EDITORIAL: El mejor periodista en el mejor de los burdeles

Hace años, mi amigo Pedro Arturo Aguirre Ramírez y yo presentamos en la Universidad de Guadalajara, el libro “Historias del olvido”. El autor recopiló cuatro relatos históricos, rematando con uno dedicado a Graciela Olmos, La Bandida.

Como sabe el lector, La Bandida fue la dueña del más concurrido burdel de la Ciudad de México. Ahí llegaban Presidentes de la República, fifís e intelectuales lujuriosos como Pepe Alvarado, que fue el periodista más connotado de Monterrey y uno de las mejores prosas en la historia de la prensa en México. A nuestro ilustre regiomontano le gustaba pasearse desnudo por el burdel, tapado nada más con una sábana, como los romanos. Con el transcurso de las horas, la sábana de don Pepe Alvarado pesaba lo doble, mojada de sudor, tequila y otras sustancias que no viene a cuento mencionar. No se si este hábito le hubiera gustado saberlo a las sobrinas persignadas oriundas de Lampazos de don Pepe (que por cierto vienen siendo tías mías, luego afincadas en Villaldama, Nuevo León), pero ni modo: “la verdad es una sola e indivisible”, como decía San Agustín.

Muchos historiadores de la capital del país admiran a La Bandida por su personalidad (yo no sé por qué si básicamente se dedicaba a lambisconear políticos encumbrados) y por ser compositora de las canciones “La Enramada” y de “El Siete Leguas” (el caballo que Villa más estimaba).

Para documentarme a fondo, los días previos a la conferencia en Guadalajara busqué en las fuentes primarias la historia de La Bandida. Sobre todo, quise descifrar el enigma de por que una mujer sin estudios, sin preparación alguna y sin conocimientos mínimos de música pudo componer un perfecto bolero (“La Enramada”) y al mismo tiempo un corrido tan bien medido (“El Siete Leguas”).

Mi conclusión es que doña Bandida no compuso ni una canción ni la otra. Y si me apuran, mi conjetura principal es que dada la cantidad de compositores, músicos y cantantes que actuaban en su burdel (comenzando por Agustín Lara y terminando con Pepe Jara) una noche un compositor le regaló a la señora la autoría del bolero y luego, otra noche, otro adulador le regaló la autoría del corrido. Así de simple.

Para dar fe de mis investigaciones, en mitad de la presentación del libro en comento, me atreví a tararear la  primera estrofa de “La Enramada”, a fin de contrastarla con “El Siete Leguas”, cuya estrofa dice así: “ya la enramada se secó, el cielo el agua le negó, así tu altivo corazón, no me escuchó… etcétera). Pero ya sabe el lector cómo son los jóvenes de la UdeG. Entre todos, me obligaron a cantar completa la canción que según mis pesquisas, no escribió La Bandida. El caso es que me sentí víctima del tremendo relajo general, a tal punto, que no quise continuar con la interpretación siguiente de “El Siete Leguas”.

Pero lo peor ocurrió al día siguiente. Un director poderoso de la UdeG me reclamó porque difamaba yo la memoria del gran periodista Pepe Alvarado, chismeando que al regiomontano le encantaba andar en los burdeles y en las casas de cita. ¿Y dónde supone este burócrata universitario que se topan muchos  periodistas y políticos noctámbulos cuyo nombre no mencionaré por pudor? ¿Y dónde cree que se la pasan aun hoy en día muchos funcionarios de las universidades públicas y privadas de México? Claro, sin que ninguno le llegue a los talones a don Pepe Alvarado, que sí era un periodista lujurioso pero fregón y fuera de serie.