Algo que vale la pena leer

El hombre más feliz del mundo

“He vivido un siglo y sé lo que significa ver el diablo cara a cara”. Eddie Jaku.

Nació en Leipzig, Alemania, en 1920. Sumamente orgulloso de su país, Eddie Jaku, ingeniero mecánico que se consideraba alemán antes que judío, no entendía porque una tarde de 1938 amigos y vecinos lo maldecían junto a su familia, mientras eran arrestados y deportados por los nazis a un campo de concentración. Durante siete años, Eddie respiró en cada segundo el aliento del diablo presente en el horror de Buchenwald y Auschwitz. Sobrevivió de milagro porque sus conocimientos de ingeniería fueron útiles para sus captores, y después de la guerra, se fue a vivir a Australia jurando que nunca regresaría a Europa. Vivió 101 años, tuvo hijos, nietos, bisnietos y durante la postguerra se consideró un hombre agradecido con la vida: “Me prometí que cuando dejara atrás las peores horas de mi vida sería feliz durante el resto de mis días y que sonreiría, porque, si sonríes, el mundo también lo hace. No todo es felicidad… A veces hay muchos días difíciles. Pero has de recordar que tienes suerte de estar vivo. Cada respiración es un regalo”. 

Biográfico, histórico y reflexivo es el libro que a sus 100 años Eddie Jaku publicó con el título de: “El hombre más feliz del mundo” editado para México por Planeta, y cuya lectura brinda una tabla salvavidas ante una actualidad peligrosamente inmersa en la pérdida del asombro, la falta de empatía por los demás y una habitual hostilidad. Como bien apunta Eddie: 

“Cada que hablo (de mi historia) en una escuela, digo: –Por favor, que levante la mano quien le haya dicho a su madre: “Mamá, te quiero” al salir de casa esta mañana.

Una noche, al volver a casa, mi mujer me dio un recado.

–Eddie, llamó la señora Leigh. Quiere que la llames–. Cuando la telefoneé, le pregunté:

–Señora Leigh, ¿quería hablar conmigo?

–Sí, señor Jaku, ¿qué le hizo a mi hija?

–¡Señora Leigh, yo no le hice nada! –repuse.

–¡Claro que sí! Ha obrado un milagro. Mi hija llegó a casa, me dio un abrazo y me susurró al oído: «Mamá, te quiero». ¡Tiene 17 años! Normalmente lo único que hace es discutir conmigo”

Una lectura por demás recomendable.

Somos lo que hemos leído y esta es, palabra de lector.