Casi nadie sabe que el escritor francés André Breton vino a Monterrey los primeros días de julio de 1938.
Muchos historiadores relatan el viaje de Breton a Guadalajara, Pátzcuaro y Cuernavaca. Pero se saltan el viaje a Monterrey. ¿Por qué?
Simple: porque el padre del surrealismo fue invitado por el médico Leónides Andrew Almazán, cuyo apellido fue condenado al ostracismos durante muchas décadas por el régimen político mexicano.
Breton se hospedó en el hotel Ancira, gracias al patrocinio de don Leónides, hombre acaudalado y hermano del general Juan Andrew Almazán, jefe de la Séptima Zona Militar.
Bretón viajó por carretera del centro del país a Monterrey, haciendo escala en Victoria, Tamaulipas; un viaje que el propio Breton definió como “muy placentero”.
Don André despreciaba la vida militar, pero entabló amistad con los hermanos Almazán y con el entonces gobernador de Tamaulipas, el Ingeniero Marte R. Gomez.
Breton se dejó querer por los nuevoleoneses. En una de las casas de Juan Andrew (levantada en un claro del cerro de Chipinque) Breton comió sesos de cabrito con tortilla y eso lo dejó muy sorprendido.
Al día siguiente recorrió la Séptima Zona. Es difícil imaginar que la Ciudad Militar de Nuevo León albergaba más de siete mil personas y era una de las más avanzadas del país en los años 30.
Las canchas de frontón eran más grandes que las de la Ciudad de México, y las caballerizas estilo prusiano no tenían parangón ni siquiera en Europa, como lo advirtió el propio Breton.
Había salas de cine, cafés y aparadores con vestidos a la última moda, para las esposas de los generales.
Breton regresó a la Ciudad de México el 4 de julio, para presumirle a Diego Rivera y León Trotsky la suntuosidad y elegancia de la Séptima Zona Militar de Nuevo León.
El exiliado soviético le preguntó al francés: “¿y qué hará semejante ejercito cuando se le llegue a necesitar?”.
Breton le respondió que soñaba con el día en que desaparecieran todos los ejércitos del mundo, pero, mientras tanto, “había que desear que los países de Europa se inspirasen en los métodos militares de la ciudad de Monterrey”.
Así de exagerado era el surrealista.
¿Qué vió André Breton en estas tierras agrestes y secas (no tanto como ahora) como para desvivirse en elogios hacia los regiomontanos?
Primero, las atenciones que recibió de los hermanos Almazán, maestros duchos en el arte mexicano de la cortesía y del “quedar bien” (eran muy lambiscones cuando se lo proponían).
Segundo, que Breton era muy friolento, así que el padre del surrealismo se la pasó a todo dar sudando con los calores de Monterrey.
Tercero: comer sesos de cabrito con tortilla es todo un acto surrealista.
Un año después, el general Juan Andrew lanzó su candidatura presidencial en contra de Manuel Ávila Camacho (candidato oficial del entonces presidente Lázaro Cárdenas).
Cuentan que el gobierno federal organizó un flagrante fraude en contra de Almazán; parecido al que operó años antes en contra de José Vasconcelos, otro aspirante presidencial que se fue por la libre.
Sin embargo, a diferencia de Vasconcelos, el régimen compensó a Almazán con muchas hectáreas para él y su hermano en Nuevo León: su casa en San Nicolás de los Garza (que después fue el hotel Ramada Inn y luego el Granada), y la zona de Olinalá en San Pedro Garza García.
Al mismo tiempo, Almazán fue acusado de conservador, reaccionario, mocho, traidor a la patria simpatizante de los nazis, pero nunca le retiraron los apoyos gubernamentales.
Así formó un patrimonio cuantioso cuyos restos los puede visitar cualquier paseante del Chipinque que se atreva a llegar caminando a su casa en ruinas.
Ahí, en donde estaba el comedor (que aún conserva el piso de pasta), frente a la chimenea desmoronada, el padre del surrealismo André Breton se comió sus sesos de cabrito con tortilla.