¿Te han insultado en WhatsApp, Twitter o Facebook? Aguántate. Las redes sociales son el reino de los agravios personalizados.
Obvio, a nadie nos gusta ser ofendidos, ni injuriados ni insultados. No tendrías porqué aceptar faltas de respeto a tu persona.
Sin embargo admítelo: no te irás de las redes. Es como el masoquista que siente placer siendo humillado.
Quizá la solución para aliviar tu orgullo herido sea muy simple: contéstales con otra grosería o ignora los insultos y listo.
Pero entonces respóndeme la siguiente pregunta: ¿es justo el precio que pagas por opinar públicamente con tu nombre y apellido?
El problema psicológico no está del lado de quien opina sobre política y los políticos, sino de quien calumnia agresivamente desde el anonimato, en las sombras, bajo seudónimo.
El afán del hater (odiador) consiste en buscar notoriedad a expensas de otros; llamar la atención a como de lugar. Otros simplemente son empleados; les pagan por mentar madres en redes. Son los odiadores asalariados.
Déjame volver al primer grupo. Los haters que buscan notoriedad.
Su anomalía en Twitter o en los grupos de WhatsApp se deriva de una psicopatología: “online disinhibition effect”.
Cuando algunas personas se ponen frente a una pantalla de celular o una tablet o una computadora, se les detona un efecto curioso: el anonimato las envalentona; aumentan su violencia virtual gracias a la invisibilidad que propician las redes sociales.
Cuando hablamos de frente, cara a cara, el cerebro se mantiene usualmente en autocontrol gracias al córtex orbitofrontal, que emite señales para moderar nuestros impulsos y empatizar con los demás.
Eso nos evita comportamientos inaceptables (casi siempre).
Un punto medio entre el cara a cara y las redes sociales lo es el tráfico mañanero: le mientas la madre al conductor del vehículo de al lado y aceleras.
El riesgo de liarse a golpes es relativamente menor.
Pero en Internet, el córtex no funciona igual que en la vida real, porque no está bien adiestrado en el medio online.
De ahí que sea fácil dejarnos llevar por impulsos y nos sentimos a gusto soltando comentarios insultantes, “al cabo nadie nos ve”.
Con esto, no te pido que si publicas tus opiniones en grupos de WhatsApp, seas tolerante y te conviertas en una especie de monje budista.
Si te insultan, puedes llegar al satori, es decir, al instante de iluminación del budismo zen, en donde no hay pasado ni futuro, sino que todo es ilusión.
O puedes también asimilar el concepto del “online disinhibition effect”, y con toda libertad regresar la mentada de madre al baboso que te insultó.
Será otra forma de llegar a la plenitud espiritual. Yo la aplico muy seguido y me funciona bastante bien.