Los líderes del 68 que se volvieron cobardes

Me topé en Coyoacán a un ex líder del 68. Soy su amigo, pero reconozco que acabó siendo la parodia de sí mismo. Obsesionado en repetirse, se caricaturiza; convencido que gobierna con AMLO, ahora sigue rutinas de viejo aburrido y monocorde.

Sobre las cabezas de algunos militantes del 68 planean los buitres negros de la soledad. No los culpo: la realidad, con todo y AMLO, los superó por la derecha; los convirtió en lo que tanto detestaron. Su pensamiento otoñal se oficializa. Acaso militan en Morena, algunos se sienten cómodos como chairos, pero son burócratas de corazón. Reciben línea y se aguantan la vergüenza.

Otros, los que no llegaron a ocupar ni siquiera un puestito de medio pelo en el gobierno federal, no podrían reconocerse ahora. Un día los abrazo Andrés Manuel en un mitin y ya se creyeron intocables. Una mañana estrechó sus manos AMLO ya se creen sus viejos amigos, sus antiguos camaradas. Viejos angustiados por el recorte laboral, por la boda de sus nietos, por la fila para cobrar sus pensiones exiguas, por el gasto. 

Toman la siesta en las tardes, se rascan la calva, flotan en Facebook sobándose el vientre, tan inflamado como lo estuvo su cabeza en los buenos tiempos. Ya no van a marchas. Ya no emiten proclamas. El último muro donde pintaron consignas se derrumbó hace tiempo.

Son lectores de las novedades de Paco Ignacio Taibo II, más por rutina que por devoción. Siguen publicando en revistas clandestinas (porque muy pocos las leen). Y en un rato inspirador, robado a la güeva, escriben un artículo en contra de Texcoco que nadie del gobierno les agradecerá; pero ellos se agarran a la certidumbre del “aún estoy aquí”. Convencidos de su falta de defensas contra los embates de la vida, de su disidencia inofensiva, de su pólvora mojada, de su fracaso disfrazado de cobija en su regazo.

Los he visto en estos años de Twitter, sentados en la plaza de San Jacinto, hojeando libros en la Gandhi, con su radicalismo a cuestas. Protagonistas ya casi anónimos del olvido. Hace décadas pagaron su rebelión con cárcel y torturas, hace años se hicieron viejos de improviso y emprendieron el camino de la resignación.

Me acerco con mi viejo amigo sesentero y le recuerdo aquella carta que José Revueltas le mandó al jefe de policía del entonces D.F. Luis Cueto. En su texto, Revueltas ponía más o menos esto: señor General Cueto, reconozco que soy uno de los instigadores del movimiento estudiantil por lo que muy probablemente seré victimado. Pero a sabiendas que me quedan pocas horas de vida y de que soy un condenado a muerte, creo ser merecedor de una última voluntad suya. Así que, apelando a ese derecho internacional y consiente de que usted respetará con honor militar mi deseo postrero, quisiera pedirle atentamente que vaya usted mucho a chingar a su madre.

No debió sorprenderme la respuesta de mi amigo, el ex líder del 68, cuando le recordé esa carta de Revueltas, convencido de que mi cuate bucea en las aguas mansas de la mediocridad: “se le pasó la mano al buen Pepe. Eran otros tiempos”. Pues si, eran otros tiempos, y otros valientes antes de que se volvieran cobardes.