EDITORIAL: ¿Somos supersticiosos?

¿Se considera usted supersticioso? Las supersticiones son creencias irracionales utilizadas para explicar consecuencias de ciertas acciones, fenómenos o relaciones, aunque no resisten la mínima prueba del método científico.

A pesar que los preceptos de todas las religiones encajan perfectamente en la anterior definición, éstas han sido muy hábiles en diferenciar la fe de las supersticiones, al grado que la Real Academia Española las define como las creencias extrañas a la fe religiosa y contrarias a la razón. Bien apunta Isabel Allende: “Las creencias propias se llaman religión, las de los demás, superstición”.

Por considerarlas restos de la idolatría pagana, la Iglesia Católica ha decretado que es una forma de relación con el demonio y ha condenado a quienes creen en ellas.

A pesar de esto, las sociedades occidentales, con una marcada y evidente ascendencia cristiana, son depositarias de una gran tradición supersticiosa. Ya comenzamos a ver calaveras y calabazas, heraldos que anticipan la próxima llegada de las fiestas paganas del Halloween.

Pero no solo eso. Nos aterra pasar bajo una escalera y se nos eriza la piel si un gato negro cruza nuestro camino. Nunca tomamos el salero de la mano de nuestro comensal y somos especialmente cuidadosos de no quebrar un espejo, por aquello de los 7 años de mala suerte. Las novias en su traje no se dejan ver por el novio sino hasta el altar; tampoco dejamos que nos barran los pies, y evitamos abrir un paraguas dentro de la casa.

Quizá el caso más extremo es el número 13, ligado inexorablemente a la mala suerte, sobre todo si cae en martes o viernes, (ni te cases ni te embarques). Por esa superstición en los aviones y en los edificios no hay fila ni piso con ese número. Pero, ¿de dónde proviene su ancestral aversión?

Hay varias teorías: 13 fue el número de comensales en la Última Cena, con su consabido desenlace; el Capítulo 13 del Apocalipsis hace referencia al Anticristo; 13 es el número que el Tarot le asigna a la muerte… Pero la más aceptada, o cuando menos la que institucionalizó la inquina al número, proviene de un suceso ocurrido hace 700 años.

Fue un viernes 13 de 1307 cuando el rey Felipe IV de Francia, confabulado con el Papa Clemente V, ordenó disolver la poderosa Orden de los Templarios y capturar a sus valientes caballeros por representar una amenaza para la Iglesia. Ya en la hoguera, Jacques de Molay, maestre de la Orden, pronunció una maldición que habría causado la muerte prematura de sus verdugos y la decadencia de la estirpe real.

Aun las personas más racionales y escépticas tienen algo de supersticiosas. Y no está mal que lo seamos, siempre y cuando tengamos claro que únicamente nosotros, nadie más, somos los causantes de nuestro propio destino.