir bombas atómicas y láseres mortales)— sobre nazis que construían armas para que los árabes mataran judíos. Harel estaba totalmente convencido de que los científicos alemanes eran nazis, todavía determinados a completar la Solución Final y que las autoridades alemanas estaban conscientes de sus actividades, pero no hacían algo para detenerlos. En realidad, según el informe del Mossad de 1982 sobre el asunto, ellos se habían acostumbrado a la riqueza durante el Tercer Reich, habían quedado desempleados cuando este cayó y ahora simplemente trataban de ganar dinero con los egipcios. Pero Harel arrastró a todo el país consigo en su obsesión.

Para demostrar sus afirmaciones, Harel presentó información recabada en El Cairo sobre un Dr. Hans Eisele, el Carnicero de Buchenwald, quien estuvo involucrado en experimentos espantosos en internos judíos. Fue designado como criminal de guerra, pero escapó al juicio y halló un refugio cómodo en Egipto, donde se convirtió en el médico de los científicos alemanes. Harel también señaló a cierta cantidad de nazis en El Cairo, aunque ninguno de ellos pertenecía al grupo de científicos de misiles.

Su meta era vilipendiar públicamente a Alemania, con la que Israel tenía una relación complicada. Los moderados relativos como Ben Gurion y su asesor en jefe, Shimon Peres (también un futuro primer ministro) no estaban de acuerdo con el enfoque de Harel. En un momento en el que Estados Unidos era renuente a darle a Israel toda la ayuda militar y económica que pedía, la nación naciente, sostenían ellos, no podía darse el lujo de poner en riesgo la asistencia económica y militar que recibía del gobierno de Alemania Occidental. Por su parte, los de línea dura como Golda Meir y Harel, rechazaban la idea de que la República Federal de Alemania fuera un país “nuevo” o “diferente”. En sus mentes, la historia había dejado una mancha imborrable.

Harel también llamó al Comité de Editores, una institución israelí, por entonces conformada por los principales editores de los medios de comunicación, que autocensuraban artículos a solicitud del gobierno. Pidió al comité que le diera tres periodistas, a quienes reclutó. Ellos fueron enviados a Europa, a expensas del Mossad, para recabar información sobre las compañías de fachada que compraban equipo para el proyecto egipcio. Harel afirmó que necesitaba a los periodistas por razones operativas, pero quería usar su participación y los materiales que recabasen para limpiar la información que ya poseía; como tal, podía ser diseminada a los medios de comunicación extranjeros e israelíes para fabricar reportajes de periódico y crear un clima apropiado para sus propósitos.

Los artículos de Harel provocaron un frenesí mediático y una sensación creciente de pánico en Israel. Ben Gurion trató de calmarlo, sin éxito. “En mi opinión, él [Harel] no estaba del todo cuerdo”, dijo Amos Manor, el jefe de Shin Bet por entonces. “No podías tener una conversación racional con él al respecto”.

Terminó, como la mayoría de las obsesiones, con la propia destrucción de Harel. Su campaña publicitaria, los frenéticos artículos periodísticos que plantó sobre los secuaces de Hitler alzándose de nuevo, hirieron muchísimo a Ben Gurion. Críticos como Menachem Begin, el líder de la oposición, atacaron al primer ministro por no haber hecho lo suficiente para detener la amenaza que presentaban los científicos alemanes —una amenaza que los israelíes vieron como un peligro a su existencia— y por llevar a su país a una conciliación con Alemania Occidental, la cual ahora parecía ser, por lo menos indirectamente, responsable de una nueva Solución Final.

El 25 de marzo de 1963, Ben Gurion llamó a Harel a su oficina; el jefe del Mossad había llevado a cabo algunas de sus operaciones mediáticas sin la aprobación del primer ministro y ahora su jefe estaba molesto. El primer ministro le recordó a Harel que se suponía que él debía instrumentar la política del gobierno, no establecerla. Ofendido por la reprimenda, Harel ofreció su renuncia, confiando en que el Viejo, como se conocía a Ben-Gurion, no podría arreglárselas sin él y le rogaría quedarse.

Ben Gurion pensaba lo contrario. Aceptó la renuncia en el acto. La carrera otrora brillante de Harel terminó en un alardeo fallido y una derrota total. Fue remplazado inmediatamente por Amit, el jefe de AMAN.

Pero también fue demasiado tarde para Ben Gurion. La campaña de Harel había beneficiado a Begin, entre otros. Menos de dos meses después de remplazar a Harel, Ben Gurion renunció, convencido de que había perdido el apoyo de su propio partido. Fue remplazado por Levi Eshkol.

 

56 ROBOS Y 30,000 DOCUMENTOS

Amit, uno de los brillantes comandantes jóvenes de las Fuerzas de Defensa israelíes, se hizo cargo de un Mossad en caos. La agencia estaba tremendamente desmoralizada. En los nueve meses desde que Egipto anunció sus cuatro pruebas de misiles, los israelíes se habían enterado de poco del programa, y todo lo que el Mossad y AMAN intentaron había fracasado en siquiera retrasar el proyecto, ya no digamos desmantelarlo. Presionar a Alemania no marcó una diferencia.

Amit se propuso reconstruir la organización, reforzarla con el mejor personal que conocía de AMAN. Tan pronto como asumió el cargo, ordenó un alto a todas las cuestiones que consideró poco pertinentes, y una reducción drástica de los recursos que se dedicaban a la cacería de criminales nazis, explicando: “Tenemos que producir información sobre los enemigos del Estado de Israel hoy día”. Amit sabía que necesitaba un reinicio táctico, y que el Mossad tenía que replantear su enfoque del problema de los misiles egipcios.

Entonces, su primera orden fue apartarse de las operaciones de asesinatos dirigidos y que más bien se enfocara la mayoría de los recursos en tratar de entender lo que sucedía dentro del proyecto de misiles. Sin embargo, en secreto, sin poner al tanto a la mayoría de los altos funcionarios de la organización, preparó su propio proyecto de asesinatos dirigidos contra los científicos. El personal de operaciones trataba de hallar maneras de enviar bombas por correo desde dentro de Egipto, acortando significativamente el tiempo entre el envío y la apertura del paquete. Probaron el método en un objetivo relativamente fácil, el médico Eisele. El 25 de septiembre de 1963 hubo una explosión en la oficina postal en el elegante vecindario Maadi de El Cairo: una carta bomba destinada al Dr. Carl Debouche, el nombre falso que usaba Eisele, explotó y cegó a un trabajador postal.

El fracaso de esta operación convenció a Amit de que los asesinatos dirigidos solo debían usarse con moderación. No obstante, ordenó al Mossad que preparara planes para disparar, hacer estallar o envenenar a los científicos en el caso de que los medios no violentos resultasen ineficaces.

Amit ordenó al Mossad que aumentara los allanamientos en todas las oficinas conectadas con el proyecto de misiles en Alemania Occidental y Suiza. Estas operaciones fueron enormemente complejas. Los sitios estaban bien guardados —tanto por la inteligencia egipcia como por los hombres de Vallentin, el jefe de seguridad alemán del proyecto— en los centros de abarrotadas ciudades europeas, en donde la ley se aplicaba estrictamente.

Los agentes del Mossad robaron en las embajadas egipcias, la misión egipcia de compras en Colonia y la oficina de Intra en Múnich. Allanaron la oficina de EgyptAir en Frankfurt por lo menos 56 veces entre agosto de 1964 y diciembre de 1966. La información que obtuvieron (los agentes fotografiaron alrededor de 30,000 documentos solo hasta finales de 1964) era importante, pero lejos de ser suficiente. El Mossad tuvo que reclutar a alguien dentro del proyecto de misiles. Esta tarea crucial le fue asignada a una división llamada Empalme, la cual era responsable de proveer la mayor parte de la inteligencia humana de la organización.

Al contrario de las películas de Hollywood, la mayoría de esta información no la recaban directamente empleados del Mossad corriendo a toda velocidad en las sombras. Más bien, es averiguada por extranjeros en sus países natales. Los oficiales a cargo del Mossad responsables de reclutar y operar estas fuentes son llamados “oficiales de recolección”, y son psicólogos expertos. Saben cómo persuadir a una persona para que traicione a todos y todo en lo que cree: sus amigos y familia, su organización, su nación.

Pero ninguno había sido capaz de trabajar con alguien cercano al programa egipcio. Reclutar agentes en países árabes se convirtió en una prioridad a largo plazo, pero en el corto plazo, Empalme tendría que buscar en otra parte.

 

“UN FAVORITO DEL FÜHRER”

En abril de 1964, Amit envió a Eitan a París, que servía como el centro neural de la inteligencia israelí, para dirigir las operaciones de Empalme en Europa. Vallentin se estaba convirtiendo cada vez más en un problema, y Empalme necesitaba hacerse cargo de él. Avraham Ahituv, coordinador de Empalme en Bonn, tuvo una idea, y se la presentó a Eitan en París en mayo de 1964. Él había identificado a un personaje sospechoso que había vendido armas e inteligencia al régimen de Nasser y también era cercano a los científicos alemanes. “Solo hay un problemita”, dijo Ahituv. “El nombre del hombre es Otto Skorzeny, y fue un oficial de alto rango de la Wehrmacht, el comandante de operaciones especiales de Hitler, y un favorito del führer”.

“¿Y quieres reclutar a este Otto?”, preguntó Eitan sarcásticamente. “Grandioso”.

Según Ahituv le dijo a Eitan, en 1960, Harel le ordenó a Amal, la unidad encargada de la cacería de criminales de guerra nazis, que recabara cuanta información fuera posible sobre Skorzeny, con miras a llevarlo ante la justicia o matarlo. Su archivo decía que era un miembro entusiasta del Partido Nazi austriaco, se enlistó en 1935 en una unidad secreta de la SS en Austria y había participado en la Kristallnacht. Ascendió rápidamente de rango en la Waffen-SS, convirtiéndose en director de sus unidades de operaciones especiales.

Skorzeny descendió en paracaídas en Irak y entrenó a las tribus locales en hacer estallar ductos que servían a los ejércitos aliados, y conspiró para asesinar a los Tres Grandes: Winston Churchill, Josef Stalin y Franklin Roosevelt. También tenía un plan para secuestrar y matar al general estadounidense Dwight Eisenhower.

Skorzeny incluso fue elegido personalmente por Hitler para encabezar la incursión en el Gran Sasso, que rescató exitosamente a Benito Mussolini, el amigo y aliado del führer, de la villa alpina donde era prisionero del gobierno italiano.

La inteligencia aliada llamó a Skorzeny “el hombre más peligroso en Europa”. Sin embargo, no fue enjuiciado por crímenes de guerra. Fue absuelto por un tribunal, y después de que se le volvió a arrestar por otros cargos, escapó con ayuda de sus amigos de la SS. Se refugió en la España de Francisco Franco, donde estableció relaciones comerciales rentables con regímenes fascistas de todo el mundo.

La relación de Skorzeny con los científicos en Egipto, y el hecho de que había sido un oficial superior de Vallentin durante la guerra, era suficiente, en la opinión de Eitan, para justificar el tratar de reclutarlo, a pesar de su pasado nazi. Eitan pensó que si ayudaba a Israel, valía la pena.

A través de cierta cantidad de intermediarios, el Mossad estableció contacto con la condesa Ilse von Finckenstein, la esposa de Skorzeny. Ella fungiría como la entrada del Mossad. El archivo de la agencia sobre la condesa dice que ella era “un miembro de la aristocracia. Es prima del ministro de Finanzas alemán [previo a la guerra] Hjalmar Schacht… Tiene 45 años, es una mujer bastante atractiva, rebosante de energía”.

“Ella estaba involucrada en todo”, dijo Raphael “Raphi” Medan, el agente del Mossad de origen alemán que fue asignado a la misión. “Vendía títulos de nobleza, tenía nexos con la inteligencia vaticana y también vendía armas”. Ella y su marido también tenían ideas liberales con respecto a su relación. “No tuvieron hijos —dijo Medan—, y sostuvieron un matrimonio abierto. Ilse siempre se veía despampanante. Cada dos años se sometía a un tratamiento hormonal en Suiza con tal de preservar su juventud”.

Medan “tenía una reputación en Europa, a causa de su belleza, de ser capaz de influir en las mujeres”, según el informe del Mossad sobre el asunto. Montaron una reunión para finales de julio de 1964 en Dublín. Medan se presentó como un empleado del Ministerio de Defensa israelí en asueto, en búsqueda de un empleo en turismo internacional. Podría estar interesado en participar en un proyecto de construcción en Bahamas en el que estaba involucrada la condesa, dijo. A la condesa le gustó Medan, y cuando se terminó su charla de negocios, lo invitó a una fiesta en su granja. Este fue el comienzo de una serie de reuniones, incluido algo de diversión salvaje en Europa.

Según un rumor del Mossad que circuló por muchos años y fue sutilmente insinuado en los informes, pero no declarado explícitamente, Medan “se sacrificó” por su país —y se aprovechó del matrimonio abierto de la pareja alemana— al enamorar a la condesa y, finalmente, llevarla a la cama. Sin embargo, Medan simplemente dijo: “Hay cosas de las que no habla un caballero” y describió su encuentro, con una sonrisa, como “bueno e incluso gratificante”.

 

“UNA VIDA SIN MIEDO”

En Madrid, la noche del 7 de septiembre de 1964, Medan le dijo a la condesa que un amigo suyo del Ministerio de Defensa israelí quería reunirse con su marido “por una cuestión muy importante”. El amigo ya estaba en Europa y esperaba una respuesta.

Convencer a Von Finckenstein no fue difícil. Apenas cuatro años antes Israel había encontrado, atrapado, enjuiciado y ejecutado a Eichmann. Fuerzas poderosas en el mundo judío, incluido el cazador de nazis Simon Wiesenthal, trataban de hallar y enjuiciar a nazis como Skorzeny. Medan era capaz de ofrecerle a la condesa —y, por extensión, a su marido— una “vida sin miedo”, como dijo Eitan.

A la mañana siguiente, Von Finckenstein le informó a Medan que su marido estaba listo para reunirse con su amigo; esa noche, de ser posible. El agente del Mossad llamó a Ahituv, de Empalme, a Madrid. Montó una reunión en el vestíbulo de un hotel esa tarde, donde presentó a los dos. El informe interno final del Mossad sobre el asunto, aunque escrito en un seco lenguaje profesional, no pudo pasar por alto su intensidad: “Avraham [Ahituv] es un vástago de una familia religiosamente cumplida, oriundo de Alemania y educado en una escuela religiosa judía. Para él, el contacto con un monstruo nazi fue una experiencia emocionalmente perturbadora que fue más allá de las exigencias de la profesión”.

En el informe detallado que Ahituv entregó, el 14 de septiembre de 1964, describió las conversaciones que tuvo esa semana con el exmiembro de las SS:

Skorzeny era un gigante. Un hombre enorme. Su físico era obvia y considerablemente fuerte. En su mejilla izquierda estaba una cicatriz, bien conocida en sus fotografías, que llegaba a la oreja.

Dos momentos me impactaron. Skorzeny buscaba un número en su agenda telefónica para dármelo. Sacó un monóculo de su bolsillo y lo fijó a la cuenca de su ojo derecho. Su apariencia entonces, con estas dimensiones corporales, la cicatriz y su mirada agresiva, lo hacían parecer un nazi completo.

El segundo incidente ocurrió después de nuestra reunión, cuando cenábamos juntos en un restaurante cercano a su oficina. De repente, alguien se acercó a nosotros, chascó sus tacones sonoramente, y lo saludó en alemán como “mi general”. Skorzeny me dijo que era el dueño del restaurante y solía ser uno de los principales nazis por esos lares.

Hablaron de la guerra y el Holocausto, entre otras cosas, y Ahituv trajo a colación el asunto de la participación de Skorzeny en los pogromos de la Kristallnacht. Sacó una larga lista de personas que habían participado en los ataques y se la presentó a Skorzeny, quien estaba familiarizado con el documento, porque la acusación se planteó y discutió durante su juicio por crímenes de guerra.

Él señaló una X trazada junto a su nombre. “Esto es la prueba de que no participé”, dijo, aunque el cazador nazi Wiesenthal interpretó la marca como prueba precisamente de lo opuesto. Skorzeny se quejó de que Wiesenthal estaba cazándolo y que más de una vez se había visto en una situación en la que “temió por su vida”. Ahituv decidió no llevar demasiado lejos el punto y no discutió.

En cierto momento, Skorzeny se hartó de hablar de la guerra. “Era claro que no tenía sentido jugar a las escondidas”, escribió Ahituv. “Le dije que pertenecía al servicio [de inteligencia] israelí. [Skorzeny dijo que] no le sorprendía que lo hubiéramos descubierto. Estaba definitivamente preparado para un intercambio de opiniones con nosotros también”.

“Un intercambio de opiniones”, era la manera delicada de Skorzeny de decir que había aceptado una cooperación total y detallada con Israel. Skorzeny exigió un precio por su ayuda. Quería un pasaporte austriaco válido emitido a su nombre real; una orden de inmunidad vitalicia contra ser enjuiciado, firmada por el primer ministro Eshkol, y que se le eliminara inmediatamente de la lista de Wiesenthal de nazis buscados, así como algo de dinero.

Las condiciones de Skorzeny provocaron un debate virulento en el Mossad. Ahituv y Eitan vieron en ellas “una restricción operativa y un requisito para el éxito de la operación”. Otros altos funcionarios argumentaron que eran “un intento de un criminal nazi de limpiar su nombre” y exigieron que se revisara de nuevo el pasado de Skorzeny. Esta nueva investigación reveló más detalles del papel que tuvo en la Kristallnacht, “como líder de una de las multitudes que quemó sinagogas en Viena”, y que “hasta hace poco, era partidario activo de organizaciones neonazis”.

Amit, práctico e impávido como siempre, pensó que Eitan y Ahituv estaban en lo correcto, pero necesitaba el apoyo moral del primer ministro. Eshkol escuchó a Amit, consultó a algunos miembros de alto rango del Mossad que eran sobrevivientes del Holocausto (al contrario de Amit, Eitan y Ahituv, quienes no lo eran) y oyó sus objeciones vehementes. No obstante, finalmente aprobó darle dinero a Skorzeny, un pasaporte e inmunidad.

El primer ministro también aprobó la solicitud concerniente a Wiesenthal, pero él no podía tomar esa decisión, o la del Mossad. Wiesenthal era un hombre terco y obstinado. Aun cuando tenía nexos cercanos con el Mossad, que financiaban algunas de sus operaciones, no era un ciudadano israelí, y trabajaba desde Viena, fuera de la jurisdicción de Israel.

En octubre de 1964, Medan se reunió con Wiesenthal para discutir, sin profundizar en la operación, por qué Skorzeny tenía que ser eliminado de su lista negra. “Para mi asombro”, recordó Medan, “Wiesenthal dijo: “Herr Medan, no hay posibilidad. Este es un nazi y un criminal de guerra, y nunca lo borraremos de nuestra lista”.

Skorzeny estaba decepcionado, pero aun así aceptó el trato. El favorito del führer, un hombre buscado en todo el mundo como un criminal de guerra nazi, se había convertido en un agente clave en la operación de inteligencia israelí más importante de su tiempo.

 

EL GOLPE FINAL

El primer paso de Skorzeny fue enviarle un mensaje a sus amigos en Egipto de que estaba reviviendo una red de veteranos de la SS y la Wehrmacht para establecer un Cuarto Reich. Les dijo que, para preparar el trabajo preliminar, su organización tenía que recabar información en secreto. A los científicos alemanes que trabajaban para Nasser se les exigiría, bajo sus juramentos de la Wehrmacht, darle a la organización fantasma de Skorzeny los detalles de su investigación de misiles para que la pudiera usar la nueva fuerza militar alemana en ciernes.

Al mismo tiempo, Skorzeny y Ahituv también elucubraron un plan para sacarle información a Vallentin, el formidable oficial de seguridad, quien sabía todo sobre el proyecto de misiles egipcio.

Al contrario del reclutamiento del sofisticado y experimentado Skorzeny, quien estaba consciente de que estaba tratando con un hombre del Mossad, y a quien Ahituv nunca trató de engañar, los dos decidieron usar un subterfugio con Vallentin.

Skorzeny interpretó su papel a la perfección. Convocó a Vallentin a Madrid con la excusa de que celebraría una reunión especial de sus subordinados de la “guerra gloriosa”. Puso al jefe de seguridad, a expensas del Mossad, en un hotel lujoso y le presentó su plan falso de revivir al Reich. Luego le reveló que esta no era la única razón de la invitación a Madrid y que quería que conociera a “un amigo cercano”, un oficial del servicio secreto británico MI6. Él dijo que el británico estaba interesado en lo que pasaba en Egipto, y le pidió a Vallentin que ayudara a su amigo.

Vallentin tenía sospechas. “¿Está seguro de que los israelíes no están involucrados?”, preguntó.

“¡Discúlpese!”, respondió con fuerza Skorzeny. “¡Cómo se atreve a decir algo así a su oficial superior!”.

Vallentin se disculpó, pero no estaba convencido. Y estaba en lo correcto. El “amigo” de Skorzeny no era británico, sino un oficial de caso del Mossad nacido en Australia y llamado Harry Barak. Vallentin aceptó reunirse con él, pero no cooperar, y la reunión entre los dos no llevó a ninguna parte.

Skorzeny de inmediato pensó una solución. En su siguiente reunión con Vallentin, le dijo que su amigo del MI6 le había recordado de un telegrama que Skorzeny había enviado al final de la guerra, en el que notificaba al personal general que había ascendido a Vallentin, pero no había llegado a su destino. Fue ascendido retroactivamente.

Los ojos del jefe de seguridad se iluminaron. La acción era puramente simbólica, pero claramente significaba mucho para él. Se levantó e hizo el saludo de “Heil Hitler” y agradeció a Skorzeny profusamente.

Este último le dijo a Vallentin que estaba listo para darle un documento escrito confirmando su ascenso. Vallentin estaba agradecido con su nuevo amigo en la inteligencia británica por la información que había dado, y aceptó ayudarle tanto como quisiera.

Al tiempo, Skorzeny invitó a otros exoficiales de la Wehrmacht involucrados en el proyecto de misiles a Madrid. Asistieron a fiestas elegantes en su casa, presentadas como reuniones de veteranos de las fuerzas especiales Waffen-SS. Sus invitados comieron, bebieron y se divirtieron hasta altas horas de la noche, sin saber jamás que el gobierno israelí había pagado su comida y bebidas y espiaba sus conversaciones.

La información provista por Skorzeny, Vallentin y los científicos que fueron a Madrid resolvieron en su mayoría el problema de información del Mossad concerniente al programa de misiles de Egipto. Identificó quién estaba involucrado en el proyecto y cuál era el estado actual de cada componente.

Gracias a la información de su operación, el Mossad de Amit se las arregló para destruir el programa de misiles desde dentro, usando gran cantidad de métodos. Por ejemplo, la agencia de inteligencia fue capaz de identificar un plan egipcio secreto de reclutar docenas de trabajadores de la fábrica de aeronaves y cohetes Hellige en Friburgo, quienes estaban a punto de ser despedidos. Amit decidió tomar ventaja del momento para llevar a cabo una acción rápida con la intención de evitar la salida hacia Egipto.

En la mañana del 9 de diciembre de 1963, Peres, entonces subministro de Defensa, y Medan llevaron un cajón cerrado que contenía gran cantidad de documentos en inglés, que estaban basados en material provisto por Skorzeny y Vallentin, entre otros, y viajaron a una reunión con uno de los altos políticos de Alemania Occidental, el exministro de defensa Franz Josef Strauss.

La información que Peres le presentó a Strauss era mucho más detallada y seria que cualquier cosa que se le hubiera presentado a Alemania previamente. “Es inconcebible que científicos alemanes ayuden a nuestro peor enemigo de tal manera, mientras ustedes se hacen los distraídos”, dijo Peres a Strauss, quien debió entender lo que significaría filtrar este material a la prensa internacional.

Strauss miró los documentos y aceptó intervenir. Llamó a Ludwig Bölkow, una persona poderosa en la industria aeroespacial alemana, y le pidió su ayuda. Bölkow envió a sus representantes a ofrecerles a los científicos e ingenieros de Hellige empleos con buenas condiciones en sus plantas, siempre y cuando prometieran no ayudar a los egipcios.

El plan funcionó. La mayoría de los miembros del grupo nunca fue a Egipto, donde el programa de misiles necesitaba urgentemente de su asistencia con los mañosos sistemas de guía, un desarrollo que paralizó fatalmente el proyecto. El golpe final se dio cuando un representante de Bölkow llegó a Egipto para persuadir a los científicos que ya trabajaban allí para que regresaran a casa. Uno por uno, desertaron del programa, y para julio de 1965, incluso Pilz se había ido, y regresó a Alemania para dirigir una de las divisiones de componentes de aviones de Bölkow.

El asunto de los científicos alemanes fue la primera vez que el Mossad movilizó todas sus fuerzas para detener lo que percibió como una amenaza existencial de un adversario, y la primera vez que Israel se permitió atacar civiles de países con los que tenía relaciones diplomáticas. En su informe de 1982, el Mossad analizó si habría sido posible resolver el asunto usando métodos “suaves” —ofertas generosas de dinero del gobierno alemán a los científicos— sin “la desaparición misteriosa de Krug, o la bomba que mutiló a Hannelore Wende, o las otras cartas bomba y la intimidación”.

El informe concluyó que no habría sido posible. El Mossad creía que sin la amenaza de violencia dirigida a ellos, los científicos alemanes no habrían estado dispuestos a aceptar el dinero y abandonar el proyecto.

Este artículo está basado en un extracto del éxito de ventas, según The New York Times, Rise and Kill First: The Secret History of Israel’s Targeted Assassinations (Random House, 2018). Mientras escribía el libro, el autor se reunió con mil fuentes, desde primeros ministros israelíes y directores del Mossad hasta los asesinos en sí. También obtuvo miles de documentos nuevos y relevantes sobre las agencias de espionaje israelíes.

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