¿Qué está fallando para que haya este repunte de trastornos psiquiátricos en niños y adolescentes?

Con la ayuda de las unidades de psiquiatría de los hospitales Niño Jesús y La Paz, intentamos conocer las causas de ese repunte de casos como el de María, que tiene 14 años y está ingresada por anorexia

Madrid

María tiene 14 años y sufre anorexia. En marzo sus padres notaron que empezaba a no cenar y se dieron cuenta de la magnitud del problema cuando la llevaron a comer sushi, su comida preferida, y tampoco abrió la boca. Tras un verano en el que ni sus padres ni la psicóloga privado que le ha estado tratando —»porque en la pública te ve una cada mes y medio»— no consiguieran que dejara de perder peso a un ritmo preocupante, decidieron llevarla de urgencias al Hospital Infantil Niño Jesús de Madrid, donde está ingresada desde hace 5 semanas. Ese hospital cifra el aumento de la atención de urgencias psiquiátricas de niños y adolescentes en un 105% respecto a antes del COVID. «En 2018 y 2019 ya habíamos notado una tendencia al alza pero la pandemia catalizó ese avance que ha sido más abrupto de lo esperado», cuenta la doctora Mar Faya, jefa de psiquiatría del hospital, que especifica además que durante ese tiempo también se incrementó un 49% el número de menores de 12 años que acudió al centro y requirió ingreso hospitalario por patología mental grave. En el Hospital de La Paz, la doctora Arancha Ortiz, pone sobre la mesa datos similares: «Han aumentado las urgencias psiquiátricas de adolescentes y pero también ha aumentado la gravedad en niños de 12, 13 y 14 años, incluso más pequeños vienen con cuadros más graves».

Radiografía de la salud mental de los niños y jóvenes

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Las patologías más comunes son la ansiedad y la depresión, que cuando llegan a tratarse en urgencias es porque llegan a manifestarse en su forma más grave como puede ser intento de suicidios, autolesiones o cuadros extremos de ansiedad. María llevaba año y medio pidiendo ir al psicólogo pero sus padres reconocen que, «entre el trabajo, las otras hijas…», lo fueron pasando. Cuando la joven comenzó a dejar de comer acudieron al centro de salud de su pueblo y un día le contó a la enfermera que se había autolesionado. Automáticamente se le derivó a salud mental.

Según datos del Instituto Nacional de Estadística de España, en el año 2020 se suicidaron 3.941 personas, de las que 300 eran jóvenes. Las ideas suicidas en niños se han multiplicado casi por 20 en la última década y las relacionadas con autolesiones lo han hecho por 56, según revela el informe anual 2021 de la Fundación de Ayuda a Niños/as y Adolescentes en Riesgo (ANAR). Para facilitar el acceso a los jóvenes con ideas suicidas, el 024 ha habilitado un chat para complementar la línea telefónica en la que un tercio de las llamadas han sido efectuadas por menores de 30 años.

Las causas

La pandemia (y todo lo que ha supuesto) está detrás de muchos estos cuadros de ansiedad y depresión. «Ha habido una combinación de factores de riesgo como son el miedo, la incertidumbre, los duelos por seres queridos, el aislamiento social en los momentos más duros de la pandemia, el consumo excesivo de redes… que, por otra parte, se suman a la disminución de factores protectores como las actividades extraescolares o las salidas con amigos que, junto a familias sobre exigidas, preocupadas y con problemas económicos, ha hecho a niños y adolescentes especialmente vulnerables y aquellos trastornos mentales ya diagnosticados han empeorado y otros han debutado con cuadros complejos», explica la doctora Faya.

La doctora Ortiz apunta a una sociedad que se está complejizando, «en la que los niños y los adolescentes tienen que afrontar situaciones más difíciles con los escasos recursos que todavía tienen, que no son de persona adulta» y subraya que se están perdiendo las redes de apoyo más comunitarias: «La vida está más centrada en el individuo y menos en las relaciones sociales y el ser humano necesita del apoyo de los demás, sobre todo el adolescente, que necesita de sus iguales mucho más tiempo».

También pone de relevancia la importancia del tiempo de los padres con sus hijos, que en ocasiones se ve mermado por un lado, por «las dificultades de la conciliación» de la vida laboral con la personal y, por otro, por «el aumento de la exigencia para los chavales a nivel académico».

La doctora Faya pide reflexionar además sobre «los estilos de crianza, la pérdida de valores, la búsqueda de la inmediatez y la intolerancia a la frustración», y percibe «una tendencia a psiquiatrizar o psicologizar cualquier malestar emocional». Además, afortunadamente cada vez se habla más de este tipo de trastornos. Los adolescentes de hoy han normalizado ir al psicólogo mucho más que generaciones anteriores en las que la carga del estigma todavía era (y es) demasiado pesada.

En el caso de María, su madre cree que se juntaron una serie de factores de estrés que desembocaron en ese trastorno de conducta alimentaria (TCA): «Por un lado, dificultades sociales. Vivimos en un pequeño pueblo donde no hay mucha gente de su edad y no termina de encajar con ellos. Por otro, mi sobrina, que es muy amiga de mi hija y ha estado muy mal, sin ir al instituto, con crisis de ansiedad. María no sabe exactamente qué ha pasado pero la ve fatal y eso, sumado a una falta de autoestima muy grande, hace que tenga una percepción de la realidad trastornada tanto en el espejo y como con otras cosas que le provoca un sufrimiento muy grande que no tiene nada que ver con verse más guapa».

Comunicación en cantidad y calidad

La imagen de dos adolescentes en un banco mirando el móvil forma parte del paisaje de cualquier parque del mundo. El uso de las redes sociales entre los jóvenes es tan habitual —tan constante— que muchas veces les cuenta desconectar incluso estando acompañados. Diversos estudios, como los realizados por YouGov o la Universidad King’s College de Londres, apuntan a la sensación de soledad que provoca el abuso de las nuevas tecnologías a pesar de estar en contacto con otras personas. El psicólogo Ovidio Peñalver describía esa situación como una bola de nieve: «Acceder a las redes supone un aislamiento que genera depresión. Al estar deprimido y no salir de casa, se accede más a las redes sociales. Y esto alimenta caer en un pozo».

Las redes sociales son el paradigma de la perfección y la felicidad y pocas veces se comparte en ellas los baches diarios por los que todos atravesamos. Comunicarnos con las personas más íntimas, con las que tenemos más confianza, es esencial: «Los seres humanos somos seres sociales y necesitamos hablar con los demás de nuestros problemas, no para que nos den una solución mágica, porque no existe, porque nadie esta en la piel de nadie, pero el poder compartir, el sentir que importamos al otro, que está interesado en lo que nos pasa, eso ya es tranquilizador. Los miedos, las angustias, los temores los suele hacer más pequeños aunque no se resuelvan y el poder hablar con los demás puede hacer que nos demos cuenta de alternativas que por nosotros mismos no nos habíamos dado cuenta», apunta la doctora Ortiz.

Cuando hablamos de menores, la comunicación con los padres es fundamental y esta psiquiatra de La Paz hace una aclaración: «En los tiempos actuales, por las dificultades de conciliación, muchas veces se nos soltaba la coletilla de que para criar a un hijo lo importante es el tiempo de calidad pero yo siempre digo que el tiempo debe ser de suficiente cantidad como para que ese hijo tenga el tiempo suficiente para poder compartir y comunicar qué le asusta , le preocupa, lo que teme… En los niños más mayores y los adolescentes, que son capaces de comunicarlo verbalmente, hay que escucharles cuando quieren hablar con nosotros y no minimizar lo que nos va a contar. En los más peques, que quizá les cueste más expresarlo, es importante pasar cantidad de tiempo con ellos para poder percibir lo que nos puedan comunicar de manera verbal o no verbal».

Su compañera del hospital Niño Jesús, la doctora Faya, también incide en esa idea y cree que «es fundamental asegurar un ambiente de crianza donde la disponibilidad, el afecto, la comprensión y la comunicación entre los miembros de la familia sea la norma»: «Mostrar respeto y atención a la preferencia de los intereses del niño. Animándolos a poner palabras a sus sentimientos y emociones, elogiándoles con sinceridad y rechazando con cierta firmeza ciertas conductas problemáticas, nos permitirá conocerlos y ayudarlos a procesar las situaciones adversas que forma parte de la vida».

Señales de alerta

Todos los profesionales insisten en que, cuando más precoz sea el diagnóstico en salud mental, mejor pronóstico tendrá y advierten de que gran parte de los problemas de los adultos se inician a partir de los 15 años. «Es fundamental que prestemos atención a la salud mental en esas edades para que si está iniciando cualquier problema se pueda detectar desde sus inicios y se pueda tratar antes de que la situación sea demasiado compleja», apunta la doctora Ortiz que recuerda que «lo que no se diagnostica no se puede tratar».

En el caso de los niños y adolescentes muchas veces no exteriorizan de manera clara lo que les ocurre pero sí hay una serie de señales de alerta que avisan de que puede hacer algún tipo de trastorno detrás. Algunas de ellas son las siguientes:

  • Si hay cambios de comportamiento habitual (como dejar de comer).
  • Si actúan de manera destructiva (autolesiones).
  • Si se aíslan de la familia y de los amigos.
  • Si evitan el contacto social.
  • Si disminuye el rendimiento escolar.
  • Si dejan de interesarse por actividades que antes sí les interesaban.
  • Si hablan o escriben sobre pensamientos suicidas.

María y su familia saben que ahora el camino será largo. Afortunadamente, su diagnóstico ha llegado muy rápido «gracias a que ella siempre ha sido muy delgada y que cuando empezó a perder peso fue visiblemente preocupante». En el hospital ya les han dicho que cuando salga «no saldrá curada» y las estadísticas dicen que de media pasarán de 5 a 11 años hasta que se pueda hablar de recuperación total. En la mitad de los casos de TCA es así, pero en el 30% de los casos se cronifican y la tasa de suicidio derivada de este trastorno es la más alta de todas las enfermedades mentales. De momento, desde que está ingresada sus padres están más tranquilos tras meses en los que se sentían muy perdidos: «Hay enfermedades mentales que se controlan de por vida con pastillas pero esta no».

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