José Luis Cuevas: aquellas andanzas del gato macho

Esa tarde el genio ya lucía vulnerable y disminuido. Me respondió un par de preguntas al vuelo. Adelgazados sus músculos, vapuleado por la enfermedad, José Luis Cuevas (1934-2017), ya no era aquel don Juan de aire felino. Lo oprimían muchos demonios reales. Y uno que otro imaginario.

Los años finales fueron un lastre para la creatividad de uno de los mejores artistas posteriores al muralismo mexicano. Sin embargo, a pesar de sus demonios, fue uno de los mejores dibujantes del presente y del pasado siglo.

A muchos nos sedujo su “Autorretrato con paperas”, “Mi hija Jimena dibujando”, “Salón de baile” y “La postguerra”. 

En su libro “Los mundos de Kafka” hay tres tipos de dibujos: los de animales con trazos finos y tonos precisos, los rostros a lápiz o crayón y la figura del proceso de la metamorfosis de hombre a insecto monstruoso.

“Hay una gran diferencia entre la lealtad y la fidelidad: yo soy una persona leal. Me he casado dos veces y sería una hipocresía decir que he guardado absoluta fidelidad; en realidad creo que nadie la ha guardado. En cambio, he sido una persona de absoluta lealtad frente a la familia y con gran sentido de responsabilidad; esto es más importante que cualquier otra cosa”.

Entonces le pregunté una obviedad: la leyenda urbana que él mismo se encargó de cultivar y magnificar: “Sí, he tenido muchas mujeres: soy infiel como todos, aunque creo que mi número es bastante conservador; he tenido cuando mucho 367 amantes. No es nada para toda una vida”.

Me rechazó que un pintor debería tener múltiples saberes al margen de la pintura: “en el caso de un pintor, debería dirigir todos sus intereses a su profesión, aunque después decida estudiar otra cosa. De todos modos, no creo que sea necesario el hecho de que un pintor estudie otras disciplinas”.

Le repliqué sin ganas: muchos artistas han estudiado a la vez otras disciplinas. Y sus ojos se avisparon; se agitan sus alas: “Muchos colegas lo hacen: estudian arquitectura, por ejemplo, cuando en realidad quieren ellos pintar. Esto sucedió en Chile, porque allá no existía la escuela de Artes Plásticas. Entonces, los que tenían vocación por la pintura o por el dibujo, estudiaban la carrera de arquitectura. Artistas como Mata, uno de los maestros más notables del siglo XX, estudió arquitectura, aunque nunca llegó a ejercerla. La estudió porque no había escuela de artes plásticas”.

Cuevas nunca estuvo en el ocaso. Se instalaba más bien en uno de los episodios predecibles de la vida: la madurez como antesala serena de la muerte. 

Sufrió una agonía en cámara lenta, como todos los que viven muchas décadas y se inventan cifras pretendidamente exactas pero exageradas (fueron “cuando mucho” 367 amantes).

Es tanto lo que se sufre con las dolencias de la vejez, que sumar a las fallas físicas acusaciones machistas, sería redoblar castigos innecesarios a un viejo. 

Para eso basta con el arrepentimiento de uno mismo. Y la oportunidad, desperdiciada ya, de pedir perdón a quienes ofendimos alguna vez. 

Lo digo por el gato macho, pero también por Plácido Domingo quien acaba de venir lastimosamente a Monterrey.