En defensa de la libertad de elegir

 

Emilio, un corredor octogenario, organiza en su casa “la travesura más grande de mi vida”. Eddy, su único hijo, no está de acuerdo con la idea pero respeta la decisión de su padre, más ahora que sufre cáncer y se obliga a consentir al viejo. Emilio llama por celular a sus colegas del club de atletismo, uno por uno, y les cuenta su juego absurdo con una sonrisita de niño malcriado. Algunos lo secundan, otros prefieren mandarlo a volar; los más cercanos le llevan resignados las botellas de whisky.

El viejo recibe a sus invitados como si fuera una velada de verano. Hace cumplidos atrevidos a las mujeres porque siempre ha sido mujeriego y sabe que tiene la gracia de levantar suspiros y hace latir con fuerza los corazones femeninos: por eso se volvió deportista.

Hay una canción de Queen que al viejo le gusta: I Want It All.  La escuchan todos varias veces en un iPhone. Dicen que la tarareaba cuando ganó hace meses el campeonato de veteranos de 60 metros planos. Como la canción, el viejo es un aventurero en las calles vacías, un joven guerrero con luz en los pies.

Juntos, brindan con whisky como en los viejos tiempos, por los tenis gastados, por las camisetas sudadas, por los callejones sin salida, por la ansiedad irresistible de quererlo todo, y de quererlo ahora: “it ain´t much I´m asking if you want the truth/ here´s to the future for the dreams of youth”.

El viejo Emilio se cuelga sus medallas de corredor, acerca a sus amigos a su sillón, sonríen a la cámara y toman la foto del recuerdo. Algunos se limpian las lágrimas. El viejo los abraza y un poquito mareado por el alcohol, con los brazos en alto, como si llegara primero a la meta, grita que ha sido la fiesta más hermosa de su vida.

Casi al final de la fiesta algunos amigos le ruegan que no lo haga. Él les sonríe burlón. “Estoy viviendo por completo el momento y lo estoy dando todo”, dice la canción de Queen. Los despide en punto del amanecer y se queda a solas hasta que llega alguien que lo apoyará. Él mismo, sin ayuda, se enfunda la camiseta, los short y los tenis.

Tararea de nuevo la canción de Queen mientras se recuesta en la cama, extiende el brazo derecho y recibe sonriendo las tres inyecciones que lo matan en un par de minutos. Lo quiso todo, lo quiere todo y lo quiere ahora. Esta muerte asistida no ocurrió en México. Aquí, en nuestro país, todavía no podemos decidir por nosotros mismos, cuándo y en donde acabar con nuestra vida. Si es que así lo queremos.