Que cite el Congreso del Estado al Fiscal 

No estaría mal que el Congreso del Estado citara al Fiscal General de Justicia, Gustavo Adolfo Guerrero a una comparecencia. 

Que nadie sospeche en esto ninguna alusión insidiosa o condena anticipada de su proceder. 

Es una sugerencia que se sostiene sobre dos condiciones insoslayables: la primera, que recientes hechos posiblemente delictivos han sublevado el ánimo de la gente y provocaron la remoción de varios altos funcionarios de esa Fiscalía. 

Si los quitaron fue en respuesta a algo que no estuvo bien o de otra manera no los hubieran quitado. Tan simple como eso. 

La segunda condición es de carácter más teórica: la división de poderes implica también interacción de poderes. No hay cotos ni esferas aisladas. 

Y el poder legislativo local no puede desatender, aunque lo pretenda, la crisis política que se desató recientemente, se reconozca o no, se le vea a los ojos o se le de la espalda. 

Recordaré una anécdota del Generalísimo Franco. El gobernante español se quejaba de la división de poderes y quería disolverlos. ¿Acaso no se daban cuenta sus ministros de que se orquestaba una campaña en contra suya?” 

“Imposible”, le espetó no sin cierta timidez uno de sus incondicionales: “Acuérdese usted de los tres poderes de Montesquieu”. 

Y tronaba el Generalísimo: “¡Montesquieu! Ese gilipollas es precisamente el cabecilla de estos motines”. 

Pues sí, en las “eras agitadas” (la frase es de Octavio Paz), recurramos a Montesquieu. Un clásico sirve para repensar nuestros problemas presentes porque desde sus épocas remotas entronca con la actualidad. 

Poderes divididos no significa poderes separados y (no siempre) confrontados. Son en todo caso un balance, un equilibrio que da el espíritu de las leyes. 

Comparecer no quiere decir dar cuentas humillantemente. También es sinónimo de explicar procesos y dialogar. 

Que el Congreso del Estado pida al Fiscal presentarse para rendir informe de los recientes casos tan controvertidos, respetando el debido sigilo. 

Que vaya el Fiscal a comparecer, sin afán de compadecer. 

Y que sea en audiencia pública, abierta y sin tapujos. 

Así incluso podremos librarnos de los dimes y diretes que calientan la cabeza de tantos  desquiciados; vana ilusión, lo se, porque en “eras agitadas” (como las actuales), a los rumores les han metido anabólicos y esteroides, para que el chisme se hinche hasta perder insanamente toda forma y proporción.