La economía estancada de México y mi teoría de la luz ámbar en los semáforos 

Desde hace un año, tres meses y dos días tomé una decisión extrema: caminar. Mi carro descansa en la cochera lo más posible. Día tras día, me pongo unos tenis viejos y camino a paso veloz. Avanzo por Avenida Vasconcelos, entro por el Túnel de la Loma Larga y desemboco en Avenida Venustiano Carranza. Me juego el pellejo pero ni modo. 

Se alarga la edad de uno y se acorta el perímetro de nuestra vida. Les presumo ufanamente que a veces mi audacia me desplaza más allá del antiguo cine Buñuel, cruzo el antiguo cine América, y remato en lo que para mí siempre será Calzada Madero. Esos eran mis rumbos de muchacho. El fuerte sol es un obstáculo para caminar. Otro son los asaltantes. Otro es la lluvia. 

Uno de esos días de caminata saludable, llovió. Pedí un Uber. El chofer, joven impetuoso, aficionado al rock progresivo (nada qué reprocharle porque a mi también me gusta Pink Floyd), cometió una imprudencia que despertó en mí reflexiones de carácter urbano: no respetó la luz ámbar de un semáforo. En vez de bajar la velocidad, aceleró su marcha. No fue claramente una falta del reglamento de tránsito, pero sí una imprudencia. “Todos lo hacen, compa, no sea fijado”. 

En efecto, los demás vehículos alrededor del Uber, también aceleraron su marcha con el color amarillo. ¿Qué puso en riesgo este chofer de Uber no bajando su velocidad? Algo más que un posible accidente de tránsito. Algo más importante. Diría yo que trascendental.

Hay una colectiva intención de los mexicanos de no cumplir con las normas establecidas, de no respetar valores. Se me acusará de ser un viejo exagerado. Pero si nuestro Estado de Derecho (The Rule of Law) no es de buena calidad, el marco para establecer relaciones comerciales tampoco será de buena calidad. Si las normas se relajan, si no las tomamos “tan en serio”, seremos económicamente ineficientes. ¿Explica esto que México esté estancado desde hace muchos años? Sí. 

Yo creo en el modelo teórico de Douglass North: las normas, las leyes, los derechos sociales, la política, los valores, las costumbres, todo eso que determina el entramado institucional nos brinda seguridad, certidumbre y certeza jurídica. En un ambiente de incertidumbre, la economía no crece. Lo explica North en su libro: “Institutions, Institucional Change and Economic Perfomance” (1991). 

En un clima de latente incumplimiento de normas, de inestabilidad de reglas, de regulaciones sesgadas a favor de unos cuantos, de prácticas políticas clientelares, de abuso de poder, de falta de transparencia en el uso de dinero público, tendremos que asumir “costos de deserción”: los jugadores de la actividad económica se desmoralizan o se adaptan (lo que es peor) al ambiente de descomposición de valores. 

Preferimos no invertir, no arriesgarnos en transacciones comerciales o no participar en las demandas de derechos sociales. Se incentiva así el fraude, la transa, el moche, el chayote, la mordida y el facturaje fantasma. Sucede el triste fenómeno que yo denomino: “el que viene, hace lo que le conviene”. 

En resumidas cuentas, el muy perceptible deterioro del marco institucional para la actividad económica que sufre México, es la principal causa del estancamiento de nuestra productividad y esto podemos medirlo con los indicadores de exportaciones, innovación, nuevas tecnologías, etcétera. En todas andamos mal. 

En fin, si vemos la luz ámbar de un semáforo, en vez de acelerar la marcha de nuestro vehículo, disminuyamos la velocidad. Esa es la primera norma simple que podríamos comenzar a cumplir. Otra puede ser caminar en nuestras horas libres. 

Ya me he topado a muchos amigos haciendo el mismo ejercicio que yo. El miedo anda en corazones amolados como el de uno. Además, mejor platicar sobre el bajo crecimiento económico de México caminando en las banquetas, que sentados en los cafés de Walmart o HEB, sustitutos perfectos de los asilos y de las casas de reposo, pero con despachadores malhumorados en vez de enfermeras amables y simpáticas.