Dicen que Bob Dylan ha decidido no volver a componer canciones. Está cansado. La pieza mas reciente ha sido una de las mejores de su repertorio. Pero para sus seguidores no nos resulta suficiente.
Esa armónica legendaria no puede guardarse en el cajón donde el viejo Dylan oculta la soga sangrante y el crucifijo bendecido.
¿Tienen derecho los genios a cansarse? Supongo que no. Decía Truman Capote que quien recibe un don, también recibe un látigo para flagelarse. Y Dylan recibió un don. Que se aguante.
Comenzaré pues, lector, por plantearte una pregunta simple: ¿quieres ser testigo de la aparición de una obra maestra, cruda y oscura?
No te apresures en responderme. Si tu respuesta es sí, cuestiónate cuanta verdad eres capaz de soportar. Medítalo bien. ¿Ya? ¿Listo?
Si crees que la suficiente, escucha la canción de Bob Dylan: “Murder Most Foul” (el asesinato más despreciable). Agárrate a ella como a un respirador. Mete en tus pulmones todo el aire que puedas: el oxígeno, como el agua, es un bien escaso en Monterrey.
17 minutos de fentanilo inyectado en la vena. La canta este viejo sin alma, con amargura. Vaticinios duros, desgraciados, como los que sentencian algunos profetas.
Odio decirlo, lector, pero con perdón tuyo, tarde o temprano nos volveremos “en tierra, en humo, en polvo, en nada”, como decía Góngora.
O mejor, como decía nuestra Sor Juana que superó casi siempre a Góngora: “Éste que ves, engaño colorido (…) es un afán caduco, y bien mirado, es cadáver, es polvo, es humo, es nada”.
Dylan advierte que este día, cualquier día, es bueno para morir. “Para llevarnos al matadero como chivos expiatorios. Abatidos como perros a plena luz del día”.
Canta Dylan: “Esperen muchachos. ¿No saben quién soy? Por supuesto que sabemos quién eres tú. Tienes deudas pendientes con nosotros. Hemos venido a cobrarte”.
El mundo se ha vuelto un pueblo peligroso; el más peligroso del condado. No es lo global, ni lo local: es lo “glocal”.
O cómo aquella novela de Cormac McCarthy: “No country for old man”. Ucrania invadida, inflación global, miseria creciente, demagogia, enajenación digital, narcotráfico, fentanilo y corrupción.
El mundo se corrompe. Habrá que meterlo en formol.
Fantasmas erráticos y condenados a asustarse de sí mismos cuando descubren que sí los refleja cualquier espejo.
O cómo esos pobres vampiros de Jim Jarmuch de su película “Sólo los amantes sobreviven” que ya no quieren chupar sangre de los humanos del siglo XXI, porque está contaminada, saturada de drogas, de alcohol y neurosis. Ya no sirve para nutrir a Drácula.
Dice Dylan que acabaremos confinados en un espectral rancho polvoriento. Es posible. No lo sé de cierto.
Dylan habla de la muerte de John F. Kennedy, asesinado en Dallas, Texas, el 22 de noviembre de 1963, pero en realidad habla de la muerte del mundo que conoció mi generación.
Cúbrete, si puedes, lector. Nadie saldrá vivo de aquí.