Aunque hay una gran posibilidad de que México tenga beneficios con el nearshoring, la falta de convergencia entre la visión política y económica podría afectar.
Pocos países en el mundo enfrentan una disyuntiva como la de México.
Por un lado, existe una oportunidad como pocas veces se ha visto en nuestra historia para lograr un crecimiento económico elevado en los próximos años, en virtud del proceso de relocalización industrial que está cambiando los flujos de capital a nivel global.
Por otro lado, nos enfrentamos a un deterioro de las instituciones públicas que permitieron que, tras décadas de gobiernos de un solo partido, se estableciera una democracia moderna en el país.
Ambos procesos tienen raíces en tendencias internacionales, pero han encontrado una expresión concreta y singular en México.
La pregunta que se hacen muchos es si habrá un corto circuito entre ellos y si el deterioro institucional que observamos en México podría ser un obstáculo para que el ‘nearshoring’ pueda ser plenamente aprovechado.
Antes de dar respuesta a esa pregunta, revisemos algunos de los antecedentes de ambas tendencias. Comencemos con la economía.
Tras el ingreso de China a la Organización Mundial de Comercio en este siglo, el gigante asiático se convirtió en la “fábrica del mundo”, como se le llamaba hace algunos años, debido a lo atractivo que resultaba establecerse allá.
Entre 2000 y 2015, la economía china creció a una tasa de 9.2 por ciento anual en promedio y las exportaciones a Estados Unidos lo hicieron a un ritmo de 10.5 por ciento anual promedio para ese lapso.
Una parte importante de esas importaciones de EU estuvo asociada a otra relocalización industrial, denominada entonces offshoring, es decir, el abandono de EU y mayormente, el establecimiento en China.
Diversas empresas manufactureras de Estados Unidos y Europa encontraron grandes ventajas de instalarse en China y trasladaron operaciones a ese país.
Eso fue de uno de los signos más claros de la globalización. Teníamos una economía integrada globalmente, lo que permitía lograr las máximas eficiencias.
La perspectiva empezó a nublarse en 2015.
En ese año, Donald Trump lanzó su candidatura a la presidencia por parte del Partido Republicano, con un discurso fuertemente proteccionista.
La tendencia al proteccionismo siguió. En 2016, los habitantes del Reino Unido votaron en un referéndum por dejar la Unión Europea, que lanzó el Brexit. Se fue configurando así una tendencia claramente opuesta a la globalización.
Sin embargo, las cosas se aceleraron con dos acontecimientos: la pandemia del Covid 19 y la invasión rusa a Ucrania.
Entre 2020 y los primeros meses de 2022, muchas de las empresas que habían decidido migrar a China para aprovechar las ventajas de esa economía empezaron a reconsiderar su decisión en virtud de las grandes vulnerabilidades logísticas que la distancia generaba, pero también debido a un conflicto geoestratégico entre Estados Unidos y China.
Esto dio lugar a un proceso que genéricamente puede denominarse como el reshoring, pero que en una parte toma la forma del nearshoring o del friendshoring.
No es exclusivamente que se cierren operaciones en China y se decida relocalizarlas en otro punto. Se trata a veces de que las nuevas inversiones descarten a China como destino.
Las empresas pueden valorar estar dentro del mercado norteamericano; estar cerca de él o localizarse a distancia, pero en un país que no tenga un conflicto geoestratégico con Estados Unidos. Las empresas tienen varias opciones para sus inversiones futuras o para relocalizar sus inversiones que hoy están en China.
En una perspectiva de mediano plazo, México se vuelve un destino muy atractivo para los inversionistas que quieren estar cerca de EU, pero también que quieren aprovechar los tratados comerciales con los que cuenta nuestro país.
Quizás la expresión más nítida de este proceso haya sido la decisión de Tesla de instalar la mayor de sus plantas construidas hasta ahora, en el municipio de Santa Catarina, en la zona metropolitana de Monterrey, con una inversión que al paso de los años podría llegar hasta los 10 mil millones de dólares.
El potencial de crecimiento económico que este proceso abre para México es formidable y prácticamente único en el mundo.
Pero ahora vayamos al otro plano.
La percepción de que la globalización y las estrategias orientadas a la competencia y el mercado no estaban entregando los resultados que la población deseaba les dio impulso a fuerzas políticas contrarias a ello.
En algunos países, como en México, además, el proceso de modernización de la economía también se asoció a la creación de instituciones políticas modernas, como las elecciones libres y las reglas y organismos que las garantizaban.
Igualmente, se establecieron mecanismos para la creación de contrapesos al Poder Ejecutivo.
En virtud del adecuado funcionamiento de estas instituciones llegaron al poder personajes que eran opuestos a la democracia moderna.Casos como el de Donald Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil o López Obrador en México, son ejemplos claros.
En nuestro país, el Presidente Andrés Manuel López Obrador comenzó un proceso de debilitamiento de los llamados órganos autónomos, sobre todo los que tenían que ver con el ámbito energético.
Al paso de los años, también los órganos relacionados con la competencia, la ciencia, la transparencia y la rendición de cuentas, han sido debilitados.
Y en la etapa más reciente, el objetivo han sido las instituciones electorales y eventualmente el Poder Judicial.
De manera explícita se quiere un fortalecimiento del Poder Ejecutivo que permita ejercer el poder de una manera más directa y sin restricciones, como lo fue en México hace muchos años.
Algunos piensan que ese intento va a ser limitado por la existencia del TMEC, pues el propio marco jurídico que el Tratado establece va a limitar la concentración del poder en manos del presidente.
Sin embargo, esa es una posibilidad y no un hecho aún.
Existe un riesgo para el aprovechamiento del nearshoringque tiene que ver con el debilitamiento del estado de derecho, así como con la adhesión del gobierno a visiones ideológicas, que, por ejemplo, limitan la provisión de energía limpia, entre otros factores.
Igualmente, puede haber un proceso de toma de decisiones que sea irracional y asigne recursos a proyectos que no tienen un efecto positivo a largo plazo para el país.
Creo que la propia inercia del proceso de relocalización industrial va a conducir a que de una manera u otra México sea uno de los beneficiarios.
Pero la falta de convergencia entre las visiones política y económica puede conducir a que esos beneficios se recorten ampliamente y podamos aprovecharlos en muy escasa dimensión.
Esa es nuestra dicotomía…
El Financiero