Nueva Constitución y el monstruo que a cada rato nos sumerge

Ayer jueves murió a los 91 años uno de los más grandes historiadores modernos: John H. Elliot (Reading, Reino Unido, 1930), de la Universidad de Oxford. 

En la última década de su vida, el maestro Elliot estudió históricamente los intentos separatistas de Cataluña y Escocia. El autor creía en el fortalecimiento  de las regiones. Y promovía que el centro del poder siempre respete y sostenga la voluntad de entender las identidades locales y las diferencias. Eso no menoscaba una República. Al contrario: la cohesiona. 

El gobernador Samuel García ha presentado una propuesta de nueva Constitución para Nuevo León. Como referencia histórica, valdría la pena que los responsables de este proyecto leyeran uno de los libros fundamentales del maestro Elliot: “Escoceses y catalanes. Unión y Discordia” (Taurus, Madrid, 2018). 

Por supuesto, nada tiene que ver la sociedad nuevoleonesa con la escocesa o la catalana, pero también late en nuestra tierra un sentimiento de agravio, agudizado por la reciente sequía y la vista para otro lado del Presidente López Obrador. 

Algo hay de victimismo local, es cierto, pero también late en el Cerro de la Silla un sentimiento bien fundado contra el centralismo avasallador. 

La Constitución que rige actualmente a Nuevo León tiene dos graves problemas que no ayudan a mejorar las cosas: el primer error consiste en que está totalmente rebasada, tiene más de 100 años y ya no responde (a pesar de tantos parches y remiendos) a las nuevas narrativas de interacción global; es una Constitución provinciana en el peor sentido, hecha para depender sumisamente del centro y rascarnos el propio ombligo. 

Está fosilizada en términos de federalismo, y no contempla ni derechos humanos ni de género, ni migración, ni cambio climático. 

El otro problema de nuestra Constitución local es todavía peor: la estropea su pésima redacción que la vuelve impresentable: por ejemplo, títulos sin artículos, reiteraciones, ambigüedades, galimatías y lagunas legales. Un retorcido Frankenstein. 

Hacer una nueva Constitución local no es algo nuevo, no se trata de un esfuerzo inédito. Ya lo hizo Durango, Chiapas  y Veracruz entre otros Estados. 

El Congreso local tiene las facultades como Congreso Constituyente y no existe ningún impedimento legal para diseñar una nueva constitución. 

¿Por qué hacerlo en esta coyuntura  si vivimos urgencias que demandan solución prioritaria? Por eso mismo: Samuel García habla de la gestión pública como un monstruo que no cesa de sumergirte: apenas comenzó su gobierno y se disparó el Covid, luego la inseguridad, después la sequía. Mañana quién sabe qué otra urgencia se añadirá a las anteriores con el empeño de sumergirnos. Dicho de otro modo: es ahora o nunca. 

Mi crítica sería en otro sentido: muchos legisladores locales no están preparados para este reto. Llegaron  ahí por componendas partidistas y no saben el mínimo de leyes ni son diestros para recabar la opinión de los diversos actores sociales y menos para ponerse en la piel de los nuevoleoneses. No tienen vocación de legisladores; son vergonzosamente mediocres. 

Decía el maestro John H. Elliot: “Se impone reconocer la diversidad como factor de enriquecimiento para valorar la unidad”. Leer a Elliot nos ayudará a equilibrar la balanza del sentido común a fin de que el centro deje de creer que si queremos fortalecer el federalismo a partir de nuestros intereses regionales no es porque pretendamos malévolamente separarnos del resto país. ¡Qué visión tan estrecha la del gobierno federal!